Europa mira a España como aliado estratégico para diversificar el suministro del gas

El viejo dicho de que no hay mal que por bien no venga resuena con fuerza estos días en los corrillos del sector energético español. La crisis de Crimea y el riesgo de que Rusia cierre el grifo del gas, ha puesto de manifiesto la necesidad de reorientar la política energética de la Unión Europea y de buscar nuevas fuentes de suministro. Y en esa reorganización España podría ser una pieza clave para hacer frente al poder del Kremlin.

Regasificadora en el Puerto
Regasificadora de Iberdrola, Puerto de Sagunto (España)/ Foto: Sedigas

Hasta ahora Europa había tratado de contener la posición dominante de Gazprom, la principal compañía rusa de gas, mediante una estricta normativa en materia de competencia. Sin embargo, Europa sigue importando el 30% del gas de Rusia. De hecho, España, junto con Portugal, Reino Unido, Irlanda, Malta, Dinamarca y Suecia, es uno de los pocos países que no tiene ningún tipo de dependencia energética de Moscú.

El pasado 21 de abril, el Consejo Europeo reconocía la necesidad de reorientar la política energética para reducir la dependencia de Rusia. Mariano Rajoy consiguió que las conclusiones de la Cumbre incluyeran una referencia explícita al papel que podría jugar España como futuro suministrador de gas a los estados miembros. El documento final recoge la necesidad de «abarcar la Península Ibérica y la región mediterránea para conseguir diversificar el suministro».

«España tiene capacidad para producir el doble del gas que consumimos» recordaba Rajoy. Se trata además de uno de los mercados más diversificados de la Unión, sólo equiparable al modelo británico. El gas llega desde 11 países de los cinco continentes. Aproximadamente la mitad se recibe a través del gasoducto Medgaz, que une Argelia con Almería. De hecho, el ministro de Exteriores español, José Manuel García-Margallo, reconocía en una reciente visita a Argel el papel destacado del país árabe como «socio prioritario» de España en materia energética.

El resto, llega a bordo de grandes buques en forma de Gas Natural Licuado (GNL) procedente de los países del Golfo, Nigeria, Trinidad y Tobago, Perú o Noruega. El gas se transporta en su forma líquida y luego en las plantas de desgasificación se devuelve a su estado gaseoso. Existen seis plantas de este tipo operativas, y una más que de momento no se ha puesto en marcha. Además, hay otras siete en construcción. Supone el 30% de la capacidad de regasificación de Europa.

Plantas a medio gas

Pero el problema llega cuando el gas tiene que cruzar los Pirineos. En su visita a Argel, Margallo insistía en la necesidad de mejorar las interconexiones entre España y el resto de Europa. En la actualidad, las infraestructuras no permiten exportar el excedente de gas, obligando a las plantas a funcionar a menos de la mitad de su capacidad. «Aunque España y Portugal ya tienen un mercado energético integrado, están todavía aislados del resto», lamentaba el presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durao Barroso, en la rueda de prensa posterior al Consejo Europeo.

«España es el socio óptimo para conectar Europa con una cartera de suministradores diversificados y alejados de Rusia», opina Gonzalo Escribano, director del Programa de Energía del Real Instituto Elcano, que en varias publicaciones ha puesto de relieve la necesidad de mejorar la «insuficiente interconexión con Francia». Fuentes de la Asociación Española del Gas (Sedigas) consideran que España se encuentra posicionada en un punto «estratégico», al estar situada entre la Cuenca Atlántica y la del Pacífico. «Son todas infraestructuras gasistas de primer orden», explican estas mismas fuentes, que lamentan que ninguna esté funcionando al 100%.

La mejora pasaría por que el Midcat, el futuro gasoducto que conectará Francia y España a través de Cataluña se haga realidad. Un informe del Instituto Español de Estudios Estratégicos (IEEE) sostiene que esta unión convertirá a España en un actor clave en el panorama energético europeo. «Las infraestructuras españolas deberían servir para crear un puente que garantice y diversifique el suministro», explica Mar Hidalgo, analista del IEEE.

De hecho, según datos de Sedigas, actualmente España puede suministrar a Europa 5,2 bcm (miles de millones por metro cúbico). Está previsto que cuando en 2015 se termine el proyecto Irún-Biriatou, el flujo aumente hasta los 7,1 bcm. Sin embargo, el Midcat, que ya ha sido incluido en la lista de proyectos PCI (Proyectos de Interés Común) de la Comisión, permitiría doblar la capacidad hasta alcanzar los 14 bcm. «Supondría exportar a otros países el equivalente a la mitad del consumo de toda España en un año», aseguran desde Sedigas.

Beneficios económicos

De convertirse en un país clave para la estrategia energética europea, en clave internacional España ganaría peso entre sus socios europeos pero además, supondría un importante impulso para la economía nacional. Hasta ahora las compañías eléctricas y gasísticas tenían que asumir el coste de infrautilizar las plantas. Sin embargo, el auge del sector energético aumentaría los beneficios, impulsando de forma paralela otros sectores como la industria, el transporte o los servicios. Para Salvador Gabarró, presidente de Gas Natural Fenosa, se trata de «una oportunidad importante para reivindicar el papel que el sistema español podría tener».

«La independencia energética es una asignatura pendiente», reconocía Herman Van Rompuy, presidente del Consejo Europeo tras la Cumbre de Bruselas. Hasta ahora se había apostado por el llamado corredor sur, destinado a importar el gas desde Azerbaiyán y Turkmenistán, pero no ha resultado efectivo al ser países sobre los que Rusia tiene una influencia directa. Otra solución pasa por importar gas de esquisto desde Estados Unidos, pero este todavía es un punto de la negociación del Tratado de Libre Comercio.

En cualquier caso, para que España salga beneficiada, las mejoras en las interconexiones deberían llegar cuanto antes. Ya hay otros países europeos que están construyendo estaciones de GNL y si no consigue suministrarlo eficazmente, España podría perder la ventaja competitiva. «Existe el riesgo de que dentro de poco haya más países con infraestructuras similares», asegura María del Mar Hidalgo, analista del IEEE.