De primavera árabe a huracán griego

Cuando hacía apenas una semana desde que Atenas estalló de fervor por la victoria del No en el referéndum por el que Syriza preguntaba a la población si quería seguir las imposiciones de Europa para acceder al tercer rescate, el eurogrupo ya había rehecho sus filas y se preparaba para el contraataque.

Jezabel Martínez Fábregas
Jezabel Martínez Fábregas

Cuando hacía apenas una semana desde que Atenas estalló de fervor por la victoria del No en el referéndum por el que Syriza preguntaba a la población si quería seguir las imposiciones de Europa para acceder al tercer rescate, el eurogrupo ya había rehecho sus filas y se preparaba para el contraataque. Un contragolpe que ha vuelto a poner entre las cuerdas al país heleno, que si bien hace escasos días era un David triunfal, ahora es un llanero solitario que anda por un desierto ante los ojos de Europa. O, un devastado campo de batalla a lo Apocalypse Now, en el que Tsipras ha pasado de salvador a verdugo.

No es de extrañar ya que las nuevas imposiciones de Europa han llevado al primer ministro griego a proponer medidas muy impopulares en el Parlamento heleno, como la subida del IVA o los recortes en las pensiones, además de una revisión a conciencia de la edad de jubilación. Éstas, que son condiciones ineludibles de Europa si Grecia quiere conseguir su tercer rescate, han llevado a la decepción. La decepción entre los miembros de su partido (Syriza), que han alzado la voz mostrando su rechazo. La decepción del cuerpo funcionarial griego, que ha alzado las pancartas a las puertas del hemiciclo. Y la decepción del pueblo que se ha levantado en armas, literalmente.

¿A qué cabe achacar esta decepción? Claramente a la actitud de Tsipras por desoír la voz del pueblo. Porque el pueblo griego habló democráticamente el 5 de julio. Y dijo 'oxi' –'NO'- a las condiciones de la troika. Lo que pasa es que su voz ha sido desoída, en pro de que la estructura económica europea siga funcionando como hasta ahora. Y Tsipras se ha desprendido de los ropajes rojos que vistió hace dos semanas, y que lo alzaron al poder hace seis meses, para vestirse del gris tan de moda en Europa. Por mucho que el viento sopló favorablemente para el cambio, el barco heleno ha vuelto a su cauce. Al de Europa. Al único que parece posible.

Era de prever, ya que la Unión Europea, que es la estructura, ha conseguido que la herejía cometida por el tándem Varoufakis-Tsipras sea corregida por los mecanismos de protección diseñados por ese régimen, que se reestructura constantemente para perpetuarse a pesar de que en la superestructura soplen vientos de cambio. Y Europa aprende rápido. Y ha invertido la teoría de juegos –ésa de ver lo que hace tu enemigo y actuar en consecuencia que puso en práctica Varoufakis de cara al referéndum- y le ha devuelto la moneda a Grecia. Y así David ha caído frente a Goliat. Aunque bien valió la pena ver como le lanzaba ese órdago, porque encendió una mecha. Y aunque ésta fuera de combustión rápida en el caso de Tsipras, en el pueblo heleno sigue prendiendo con más y más fuerza. Y los vientos de cambio se están traduciendo en un huracán griego difícil de predecir para la UE, que empieza a no tenerlas todas consigo.

Mientras sonríe victoriosa viendo como Tsipras ha pasado por el aro, se le acumula el trabajo. A lo de Grecia, se le suma la presencia de Podemos en España, que «amenaza» con movilizar a la población española de la misma forma que lo está haciendo la griega, aunque la historia de España, donde aún sigue primando el 'vencedores y vencidos', difiere mucho de la helena. También, se le suman los nacionalismos existentes en Escocia y Cataluña, también presentes en Francia y Alemania, entre otros estados miembros.

No sólo eso. Reino Unido, Dinamarca, Suecia, República Checa y Polonia, entre otros estados miembros de la UE que no pertenecen al euro, han expresado su negativa a contribuir con su dinero a sostener la moneda europea. Al parecer Grecia, y puede que España no tarde en seguirle, quiere subirse al carro. Así las cosas, a la palestra vuelve a llegar la preocupación por la estabilidad de Europa, que pretende ser una nación de naciones que, en realidad están desunidas, que no comparten ni moneda, ni idioma, ni identidad, con lo que difícilmente compartirán el sentir nacionalista europeo al que aluden Hobsbawn y Glencross. Falta crear una cultura común, que no tenemos, un sentir nacional, que es muy difícil a estas alturas. Porque, ¿qué tienen que ver, a nivel de identidad, un francés y un español más allá de un pasaporte para la UE y una moneda llamada euro en la que, dependiendo del país en el que haya sido acuñada, sale un monumento nacional de uno u otro estado? Pues eso.