El papa Francisco refuerza las ilusiones de un catolicismo ecologista

El hecho de que el nuevo papa haya elegido el nombre de Francisco, para honrar al santo que la Iglesia Católica proclamó patrono de la ecología, despierta toda suerte de ilusiones en ecologistas y creyentes preocupados por el consumismo y el deterioro del planeta. En 1979, el entonces papa Juan Pablo II proclamó a San Francisco de Asís (1181/1182-1226) patrono de los cultivadores de la ecología.

Mujeres indígenas en San Cristobal de las Casas sacando agua de un pozo
Mujeres indígenas en San Cristobal de las Casas / Foto: Mauricio Ramos (IPS)

En su homilía de entronización como papa Francisco, el argentino Jorge Bergoglio se refirió al respeto por la naturaleza que profesaba el santo de Asís del que ha tomado el nombre, y exhortó a quienes ocupan puestos de responsabilidad a «custodiar la creación» y a ser «guardianes del otro (ser humano) y del ambiente». «Es muy bueno que un líder mundial tome este tema como prioridad», dice el director de la Fundación Vida Silvestre de Argentina, Diego Moreno. «Con el poder de amplificación que tiene la Iglesia, que lo ambiental sea parte del discurso del papa es muy importante porque hará que más gente se comprometa».

En América Latina y en África «los problemas ambientales están muy vinculados a la pobreza, donde viven las poblaciones más vulnerables al cambio climático y a la degradación del suelo», explica Moreno. Pero, además, hay otros asuntos en los que el papa «puede resultar un aliado». El consumo excesivo, «lindante con el derroche», tiene gran impacto en los recursos naturales. Los ecologistas y el episcopado latinoamericano coinciden en sus críticas al consumismo y en la exhortación a desarrollar un estilo de vida más austero.

La homilía papal está en línea con las recomendaciones del Documento Conclusivo de Aparecida, adoptado en 2007 en esa ciudad brasileña por la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe. Bergoglio, elegido papa el 13 de marzo, presidió el comité que redactó aquel texto. En él se critica a las industrias extractivas internacionales y a la agroindustria por no respetar los derechos económicos, sociales y ambientales de las poblaciones locales, y se cuestiona la introducción de organismos genéticamente modificados (o «manipulados», según el texto), pues no contribuyen a combatir el hambre ni a un desarrollo rural sostenible.

El documento destaca la riqueza de flora y de fauna y la diversidad social de la región, reivindica el conocimiento tradicional indígena, «apropiado ilícitamente» por la industria farmacéutica, y exhorta a preservar la Amazonía como parte de «una herencia gratuita que recibimos para protegerla». El llamamiento a preservar el medioambiente «es un aspecto poco conocido» del documento de Aparecida, explica el doctor en ciencias físicas Pablo Canziani, encargado del Área Ambiental del Departamento de Laicos de la Conferencia Episcopal Argentina.

Las cuestiones ambientales no han sido una preocupación tradicional del catolicismo hasta que adquirieron relevancia por sus nexos con el desarrollo humano, reconoce Canziani, integrante del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático. «Los que más sufren el cambio climático, la desertificación o el desperdicio de alimentos son los más pobres», advierte el científico que ha sido parte, como asesor, de varias delegaciones del Vaticano a conferencias de la Organización de las Naciones Unidas sobre pobreza, ambiente y alimentación.

Lo cierto es que en Aparecida, los obispos subrayaron que en América Latina y el Caribe, la naturaleza «es frágil e indefensa ante poderes económicos y tecnológicos», y reclamaron que «sobre los recursos naturales no predominen intereses de grupos económicos que arrasen irracionalmente las fuentes de vida». En cuanto a orientaciones, el texto plantea «educar para un estilo de vida de sobriedad y austeridad solidarias», ampliar la presencia pastoral en poblaciones amenazadas por actividades depredadoras, y buscar «un modelo de desarrollo alternativo, basado en una ética que incluya la ecología».

Juan Pablo II (1978-2005), además de consagrar a San Francisco como patrono de la ecología, fue el primer pontífice en poner estos temas en la agenda de la Iglesia Católica, según el sacerdote Luis Scozzina, director del Centro Franciscano de Estudios y Desarrollo Regional. El centro se creó, en el marco de la Universidad Católica Argentina, «para aportar difusión e investigación sobre cuestiones relativas a la problemática ambiental», se explica en su web. El cuidado de la creación es uno de los ejes de la espiritualidad franciscana, explica Scozzina.

El hasta hace poco cardenal Bergoglio, es «el jesuita más franciscano que hemos conocido», porque además de una inclinación intelectual propia de los jesuitas, tiene el estilo de vida austero y cercano a los pobres que caracteriza a un franciscano, explica Luis Scozzina. «Francisco va a poner la crisis ecológica bien alta en la agenda. Ya lo planteó en su homilía, cuando habló del cuidado en las tres dimensiones, de uno mismo, del otro y de la creación. Con el otro se refiere a los más pobres, que son los más perjudicados por las consecuencias del deterioro ambiental».

El sacerdote añade que «hasta los más optimistas advierten que vamos hacia una progresiva destrucción y, frente a ello, en la Iglesia planteamos una ética de la sobriedad, un cambio que debe venir del estilo de vida, que supere esta ansia desenfrenada por el consumo». En Aparecida, recuerda, se propuso la necesidad de un cambio en el modelo de producción. «En América Latina eso lleva a una reflexión. ¿Vamos a seguir con el modelo extractivo de los recursos naturales?». Ese es el debate que se debe proponer, asegura.