«El atrevimiento de Matteo Renzi»

Por Roberto Toscano (CIDOB)

No cabe duda: Italia es un país único, lleno de sorpresas. Después de décadas de gerontocracia, con una clase política de edad medianamente superior a la de otros países europeos, con un Presidente de la República que también supera en edad a cualquier jefe de estado europeo -sino mundial-, ahora tiene un Primer Ministro de apenas 39 años, Matteo Renzi.

Renzi y Napolitano
Renzi y Napolitano / Foto: PalazzoChigi

El fenómeno se explica por la evidente exasperación de los ciudadanos ante una situación que no es únicamente de estancamiento económico, sino que también se caracteriza por un profundo pesimismo, al borde de la depresión colectiva, y sobretodo por un rechazo a los políticos que han gobernado hasta la fecha –un fenómeno muy extendido pero que en Italia supera en virulencia y desprecio a como se vive en otros países-. Un rechazo que ha producido el sorprendente y rápido auge de un movimiento «anti-política», el Movimento Cinque Stelle, creación de un cómico populista, Beppe Grillo, que hace del insulto casi a 360 grados un inconfundible estilo político.

Otro fenómeno muy característico de la política italiana contemporánea es su extrema personalización. En este sentido, Silvio Berlusconi ha hecho escuela, tanto es así que el único partido «tradicional» que ha quedado es el Partido Demócrata, heredero de la doble tradición demócrata cristiana (en su componente más progresista) y del reformismo ex-comunista. Con el ascenso de Matteo Renzi primero a la cumbre del PD, y después a la dirección del gobierno, también la «excepción demócrata» parece estar en vías de homologación con el personalismo imperante.

El estilo de Renzi es tan voluntarista, tan exhibicionista, tan personalista, que es casi inevitable trazar un paralelismo con el estilo del Cavaliere (el mismo Berlusconi ha dicho que Renzi le recuerda a él cuando era joven), incluido cierto incansable protagonismo en los medios de información. ¿Y la substancia? A decir verdad aquí la indulgencia y la posible simpatía personal que Renzi inspira a Berlusconi entran en contradicción con la sospecha de que el joven y atrevido florentino pueda ser capaz -como no lo han sido los políticos tradicionales de centro-izquierda- de archivar definitivamente la «era Berlusconi». Si bien Renzi ha vuelto a acreditar políticamente al desprestigiado líder del Popolo della Libertà, concluyendo con el un acuerdo sobre la reforma electoral, la duda de Berlusconi y de sus acólitos es que en realidad este acuerdo acabe reforzando a Renzi y ulteriormente debilitando a Berlusconi, que además está a punto de ser consignado a arresto domiciliario –o probablemente a horas de servicio a la comunidad como manera de cumplir su condena por fraude fiscal-.

Pero, aún más crítico que la reforma electoral o las relaciones con Berlusconi, es la situación de la economía en un país que no ha crecido en más de diez años y que debe encontrar la manera de superar el lastre de una deuda extremadamente alta. En economía Renzi no tiene nada de la izquierda clásica -y, según algunos, nada de la izquierda y punto-, y no es exagerado encontrarle algún parecido político con Tony Blair (con quien acaba de tener un encuentro muy cordial en Londres). Pero hasta los neoliberales tienen que tomar en cuenta los límites de una austeridad que corre el riesgo de curar la enfermedad y matar al paciente. Nadie puede permitirse, en estos tiempos de populismo y anti-europeismo creciente, aparecer como el facilitador de las despiadadas recetas que vienen de Bruselas, o mejor dicho de Berlín.

Así que Renzi, siempre con gran desenvoltura, ha dicho más de una vez que las recetas europeas en materia fiscal tendrían que ser flexibilizadas. Lo interesante es que lo que parecía un atrevimiento juvenil, y también el producto de una falta de madurez y experiencia, está resultando menos atrevido de lo esperado. En primer lugar Renzi ha encontrado coincidencias significativas con otros líderes europeos, empezando por el presidente francés François Hollande y, más importante, Christine Lagarde, directora de la que ha sido tradicionalmente la organización más ortodoxa en temas fiscales, el Fondo Monetario Internacional, también ha empezado a expresar críticas a las políticas europeas que siguen basadas en el supuesto (hoy evidentemente absurdo) de que el enemigo principal sigue siendo la inflación. Aún con toda la prudencia que le define, el jefe del Banco Central Europeo, Mario Draghi, ha empezado a moverse en esta dirección.

Al final, puede ser que Matteo Renzi no sea tan imprudente y tan atrevido como parece. La presidencia italiana de la Unión Europea, sobretodo, pronto nos permitirá averiguarlo.

*Roberto Toscano es Investigador sénior asociado del Centro de Información y Documentación de Barcelona (CIDOB)