Cumbre Iberoamericana, posibilidades y contradicciones

La Declaración de Cádiz refleja el consenso, soslaya terrenos polémicos y muestra un mínimo común denominador alcanzado por la XXII Cumbre Iberoamericana el 17 de este mes.

Seis ejes temáticos resumen las preocupaciones: la economía; las infraestructuras; las micro, pequeñas y medianas empresas (pymes); la creación de puestos de trabajo decentes; el fortalecimiento institucional; la educación y el espacio cultural iberoamericano.

Vista general del teatro
Inauguración de la Cumbre /Foto: CE

Profundizando en esta agenda, destaca la atención prestada a las pymes, que contribuyen decisivamente «al crecimiento económico y al desarrollo social», y a la creación del empleo necesario. Más del 90 por ciento de las actividades económicas latinoamericanas responden al retrato de este tipo de empresa.

Pero, para conseguir una mejora de la actividad empresarial se necesitan los irreemplazables recursos fiscales para garantizar la inclusión social y la reducción de la pobreza. La generación de empleos «decentes» debe ser propulsada por políticas gubernamentales apropiadas que no queden reducidas a los planes de ajuste, tal como se intenta en Europa.

En el plano interior de la producción, se deben reducir la «dependencia de los productos primarios de exportación y la vulnerabilidad externa». Obsérvese que esta alusión tiene un cierto aire de la venerable teoría de la dependencia. Se debe evitar la actividad comercial basada casi exclusivamente en la exportación de materias primas.

Con referencia a las estructuras políticas nacionales se exige un «fortalecimiento institucional» en la senda del «buen gobierno». Esa cohesión política garantizaría la coordinación en la lucha contra la «delincuencia organizada transnacional, amenazas para los ciudadanos y el Estado de Derecho».

En un foro multinacional conviene releer con cuidado las referencias a la integración regional. Por una parte, se desvela una combinación de defensa del «derecho soberano de los Estados sobre sus recursos naturales». Al recordar que este derecho se regula según «su respectiva legislación nacional», se hace un guiño cómplice a las recientes nacionalizaciones, pero con reglas claras para las inversiones.

El consenso se opone a «políticas cambiarias que tengan efectos negativos sobre el comercio internacional». Por otro lado, se aboga por evitar el proteccionismo (aranceles) y acciones que obstaculicen el comercio.

El documento insiste también en generar las condiciones logísticas para lograr la plena conectividad entre los países. La falta de infraestructuras internas es un obstáculo imponente para el comercio interregional. El intercambio interlatinoamericano es muy reducido en comparación con el diseñado para la exportación al exterior.

Finalmente, se dedica una atención tradicional a los aspectos culturales en la conformación del llamado «Espacio Cultural Iberoamericano». Hay unanimidad en el reconocimiento de la cultura compartida, así como también a su diversidad. De ahí que se deba garantizar la libre circulación de bienes y servicios culturales.

Resulta significativo que este aspecto fundacional haya quedado relegado como suplementario cuando la «Comunidad/Conferencia/Cumbre» comenzó a adoptar una agenda generalizadora.

Teniendo en cuenta que los dos miembros ibéricos son al mismo tiempo socios del proyecto europeo, convendría meditar brevemente sobre el pensamiento de quien inspiró el nacimiento de la Unión Europea. Se atribuye erróneamente a Jean Monnet el comentario de que «si tuviera que empezar de nuevo, lo haría con la cultura» (no con el carbón y el acero, y menos con un Mercado Común).

La cumbre actual comenzó justificándose básicamente en la cultura compartida. El desarrollo progresivo del proyecto iberoamericano fue incorporando una agenda desmesurada para sus posibilidades y recursos. Curiosamente, derivó de comunidad a conferencia y se quedó en cumbre. En lugar de reducir su temática, la fue ampliando.

A partir del año próximo, la Cumbre Iberoamericana se reunirá cada dos años, alternando con la celebración de la Cumbre Unión Europea-América Latina/Caribe (ahora Celac). Se teme que con la jubilación de Enrique Iglesias como secretario general, el proyecto sufra de cierta inercia.

Si el propio pensamiento de Monnet se oponía a la fundación de instituciones que no tuvieran independencia y presupuesto, se comprende que el ente iberoamericano se haya resistido a su institucionalización. Pero, paradójicamente, su agenda depende de la buena voluntad del cumplimiento de sus propios autores nacionales.

¿Cuántas divisiones tiene el Papa?, se podría preguntar hoy con la sonrisa socarrona de José Stalin

La cumbre deberá, entre otras urgencias, compaginar las dificultades presupuestarias españolas (que aporta el 60 por ciento de los gastos) con la solicitud de ayuda de América Latina para capear la crisis.

De momento, el balance de este año presenta una línea de crédito de 420 millones de dólares del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) para fortalecer a las pymes, mientras la Corporación Andina de Fomento (CAF) las apoyará con 200 y 300 millones, y ampliará hasta 1.000 millones las ayudas a la banca privada.

Para evitar los litigios judiciales costosos, se han puesto los cimientos de un mecanismo de arbitraje entre empresas privadas.

El balance de la asistencia a la cumbre puede parecer positivo ya que «solamente» faltaron siete presidentes (de 22, o sea un tercio). Pero hay que matizar que de los cinco posibles de la alianza bolivariana, de inspiración del presidente venezolano Hugo Chávez, solamente asistieron dos mandatarios (Evo Morales, de Bolivia, y Rafael Correa, de Ecuador), pero estos mismos se escaparon de aparecer en la foto de familia.

Por otra parte, no hubo alusión alguna a las actividades del Mercosur, la Comunidad Andina o incluso de las nuevas Celac y Unión de Naciones Suramericanas (Unasur). En cambio, los cuatro miembros de la Alianza del Pacífico celebraron un encuentro. Son algunos guiños iberoamericanos a los que habrá que prestar atención.

* Joaquín Roy es catedrático Jean Monnet y director del Centro de la Unión Europea de la Universidad de Miami (jroy@Miami.edu).