Las democracias árabes encuentran fuertes desafíos

Las protestas contra Occidente a lo largo y ancho del mundo islámico, que estallaron tras divulgarse un vídeo antimusulmán presuntamente producido en Estados Unidos, constituyen una severa prueba para los nuevos gobiernos democráticos de Egipto, Túnez, Libia y Yemen, entre otros.

Enfrentamientos con la policía
Enfrentamientos en Egipto/ Foto: YouTube

Es tiempo de que las nuevas democracias árabes expliquen a sus pueblos, pública y enérgicamente, que las acciones individuales en países de Occidente, sin importar cuán ofensivas sean, no reflejan necesariamente la postura de los gobiernos occidentales.

Las sociedades occidentales son diversas y complejas y, como las musulmanas, no deberían ser responsabilizadas por los actos de uno o más extremistas, aunque sean insultantes para la religión o el libro sagrado.

Las democracias árabes están produciendo nuevos y diversos líderes, ideologías y centros de poder, que los otrora dictadores reprimieron durante décadas. Si la democracia quiere prosperar en la región, no se debería dar la bienvenida a la ideología salafista, de mentalidad cerrada y exclusivista, que predica el odio y la intolerancia. Los gobiernos árabes deben actuar de modo decisivo para frenar la creciente marea de salafismo radical.

Por lo menos cuatro factores guían las actuales protestas masivas en la zona. Primero, el recién descubierto sentido de democracia y empoderamiento que da a las personas la libertad de salir a las calles cada vez que sienten la urgencia de expresar sus puntos de vista sobre un asunto. Una vez acostumbrado a la idea de la libertad de reunión, la sociedad árabe se inclinará menos por dejar su trabajo y a salir a la calle independientemente de la causa que lo motive.

Segundo, en las últimas manifestaciones ha estado subyacente un sentimiento antiestadounidense, que se arrastra desde el gobierno de (George W.) Bush a causa de lo que se percibe como políticas antiislámicas.

Otro factor son los salafistas radicales, que se oponen a lo que llaman una democracia creada por los seres humanos y a relaciones pacíficas con Occidente. Han usado las protestas para perjudicar al recién nacido experimento democrático que se lleva a cabo en Egipto, Túnez y Libia, y agitan los sentimientos antioccidentales en las calles. Los salafistas también han intentado apoderarse de la revolución contra (Bashar Al) Assad en Siria.

Finalmente, la red Al Qaeda y sus grupos subsidiarios en Yemen, Iraq, el norte de África y otras partes ha intentado usar las protestas callejeras para enmascarar sus complots contra regímenes árabes y funcionarios e intereses de Occidente en la región.

Mientras las democracias echan raíces, los gobiernos deben educar a sus ciudadanos sobre la naturaleza del sistema, así como de las libertades de expresión y asociación, que son su sello distintivo en cualquier parte del mundo.

Durante años, mis analistas y yo hemos advertido a altos funcionarios que el mundo musulmán es diverso y complejo, y que solo una pequeña minoría de ellos eran extremistas y terroristas.

Se ha dictaminado que vastas mayorías de los 1.600 millones de musulmanes rechazaban la narrativa terrorista, que el hoy fallecido Osama bin Laden y su red Al Qaeda habían promovido en nombre del Islam. Evaluamos que, por el bien de nuestro interés nacional, nuestros líderes no deberían pintar a todo el mundo musulmán con la amplia brocha del terrorismo.

Los presidentes Bush y Barack Obama, en buena medida, han aceptado el análisis y actuado en base al mismo. Con frecuencia declararon que la guerra contra Al Qaeda y el terrorismo mundial no era contra el Islam, y que Occidente y el mundo musulmán comparten muchos valores.

Siguiendo la misma lógica, las manifestaciones violentas y la destrucción gratuita perpetrada por grupos volátiles, muchos de los cuales ni siquiera han visto el ofensivo vídeo divulgado a través de

YouTube, podrían llevar a algunos en Occidente a ver a todo el mundo musulmán como un lugar donde escasea el discurso racional y abunda el frenesí de las multitudes.

La secretaria de Estado de Estados Unidos, Hillary (Rodham) Clinton, ha denunciado el vídeo antiislámico en los peores términos. Ha enfatizó que su gobierno y su pueblo no tenían nada que ver con él y que aborrecían su contenido.

Aunque no hay disponible mucha información sobre la trágica muerte del embajador Christopher Stevens, ocurrida el 12 de este mes en la nororiental ciudad libia de Bengasi, la orquestación del ataque y las armas empleadas reflejan el modo de operar de Al Qaeda. Grupos locales o afiliados a esa red han ejecutado operaciones similares en la región.

Stevens creía que estadounidenses y musulmanes comparten muchos valores, incluido el amor a la familia y el compromiso con la justicia. Lamentablemente, los radicales que participaron en esas manifestaciones, fueran salafistas o terroristas afiliados a Al Qaeda, se oponen al diálogo y ven al Occidente no musulmán como «infiel».

La mayoría de los musulmanes que integran la corriente dominante no comparten este punto de vista y, de hecho, ven con buenos ojos las relaciones económicas, políticas y culturales con los países de Occidente, incluido Estados Unidos. Miles de estudiantes musulmanes estudian en universidades de Estados Unidos, Australia, Canadá y Europa occidental.

Los líderes y predicadores del salafismo radical que han perdonado, alentado y participado en hechos de violencia y destrucción en las recientes manifestaciones, deberían ser llevados a la justicia por sus gobiernos, por las muertes, heridas y destrucción de propiedades que han causado. Por culpa de su ideología tiránica y de sus acciones, estos líderes y activistas salafistas han perdido el derecho a participar en la transición democrática.

Millones de árabes salieron a las calles el año pasado para denunciar la represión de sus regímenes. Los dictadores derrocados usaron el miedo y las torturas para negarles a sus pueblos los derechos humanos y civiles más básicos. Secuestraron, encarcelaron y mataron a escritores, poetas, cineastas, comediantes y blogueros partidarios de la democracia, pese a lo pacífico de sus reclamaciones.

No se debe permitir que los salafistas radicales se apoderen de los recién ganados derechos democráticos.

Los nuevos medios sociales (de Internet), que ayudaron a divulgar el mensaje de esperanza y optimismo durante los vertiginosos días de la Primavera Árabe, lamentablemente tienen otra cara. El vídeo «Innocence of Muslims» (La inocencia de los musulmanes) es el símbolo más reciente de esa postura.

* Emile Nakhleh es exdirector del Programa de Análisis Estratégico del Islam Político en la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de Estados Unidos y autor de «A Necessary Engagement: Reinventing America's Relations with the Muslim World» (Un compromiso necesario: Reinventando las relaciones de Estados Unidos con el mundo musulmán).