El año sin troika de Portugal: una de cal y otra de arena

La economía lusa crece lentamente, mientras que las cifras de paro siguen estancadas y los casos de corrupción empapan la actualidad política y económica. Crónica de 24 meses fuera del control directo del Banco Central Europeo, el Fondo Monetario Internacional y la Comisión Europea.

Rueda de prensa de los representantes de la troika
Integrantes de la troika en Lisboa el 05 de mayo de 2011/ Foto: CE

Mª Ángeles Fernández y J. Marcos

Todo empezó en 2009, a pesar de que la crisis financiera llevaba un par de años coleando. El 7 de diciembre de ese año, la agencia de calificación Standard and Poor's rebajó el rating de Portugal hasta A-. Los nubarrones se concentraban en el extremo suroccidental de Europa y avisaban de que los recortes llegarían pronto. En el presupuesto estatal para 2010, aprobado en enero de ese año, se congelaron los salarios de los funcionarios públicos.

Se había abierto la veda del «austericidio», como lo calificó el historiador luso Manuel Loff.

El Gobierno, entonces en manos del socialista ahora encarcelado José Sócrates, lanzaba mensajes tranquilizadores para contrarrestar los rumores sobre un posible rescate económico: «No precisamos ningún tipo de ayuda externa». Poco eco tuvieron aquellas palabras. El 23 de marzo de 2011, el Ejecutivo se colapsó y Sócrates convocó elecciones anticipadas. El déficit seguía creciendo; los recortes, también. No se descolgaban tampoco de esta tendencia bajista los ratings internacionales que se elaboraron a partir de entonces. El suelo estaba cerca. Y el 6 de abril de 2011 Portugal pedía oficialmente el rescate.

«El factor fundamental que llevó a que el Gobierno solicitase esa ayuda fueron las dificultades del sector financiero, particularmente en relación con el riesgo de falta de liquidez y de retirada de depósitos, no tanto por las dificultades de financiación del Estado», explicó el aún Ejecutivo socialista de Sócrates. 'Los hombres de negro', como se conoce a los técnicos de la troika, se convirtieron a partir de ahí en una pieza común en Lisboa.

Desde el 5 de junio de 2011, las negociaciones con el triunvirato formado por la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional, además de la materialización en medidas concretas de sus peticiones, las llevó a cabo el nuevo Gobierno de Pedro Passos Coelho. La formación conservadora había ganado las elecciones con más del 38 por ciento de los votos, frente al 28 del Partido Socialista.

A pesar de los 78.000 millones de euros que llegaron al país, los recortes mermaron las políticas sociales y dejaron con el agua al cuello a gran parte de la ciudadanía: alrededor del 20 por ciento de la población vivía (y vive) con rendimientos por debajo de la línea de pobreza relativa, establecida en los 416 euros al mes. A lo que habría que sumar la precariedad laboral, el cierre de colegios (casi 300 en 2012), el despido de profesores o los recortes en sanidad que obligan a pagar a los usuarios cada vez que visitan un centro médico.

Muchos ciudadanos y ciudadanas optaron por huir ante la dura realidad: en tres años se marcharon entre 150.000 y 200.000 personas, cifras nunca antes vividas, ni siquiera durante la dictadura, cuando hubo un gran éxodo a las colonias africanas.

El 17 de mayo de 2014, 36 meses de intervención después, Portugal dijo adiós a la troika. Aunque en realidad fue un hasta luego, porque la compañera de viaje aún no se ha desligado del todo del país y sigue enviando recados constantemente: quieren más ajustes.

Sócrates, seis meses en prisión

Un año después de la salida de la troika los problemas del país permanecen; aunque ahora son de distinto calado. A la merma social hay que añadir la política: la corrupción y los escándalos políticos se han convertido en la gran preocupación, y en el enfado, de la ciudadanía. El ex primer ministro Sócrates lleva desde noviembre en prisión preventiva, acusado de fraude fiscal, blanqueo de capitales, falsificación documental y corrupción.

Meses antes caía uno de los mayores bancos del país, Espírito Santo, tras un agujero financiero de dimensiones todavía inciertas: se han descubierto ingresos sin declarar del primer ministro Passos Coelho; varios ministros han dimitido; Hacienda protege a los grandes patrimonios.... Y sigue.

Paralelamente, el país ha regresado poco a poco a la senda del crecimiento macroeconómico: el Producto Interior Bruto (PIB) aumentó un 0,9 por ciento en 2014 y se prevé que se incremente un 1,7 por ciento este año. También está logrando mejores márgenes para su financiación, y las exportaciones aumentan. El Gobierno conservador, que encara elecciones para el próximo otoño, se congratula de las cifras macro y de su gestión con la troika.

«No les pedimos ni más tiempo, ni más dinero. Tuvimos una salida limpia y nadie impuso un programa cautelar», ha manifestado Paulo Portas, el número dos del Ejecutivo luso. «Más que nunca, estoy convencido de que debemos continuar por la vía que hemos tomado», ha subrayado por su parte Coelho.

En el lado opuesto a la venta de alegrías y victorias, el paro se mantiene en el 13 por ciento, sin descender lo esperado y todavía por encima del registrado en 2011. Mientras, privatizaciones, como la de la aerolínea TAP, están marcando la agenda política y económica de esta primera mitad del año.