Mladic, el señor de la infamia

Los conflictos armados descienden la condición humana a los infiernos de la forma más cruda, como lo relató el escritor francés Céline; convertir la vida de una persona en una mísera existencia, insignificante, el sufrimiento y agonía final de hombres y mujeres. Un desierto para la razón.

En la guerra todo vale y no está de mas recordarlo cada cierto tiempo, no vaya a ser que llegados a cierto extremo le perdamos el respeto. Las guerras ofrecen el mejor de los escenarios para los peores instintos, y la historia de la infamia está de forma inequívoca plagada de ellos. Ratko Mladić va más allá.

Ratko Mladic fumando entre los soldados
Ratko Mladic/Foto:CC

El general no pertenece a la infamia de lo coyuntural, de la circunstancia, de la violencia puntual, como el homicida que pierde los papeles, el proscrito acorralado, el asesino despechado, el psicópata... su huella es todavía más grave, indeleble en generaciones de jóvenes que crecieron ante la sombra imponente de su mirada penetrante, su gesto romo, su verbo suelto y su hacer hercúleo.

Será procesado en La Haya por el asedio a la ciudad de Sarajevo (1992-1995) y el asesinato de 8000 musulmanes en el enclave de Srebrenica (en julio de 1995); pero su herencia va más allá del daño infligido a esos civiles, el reguero de sangre en el recuerdo de las viudas y familiares. Quien quiera plantearse su procesamiento estrictamente como un homenaje a los caídos, un resarcimiento a los indefensos o una inyección de dignidad a los desaparecidos olvida el mayor daño provocado: su legado a toda una generación. Así como Radovan Karad¸ić - también procesado en La Haya - dejó un poso de político maniobrero, hombre sibilino que parasitaba entre los recodos ocultos de la política de Slobodan Milošević, un brazo articulado del que beneficiarse para lograr el reparto de Bosnia y Herzegovina entre serbios y croatas en perjuicio de los musulmanes, Ratko Mladić respondía a otros registros e intereses, si se quiere los del que se cree un elegido, pertrechado al amparo del arsenal militar y la intimidatoria soldadesca en tiempos de zozobra. Es difícil no recordar las caras alucinadas entonces de Mitsotakis, primer ministro de Grecia, y de Milošević, presidente de Serbia, cuando ante la posibilidad de firmarse los acuerdos de paz en mayo de 1993 en la asamblea de Pale, el general Mladić se presentó, se extendió un mapa gigantesco de papel a sus espaldas y le dijo a los asistentes: "No lo ven ustedes desde cerca... como nosotros los soldados". La guerra continuó.

Cuando Serbia no fue declarada culpable en 2007 por la Corte Internacional de Justicia por responsabilidad en el genocidio de Srebrenica muchos vimos conspiraciones internacionales, recompensas encubiertas, antídotos contra la fiebre nacionalista, pero no eran pocos los serbios críticos que consideraban Srebrenica el producto de la ira incontenible de Mladić, le asociaban con ese carácter impulsivo con el que se asocia estereotipadamente a los eslavos del sur cuando el colectivo actúa como un frente popular embrutecido. Mladić siempre estuvo decidido a dar respuesta a las incursiones de los musulmanes del líder Naser Orić – también procesado por La Haya, hoy en libertad. Fue la venganza bárbara del que ha sustituido los patrones militares por el estilo del chulo de barrio, embriagado de poder sobre un ejército, el serbo-bosnio, borracho de rakija y rapiña, indisciplinado, que asediaba a mortero limpio y francotiradores desde las montañas la ciudad de Sarajevo; acompañados por hinchas de fútbol, mercenarios de fin de semana, dobrovoljaci (voluntarios) y popes del exorcismo ortodoxo. Deseoso todo su ejército de que la comunidad internacional abandonara a su suerte ese enclave perdido entre los bosques de robles de la Republica Srpska para desplegar al fin todo su cabreo y reproducir los roles adquiridos por los héroes de la mitología serbia, luchadores infatigables de la ocupación turca. En aquel fatídico mes de julio de 1995 la barbarie tuvo una voz indiscutible, la de Ratko Mladić. Mladić era un free rider, cabalgando solo por toda Bosnia y Herzegovina, entre Pale y Sarajevo, haciendo del territorio bosnio su coto de caza particular.

Mladić cumple el perfil del momento histórico: disciplinado, el primero de su promoción, huérfano de padre militar asesinado por el fascismo de los "ustaches croatas" durante la II Guerra Mundial, con todo el ascendente que eso tiene sobre un militar yugoslavo, miembro de la Liga de Comunistas de Yugoslavia, y una carrera profesional fulgurante que ha recorrido Serbia, Macedonia y, finalmente, y para desdicha de toda la región, Croacia y Bosnia y Herzegovina. Casado, y atormentado por la pérdida de su hija tras un suicidio en el que, valga la pena especular, tuvo mucho que mucho que ver la fama de asesino que se había ganado su padre en 1994, representó esa reconversión étnica que generó la crisis yugoslava, esa mutación del defensor de la Yugoslavia multiétnica y el ideario partisano de Tito (Hermandad y Unidad – Bratstvo i Jedinstvo) para volverse hacia el águila bicéfala serbia y la idiosincrasia del nacionalismo serbio. Las anécdotas no son casualidad. Es una costumbre local presionar al invitado a que beba y coma. Tom Karremans, coronel holandés para la ONU, sufrió la humillación de ser invitado por Mladić con falsas promesas de seguridad para los musulmanes poco antes de la masacre en Srebrenica. Hoy los serbios ven con resignación como Holanda es uno de los países que con más firmeza y determinación ha exigido la colaboración con La Haya para que Serbia entre en la UE.

Mladić se ha beneficiado estos años del apoyo de un ex-primer ministro serbio, Vojislav Koštunica, que hasta no hace mucho le reportaba una pensión y jugaba al ratón y al gato con la fiscal general de La Haya, Carla del Ponte; un Tribunal Penal Internacional tan voluntarioso como falto de crédito en un país como Serbia, obligado a procesar e interiorizar el vértigo de una quíntuple transición (post-comunista, post-bélica, post-yugoslava, post-bombardeos de la OTAN y post-Kosovo). Aquellos que crean ver grandes apoyos a Mladić en encuestas mal interpretadas (2/3 no hubieran entregado a Mladić ni por un 1 millón de euros) no se extrañen que detrás de todo esto se halle más dignidad, indiferencia y desconfianza frente a todo aquello que suene más a política de las buenas intenciones y menos a tranquilidad política y económica, que una voluntad decidida de repetir los errores del pasado de los que sólo un grupo minoritario y folklórico se siente orgulloso, y a los que los medios internacionales le dan más bombo del merecido, porque el problema real es más complejo, psicológico y sofisticado, y no se resume en la actitud de algunos hinchas del Partizan y el Estrella Roja.

Mladić fue producto del fin de Yugoslavia, como lo fue Milošević, Tudjman, Karad¸ić o Izetbegović, pero con un elemento que hace su figura todavía más reprobable: huyó de la justicia más de 15 años, secuestrando la libertad de miles de jóvenes en un momento trascendental, confundidos entre su identidad, la lealtad a la nación y el dilema de un porvenir más esperanzador con una Europa que ofrecía desde Maastricht infinitas posibilidades; porque el gran desafío para la región es concebir una ciudadanía donde los particularismos étnicos no sean un obstáculo para el desarrollo político, económico y social, más que una precipitada reconciliación más descargada sobre los hombros de las ONG's internacionales que sobre los automatismos propios de unos pueblos que no son alérgicos a la paz, pero sí al desempleo, la ineficiencia institucional, la precariedad y la mala fama internacional. La ironía es que Ratko Mladić, según las últimas informaciones, bajo la identidad falsa de Milorad Komadić (su propio nombre transpuesto) y cerca de su destino inexorable, La Haya, trabajó como obrero de la construcción en las cercanías de Zrenjanin en un complejo financiado con fondos de la Unión Europea. Nacionalista, quien logró que los serbios en su conjunto adquirieran una reputación inmerecida; patriota, que ha chantajeado a todo un estado por su propia libertad. Un infame.