Europa avanza, a la espera de la letra pequeña

Sin vencedores ni vencidos, como gusta concluir a los líderes comunitarios, el Consejo Europeo ha dado muestras, cuatro años después, de tomarse en serio la crisis financiera e intentar demostrar que la política puede ser eficaz, cuando hay voluntad, ante el poder de los mercados. Las medidas adoptadas para cortar la hemorragia que supone la ahora imposible financiación de España e Italia y la hoja de ruta para la integración fiscal, bancaria y política abren muchas expectativas que dependen de la letra pequeña que se vaya poniendo a los acuerdos, es decir, de intereses nacionales o europeos.

Merkel, Monti y Draghi, en el Consejo Europeo
Merkel, Monti y Draghi, en la cumbre europea / Foto: Consejo UE

Las ruedas de prensa de los líderes de los 27, tras la cumbre del crecimiento y la estabilidad, fueron una sucesión de declaraciones a favor de la irreversibilidad del euro como moneda común. Todos celebraron las medidas acordadas como un éxito, aunque esta vez no se tiró del optimismo habitual, a la vista de que la crisis ha llevado a la UE a los límites de su propia existencia. Y todos quisieron hacer creer a sus respectivas audiencias nacionales que habían conseguido lo que perseguían.

La canciller alemana, Angela Merkel, volvió a Berlín para, con el aval del acuerdo europeo, conseguir que la oposición la apoyara para aprobar en su Parlamento el Pacto Fiscal y el Mecanismo de rescate permanente. Aunque para todos era evidente que había tenido que ceder en sus férreas posiciones de austeridad, ella recalcó que «se mantiene fiel a la filosofía de ninguna prestación sin contraprestación».

Para el presidente francés, François Hollande, los resultados del Consejo Europeo suponen la confirmación de su liderazgo europeo. Las propuestas a favor de un giro en la UE hacia el crecimiento y otra forma de gestionar la crisis, que le valieron su triunfo en Francia, están ya en los papeles comunitarios y él es el impulsor incuestionable. «Europa ha sido reorientada como convenía», dijo Hollande constatando que sus propuestas son la base de los acuerdos: «Hemos pasado una etapa importante, se lograron progresos significativos. Se otorga la prioridad al crecimiento, se crean nuevos instrumentos y, para los estados que lo aceptaron, la tasa a las transacciones financieras. Por todas esas razones, creo que hay un marco coherente y la voluntad de profundizar en la unión monetaria y política». Todo ese proceso pasará, para ser real, por una importante cesión de soberanía a Bruselas, cuestión que tradicionalmente ha sido una «bestia negra» en Francia.

El primer ministro italiano, Mario Monti, impulsor del bloqueo al que luego se sumo España, –dicen que llegó a amenazar con su dimisión- ha podido presentarse a su público como el italiano que se plantó ante Merkel. Reconocía después que «ha habido muchas discusiones, un poco de tensión, pero ha sido muy útil porque hemos avanzado».

El presidente del gobierno español, Mariano Rajoy, volvió a Madrid con la satisfacción de haber ganado con el órdago hispano-italiano a los socios comunitarios, pero evitó, ya escarmentado, triunfalismos que no proceden cuando se está al borde del precipicio. Resumió sin alardes que el resultado de la cumbre permitirá inyecciones directas de capital europeo a los bancos en dificultades y se actuará de manera más activa para afrontar las presiones sobre la deuda y, a continuación, resaltó, en su papel más europeísta, que «el euro es el gran triunfador del Consejo Europeo».

En el aire, una vez más, saber qué y cuánto costará a España haberse salido con la suya, por mucho que Rajoy descarte exigencias «macroeconómicas». Las palabras de Merkel sobre la condicionalidad de las ayudas, unidas a las del Banco Central Europeo en la misma dirección, sin hablar de requisitos adicionales, sí refuerzan la posición de vigilancia sobre las cuentas españolas y las reformas que deben adoptarse. Pero la canciller alemana también dijo que no habrá «troika» para España e Italia si finalmente piden la intervención de los fondos de rescate en los mercados de deuda o la recapitalización directa de la banca.

Lo cierto es que no será necesario que haya «troika». Las recomendaciones previas de la Comisión Europea para España –«obligaciones» según dijo bien el comisario Almunia- tendrán que adoptarse sí o sí. Subir el IVA, revisar, de alguna forma, la reforma de las pensiones y controlar más decididamente el gasto autonómico son cuestiones que ya están en la mesa del Consejo de ministros. Con acuerdo o sin acuerdo en la cumbre, habría que afrontarlas.

Al margen de las medidas a corto plazo para resolver el abrumador problema de la deuda en España e Italia, el Consejo ha «vendido» un pacto por el crecimiento y el empleo que viene a ser un «cuento de la lechera», porque promete convertir una inversión de 10.000 millones de euros en 120.000 millones. Dicho esto, el aplauso es general a la decisión de basar en ajustes y recortes todo lo que la UE es capaz de proponer para recuperar estabilidad. La cuestión que se presenta es si la coordinación de políticas nacionales e instrumentos comunitarios que persigue el pacto será compatible y eficaz.

El acuerdo más de fondo es también el que se presenta a más largo plazo y con más incertidumbres, lo que el Consejo ha denominado «Hacia una auténtica Unión Económica y Monetaria», un marco financiero, presupuestario y de política económica integrado y «refuerzo de la legitimidad y responsabilidad democráticas».

El compromiso, refrendado ahora por los jefes de Estado y de gobierno, es definir qué significa eso y hasta donde están dispuestos a llegar los 27 antes de que finalice el año, para después, previendo ya un camino lleno de dificultades, concretar lo que ya debería haberse hecho, antes de una década. Así es la UE.