La Iglesia Católica atrapada en su sexofobia

Acabados todos los actos litúrgicos de la Semana Santa, el papa Francisco ha dejado muchos gestos de cambio, pero todavía no ha dado pasos públicos para potenciar el papel de la mujer, relegada en toda la liturgia de estos días al simple papel de «lectora» de textos secundarios. Jorge Bergoglio comenzó su mandato papal con el desafío de dirigir una Iglesia Católica que vive un continuo desgaste por su actitud negativa hacia la sexualidad y las mujeres, tan en contradicción con el mundo actual.

Francisco saludando fieles
Saludando fieles

Ya no se puede dejar que las mujeres, que son «el verdadero sostén de las comunidades cristianas», sigan sin igualdad de derechos dentro de la Iglesia, «como si fueran seres humanos de segunda categoría», señala João Tavares, un sacerdote casado radicado en São Luis, en el noreste de Brasil. «Habría mucha más sensatez, eficiencia y ternura» y no «esa inmensa ola de pedofilia y pederastia en la jerarquía y en los colegios religiosos» si la Iglesia Católica ya hubiera incorporado a las mujeres al ejercicio del sacerdocio y en los distintos mandos de la institución.

Pero además de excluida de la jerarquía, la mujer ni siquiera puede formar pareja con un sacerdote sin, con ello, inviabilizar su ejercicio como tal, salvo que ambos no se sujeten a la clandestinidad y a la hipocresía. En la práctica se transmite una imagen de la mujer como fuente del pecado contagioso. La Iglesia Católica, al igual que la mayoría de los ejércitos, se destaca por su androcentrismo, excluyendo mujeres de sus decisiones y de la conducción de sus celebraciones, aunque ellas constituyan la mayoría religiosa y sean las grandes «consumidoras de los bienes espirituales», lamenta Regina Jurkewicz, una de las coordinadoras del movimiento Católicas por el Derecho a Decidir (CDD) en Brasil.

Esa discriminación contrasta con otras religiones, como las afrobrasileñas, que cuentan con sus «padres y madres de santo», o los budistas que admiten monjas y los anglicanos que tienen obispas, destaca esta doctora en sociología de la religión. El choque con la realidad gana mayor intensidad porque el catolicismo predomina en algunas regiones donde más se ha avanzado en las conquistas femeninas, realzando las discrepancias entre las reglas eclesiásticas internas y el contexto social.

Las CDD constituyen un movimiento de pensamiento teológico feminista que en América Latina cuenta con organizaciones en 10 países, conectadas desde 1996 en una red regional. «Luchamos por el cambio de los patrones culturales que limitan, en nuestras sociedades, la autonomía de las personas, especialmente de las mujeres», dice la presentación de la Red Latinoamericana. Este grupo surgió en Brasil en 1993 y una de sus fundadoras fue Jurkewicz, que militó en pastorales sociales «desde joven» y a aprincipios de los 90 tuvo contacto con ideas feministas, sumándose a otras activistas que discutían el lugar de la mujer dentro de la Iglesia Católica.

Las conferencias que la Organización de las Naciones Unidas promovió en aquella década, incluyendo la de mujeres realizada en 1995 en Pekín, fueron importantes al desarrollar conceptos como los derechos sexuales y reproductivos, contra la oposición del Vaticano, recuerda Jurkewicz. Con una «moral sexual de ojos cerrados para la realidad», la Iglesia Católica sigue como un obstáculo a avances en esos derechos y retrocede en sus cuestiones internas, evalua. Su jerarquía sigue rechazando el uso de preservativos, los anticonceptivos, el aborto, las parejas homosexuales y el matrimonio de los sacerdotes.

Una consecuencia de esa línea impuesta por Roma es la pérdida de fieles. Brasil ya no puede denominarse como «un país católico», así como otros latinoamericanos, donde nuevas religiones crecen aceleradamente. Para Jurkewicz, ese declive de fieles debió ser uno de los factores que condujo a le elección del primer Papa latinoamericano. A pesar del avance de los cultos evangélicos, la región sigue aún con mayoría católica y, a diferencia de Europa, con gran participación de los jóvenes, una convocatoria que es decisiva para el futuro de esta iglesia.

Pero es difícil mantener esa adhesión juvenil confrontando la opinión pública. Una encuesta realizada por el Instituto Datafolha el 20 y 21 de marzo determinó que el 93 por ciento de los brasileños católicos aprueban el uso de preservativos, el 64 por ciento están a favor de que las mujeres puedan celebrar misas y el 51 por ciento que los sacerdotes se casen y formen familias.

La consulta también muestra porcentajes ligeramente inferiores opinando que el flamante papa Francisco debería orientar la Iglesia Católica por esas opiniones mayoritarias. Por ejemplo, el 58 por ciento de los entrevistados quieren ver al Vaticano apoyando mujeres en el sacerdocio, el 48 por ciento que se apruebe el matrimonio de los sacerdotes, mientras el 41 por ciento de ellos opinaron en contra. Además, el 87 por ciento de los entrevistados en general y el 86 por ciento de los católicos, creen que sí hay sacerdotes involucrados en pedofilia y abusos sexuales.

El celibato obligatorio de los sacerdotes, que fomenta esa llaga interna, «nunca fue dogma, no tiene fundamento natural ni bíblico, filosófico o teológico, fue una triste invención de la jerarquía de la Iglesia Católica», explica José Tavares, responsable de comunicaciones del Movimiento Nacional de las Familias de los Padres Casados (MFPC). Una cuestión «de organización y poder», porque es más difícil controlar a sacerdotes con mujer e hijos, y que tengan que ahorrarpara la manutención de sus familias. Estos principios están detrás del celibato adoptado en el siglo XI, según Tavares, casado desde 1979 con Sofía, también filósofa y teóloga. «Amaba mucho el sacerdocio», explica, pero lo dejó después de años de reflexión, insatisfecho con la «vida humanamente pobre» y la mentalidad de una Iglesia que «en lugar de luz, sal y fermento del mundo» prefirió el poder, «vanidad, grandes catedrales, y dominar las conciencias».

Por eso se adhirió al Movimiento de los Padres Casados, que presidió de 2000 a 2002, buscando compartir valores en común. Se estima que unos 5.000 sacerdotes en Brasil se han casado como Tavares, que tiene dos hijas y una nieta. El nuevo Papa ya tuvo «gestos cautivadores, simpáticos», como la elección del nombre, la sencillez personal y el voto de pobreza, pero ya declaró su oposición al aborto y la unión homosexual, posiciones que no alientan esperanzas. Solo el tiempo dirá si hará cambios, concluye.

Pero también hay «un cierto miedo o, incluso, aversión a la sexualidad» por parte de la «jerarquía católica occidental», vinculada desde sus orígenes al «platonismo, en el que el cuerpo es un mal y el alma prisionera anhela liberarse de ese cuerpo», explica tras acusar a los dos últimos papas de intentar tapar el «tsunami de homosexualidad y pedofilia».

El papa Francisco, como sudamericano, puede quizás prestarles atención a «esos dos graves y urgentes problemas», del celibato y la exclusión femenina, indica con esperanza Tavares, originario de Portugal pero residente desde 1967 en el nororiental estado brasileño de Maranhão, primero como misionero en el interior del distrito y luego como profesor de filosofía de una universidad pública en la capital, São Luis.

Sin embargó Jurkewicz entiende que solo «una conversión» como la que hizo Óscar Arnulfo Romero, un arzobispo progresista en El Salvador, asesinado en 1980 por su actividad a favor de los pobres y los derechos humanos, podría llevar a Francisco a promover cambios profundos en la Iglesia.