El reto de Mogherini

(CIDOB)

Federica Mogherini debería estar satisfecha, y de hecho, parece muy feliz: su camino hacia el trabajo de Alta Representante, la jefa de la política exterior de la UE, no ha sido fácil. De hecho ha sido un camino cuesta arriba. En parte se debe a la complejidad de la alquimia relacionada con designar los trabajos superiores en la estructura de la Unión; aunque también ha habido otros obstáculos que salvar. Su juventud, la supuesta falta de experiencia y, el más ominoso, la acusación explícita – recogida y retransmitida por varios medios de comunicación – de ser blanda con Rusia. Objeciones que son infundadas o irrelevantes.

Ashton y Mogherini
Ashton y Mogherini / Foto eeas/ANSA (GUIDO MONTANI)

Sobre la edad, como italiano dejarme poner el acento en que, después de vivir durante décadas bajo un régimen gerontocrático, deberíamos saludar a las caras nuevas en política positivamente. También hay que tener mucho cuidado en no caer en la misoginia oculta: no he escuchado que el Primer Ministro de Italia, Matteo Renzi de 39 años, o el nuevo Ministro de Economía francés, Emmanuel Macron de 37 años, sean demasiado jóvenes. Respecto a la experiencia, está claro que Mogherini no tiene el CV que tenía Javier Solana cuando se le dio el puesto de Alto Representante pero – con veinte años lidiando con los asuntos exteriores en su partido y en el Parlamento – tiene más experiencia que la que tenía su inmediata predecesora, Catherine Ashton, cuando obtuvo el puesto.

Finalmente, la supuesta «suavidad» con Rusia, incluso si queremos admitir que existe y que no es una polémica invención, no se le puede atribuir a ella sino al gobierno italiano. Ella no fue a Moscú por iniciativa personal.

Ahora que se ha terminado la batalla y Federica Mogherini se prepara para asumir sus funciones en Bruselas, es interesante ver que el tono y el contenido de la prensa internacional sobre su personalidad y su perfil son mucho más «frescos» y menos instrumentales hacia otras agendas políticas. Todo el mundo se sorprendió cuando el Wall Street Journal, que había liderado el aluvión de críticas hacia su candidatura, publicó un artículo el 4 de setiembre que hablaba sobre su «combinación de aplomo, sus habilidades lingüísticas, y su firmeza de carácter». Federica Mogherini ahora aparece feliz pero no da ninguna señal de estar subestimando los grandes retos a los que se deberá enfrentar en su nuevo trabajo. Todo lo contrario, no ha parado de repetir que tiene muy claro que su trabajo será muy duro.

La UE se enfrenta a serias crisis tanto en el Mediterráneo y Oriente Medio como en el este del continente europeo – crisis que amenazan con tener consecuencias nefastas tanto en términos de seguridad como en intereses económicos, desde la energía al comercio de la Unión Europea.

Los cínicos dicen que el problema en Medio Oriente es permanente probablemente irresoluble – comenzando por el conflicto Israel/Palestina – y que no hay nada nuevo. Esto no es verdad en tanto que lo que estamos presenciando hoy no es solamente el choque de intereses estatales – con la participación de actores no estatales, incluyendo organizaciones terroristas – sino el producto del colapso de un conjunto de estados-nación. Lo vimos por primera vez hace unas décadas con la implosión de Somalia y hoy, este proceso ha alcanzado las orillas del Mediterráneo (definitivamente no fuera del alcance tanto de la UE como de la OTAN), donde Libia está en el camino de convertirse en un estado fallido. El mismo fenómeno del «Estado Islámico» es producto de una doble crisis de los estados de Irak y Siria, y amenaza en convertir estas dos crisis gemelas en irreversibles.

Todo esto sucede en un momento de cambio en la política de Estados Unidos bajo el mandato del Presidente Obama – no hacia el aislacionismo, una opción imposible, pero en una dirección de una mayor conciencia sobre los límites del poder estadounidense, así como sobre la base de una reevaluación crítica de la ambición insostenible de un sistema internacional unipolar centrado en Washington. Hoy, sin embargo, ha quedado claro que no hay una «exclusión voluntaria» de la situación en Oriente Medio; y quizás, Obama, sin renegar a su rechazo al intervencionismo unilateral estadounidense, está orientando sus políticas como el otro Bush, el Bush Sr.; quien demostró que detener a un dictador como Saddam y revertir la invasión de Kuwait no quería decir «ir a Bagdad» y enfrascar a Estados Unidos en una tarea – que se ha demostrado imposible – de construir un sistema plural y democrático en unas condiciones de fragmentación étnica y religiosa. Ahora, Obama ha decidido usar medios militares (por ahora bombardeos limitados) para parar a los yihadistas del EI tanto en Irak como en Siria. Pero como George H.W. Bush, ni pensará en «ir a Damasco».

La alternativa no está entre no hacer nada y ocupar un país desmantelando su liderazgo y su estructura político-militar. «Si lo rompes, te lo quedas» y es razonable que Obama siente que Estados Unidos no pueden permitirse «quedarse» con otro país disfuncional.

Pero si el cambio es del unilateralismo a la alianza y asociación, Europa tiene un papel que desempeñar, y también unos intereses que defender y una responsabilidad que reconocer. Aquí no hay división entre la «vieja» y la «nueva» Europa, como no la hubo en los tiempos de la primera guerra del Golfo; mientras que el ataque de George Bush a Irak bajo pretextos falsos creó una división desastrosa.

Federica Mogherini tendrá que ser promotora y coordinadora de este papel europeo indispensable (sí, tenemos que demostrar que los Estados Unidos no son el único actor internacional imprescindible) – una tarea que será compleja pero no imposible, especialmente si nos centramos en el abanico de instrumentos que la UE tiene a su disposición. Algunos poderosos y ya probados, como los relacionados con la economía y el desarrollo, otros – como la seguridad y la defensa – que deben desarrollarse más allá de su estado declarativo.

Aún más directa será la responsabilidad de Europa para hacer frente a la crisis en el este. Una crisis que fue inesperada pero, que tal vez, sólo porque habíamos archivado el dossier de Rusia después del fin de la Unión Soviética. El problema de hoy es la falta de firmeza – incluso los críticos de Mogherini tienen que admitir que no hubo nada de ambiguo en lo que dijo después de su elección sobre la necesidad de parar las aventuras y provocaciones de Putin. Al mismo tiempo, sin embargo, no debemos pasar por alto que incluso ciertas personas que no son sospechosas de ser «suaves con Rusia», como Henry Kissinger y Zbigniew Brzezinski, han escrito que hay que mirar más allá de la presente crisis y, mientras se intenta convertir a Ucrania en un país viable tanto económico como políticamente, se debe combinar firmeza ante la agresión con la búsqueda de una cierta relación con Rusia que tenga en cuenta sus intereses legítimos; que evidentemente no incluye el derecho de Moscú de usar la fuerza para protegerlos. Esto es necesario no sólo para evitar la perspectiva impensable de una guerra en el continente europeo, sino también para privar a Vladimir Putin del consenso arrollador que obtiene al jugar la carta del resentimiento generalizado que tienen los ciudadanos rusos con «Occidente» (principalmente Estados Unidos pero también Europa) por lo que sienten que fue una falta de reconocimiento de estos intereses.

Como europeos solo podemos desear a Federica Mogherini – y a nosotros mismo – buena suerte.

*Roberto Toscano es Investigador sénior asociado del Centro de Información y Documentación de Barcelona (CIDOB)