De cómo se fabrica un faraón en Egipto

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Poco antes de darle un ultimátum a un grupo de manifestantes opositores la semana pasada, el nuevo hombre fuerte de Egipto, el general Abdel Fatah al Sisi, recibió una oferta digna de las páginas de «Las mil y una noches». Una columnista laica del periódico liberal y privado Al-Masry Al-Youm elogió las acciones del militar y literalmente se ofreció a sí misma como su «esclava sexual».

Al Sissi con traje militar y medallas
General Abdel Fatah Al Sissi/ Foto: Departamento de Estado de EE UU/ CC

Si esto le recuerda la forma en que tiranos árabes, como el iraquí Saddam Hussein (1979-2003) y el sirio Hafez al Assad (1971-2000), imponían su dominio cabalgando sobre medios y elites cómplices, es porque efectivamente se trata de un caso similar.

Después de todo, esto es Oriente Medio y, más de dos años después de la Primavera Árabe, las elites, los militares y los medios locales siguen siendo los más habilidosos creadores de autocracias, desde déspotas locos, como el fallecido Muammar Gadafi, de Libia, hasta monarcas tribales, como la familia real Al Saud de Arabia Saudita, y los Al Nahyan de Emiratos Árabes Unidos.

Mediante ejércitos de claques como estas, dispuestas a esclavizarse o humillarse a sí mismas, es como estos gobernantes imponen la tiranía y se mantienen en el poder de forma sangrienta. En Egipto, así es como se hacen los faraones.

Horas después de que la columnista Ghada Sherif hiciera su apasionada oferta, las tropas de Al Sisi lanzaron un asalto nocturno contra sus oponentes. En una noche, al menos 82 personas murieron y decenas más resultaron heridas. Muchos cadáveres presentaban en sus cabezas y cuellos balas disparadas por francotiradores.

La oferta de «esclavitud sexual» también muestra hasta dónde la bien aceitada maquinaria de propaganda de Al Sisi, apoyada en los tesoros militares y las riquezas de las elites del país, puede catapultar a este general de 58 años, llamado «Súper Sisi» por muchos de sus seguidores, y convertirlo en el nuevo salvador y líder de Egipto.

Al Sisi tiene también el respaldo de sectores liberales y seculares y de líderes de la minoría cristiana ortodoxa, humillados en las urnas en seis ocasiones consecutivas por los islamistas, más habilidosos para hacer campañas electorales, durante estos últimos dos años en los que Egipto tuvo su primera cita con la democracia.

Para ellos, los tanques, los rifles de asalto y las marchas militares se han convertido en la única herramienta para llegar al poder. Muestran poco respeto por la ley, los derechos humanos y la democracia.

Mientras las fuerzas de Al Sisi masacraron a decenas de personas e hirieron a muchas más en su represión nocturna frente a la mezquita Rabba, en El Cairo, el pope Tawadros II de Alejandría, líder de los cinco millones de cristianos coptos del país y que detesta a los partidos islamistas, escribía en su cuenta de Twitter: «Gracias a la gran fuerza militar de Egipto, y a su maravillosa policía, por abrir las puertas a la esperanza».

Tawadros repitió «gracias» seis veces.

Y, a pesar del derramamiento de sangre, el periódico estatal Al Ahram dedicó grandes títulos a informar sobre un egipcio de la ciudad de Suez, sobre el mar Rojo, que le puso de nombre a su hijo recién nacido «Sisi».

Tan sediento de legitimidad y aceptación pública se encuentra el nuevo hombre fuerte egipcio que, aunque se suponía que estaría ocupado en la lucha contra el terrorismo en la península del Sinaí, se tomó un día libre para ir a visitar a los padres del niño. Como era de esperar, allí estuvieron las cámaras para registrar el momento.

La página de Facebook de la oficina de propaganda del ejército y otras que simpatizan con los militares, y que se sospecha serían administradas por funcionarios de inteligencia, publicaron fotografías de uniformados besando retratos de Al Sisi.

La propaganda se vuelve más ridícula cuando se tejen historias carentes de sustento destinadas a realzar el carácter heroico de Al Sisi.

Una página militar en Facebook muy visitada por seguidores de Al Sisi y otros periódicos obedientes informaron de que la Quinta Flota de Estados Unidos fue enviada a las costas egipcias la semana pasada para intervenir en la crisis de este país, pero fue obligada a retirarse por «Al Sisi el valiente».

«Al Sisi amenazó con aniquilar a la flota estadounidense», informaba el diario Al Nahar.

Las señales son inconfundibles. Esas historias fueron características del régimen de 40 años de Gadafi. Los medios de prensa libios inventaban heroicas aventuras militares para el consumo de la población, en un esfuerzo por legitimar a su gobierno.

En el último mes, Al Sisi ha mostrado otros rasgos megalómanos al estilo Gadafi, quien marcó un hito en materia de despotismo en la región, con una tendencia a coleccionar uniformes militares, gafas de sol y medallas extravagantes.

El nuevo líder egipcio dio su último discurso con unas gafas de sol idénticas a los del líder libio, un llamativo gorro y unas coloridas medallas.

Pero más ominosas son las señales de cómo Al Sisi intenta concentrar el poder.

Las prisiones egipcias se llenan rápido. Los medios de prensa críticos con los militares son clausurados. Los opositores al golpe sufren amenazas y son acusados penalmente, mientras que sus propiedades son confiscadas.

El propio presidente derrocado, Mohammad Morsi, ha estado incomunicado durante casi un mes y fue acusado de espionaje para el grupo palestino Hamás.

Editores de los periódicos privados Shorouk, que apoyan el golpe, censuraron artículos a dos periodistas, Wael Kandil y Ahmed Mansour, por cuestionar la capacidad de Al Sisi para darle estabilidad a Egipto.

Uno de ellos, Kandil, señala que es la primera vez que le censuran una de sus cáusticas columnas, algo que no le había pasado siquiera durante el régimen de Hosni Mubarak (1981-2011).

Por si fuera poco, el general Al Sisi ha desmantelado el Consejo de la Shura, elegido por voto popular, revocado la Constitución que había sido aprobada con el 64 por ciento de los sufragios en elecciones justas y ha reinstaurado en sus cargos a oficiales de la policía secreta, la institución más odiada y temida del país, que habían sido despedidos después del levantamiento contra Mubarak en 2011, acusados de abusos a los derechos humanos.

La policía secreta tiene poderes para censurar a los medios, investigar a postulantes a empleos públicos, arrestar a opositores y cazar a disidentes con completa impunidad.

Puestos de vigilancia con policías y militares fuertemente armados se multiplican en las calles de Egipto, una escena no vista desde la era del expresidente Gamal Abdel Nasser, en los años 50 y 60, que parece servir de modelo para Al Sisi.

La policía detiene a hombres con barba y mujeres con velo islámico, por dejar en evidencia su religión. Pero los que no muestran visiblemente su fe se quejan de que también son maltratados en los retenes, y denuncian el regreso de las coimas exigidas por policías de tránsito.

El discurso de los medios privados, propiedad de las acaudaladas clases altas y de miembros de la iglesia copta, insta constantemente a reprimir a los opositores al golpe.

Por ejemplo, reclaman a Al Sisi que corte el agua y la electricidad en lugares donde opositores realizan sentadas de protesta, o a inundar el sitio con aguas servidas. También proponen «dispararles a las piernas», mientras muestran una devoción fanática a su nuevo faraón, Al Sisi el salvador.

Pero nadie ha podido hasta ahora igualar la oferta de la columnista Sherif. «Al Sisi, todo lo que tienes que hacer es un guiño», titulaba su artículo.

«Es un hombre con el que los egipcios están enloquecidos. Si quiere tener cuatro esposas, estamos a sus órdenes. Si quiere simplemente una esclava sexual, por Dios, tampoco nos haremos las difíciles».

*Emad Mekay tiene una beca en periodismo John S. Knight de la Universidad de Stanford. Escribió para el diario The New York Times, Bloomberg News y la agencia Inter Press Service (IPS). Es fundador de la America In Arabic News Agency. Cubrió las protestas iniciales de la Primavera Árabe para The International Herald Tribune e IPS.