Las iglesias en pie de guerra contra la minería a cielo abierto en Europa

Johannes Kapelle toca el órgano en la iglesia protestante de Proschim desde que tenía 14 años. Ahora, a los 78 años, participa activamente en la comunidad, genera su propia energía solar y crió a tres hijos con su esposa en la granja familiar, en el pueblo de 360 habitantes de esta región de Alemania.

Pero la iglesia, su granja, el bosque que quiere entrañablemente y el pueblo entero corren peligro de desaparecer para abrir paso a la expansión de las minas de lignito de la empresa de energía sueca Vattenfall.

Mina alemana de lignito a cielo abierto
Mina alemana de lignito a cielo abierto en Jänschwalde, cerca de Atterwasch, Alemania/ Foto: Christian Hushga

Casi todo el carbono combustible del lignito, un 99 por ciento, se convierte en dióxido de carbono (CO2), uno de los principales gases de efecto invernadero, durante el proceso de combustión de este tipo de carbón mineral.

Para Kapelle, esto es inconcebible. «En Proschim nos hemos arreglado sin esfuerzo para abastecer a la comunidad con energía limpia con la instalación de un parque eólico y una planta de biogás. Hoy en día la expansión de la minería de lignito es una irresponsabilidad», afirma.

A escasos cientos de metros de Proschim, el paisaje desolado que las excavadoras gigantes dejan a su paso, se extiende hasta donde alcanza la vista.

«Solo tardarán unos tres meses en quemar todo el carbón que hay debajo de Proschim. Pero la tierra quedará destruida para siempre. Ni siquiera se podrá acceder a vastas extensiones del terreno porque quedará propenso a la erosión. Tampoco se podrá cultivar nada, ni patatas, ni tomates, nada», advierte Kapelle.

Unos 70 kilómetros al nordeste de Proschim, el pastor protestante Mathias Berndt también percibe la amenaza inminente para su comunidad. Su iglesia en Atterwasch tiene unos 700 años e incluso sobrevivió a la Guerra de los Treinta Años en el siglo XVII. Ahora su demolición permitirá la expansión de la mina a cielo abierto de lignito de Jänschwalde Nord, también propiedad de Vattenfall.

Berndt, de 64 años, es el pastor de Atterwasch desde 1977 y se niega a aceptar la destrucción de la comunidad.

«Como cristianos, tenemos la responsabilidad de cultivar y proteger la creación de Dios. Eso es lo que dice la Biblia. Somos bastante buenos en el cultivo pero la protección es insuficiente. Por eso intento detener la destrucción de la naturaleza desde la época de la República Democrática Alemana (1949-1990)», dice.

«Los planes de expansión de las minas de Vattenfall le han dado una nueva dimensión a esta lucha. Ahora también se trata de evitar nuestro desplazamiento por la fuerza», añadie en referencia a la población local.

Berndt está organizando una gran protesta para el sábado 23, una cadena humana que conectará a un pueblo alemán y uno polaco bajo la amenaza de la minería de carbón en la región. También pretende que su iglesia redoble los esfuerzos para frenar el cambio climático.

Como consecuencia, su sínodo regional se expresó en contra de las minas de carbón, las centrales eléctricas de lignito y la demolición de los pueblos. También ofrece consejos a las iglesias para el ahorro de energía y el uso de energías renovables. La casa parroquial de Atterwasch, por ejemplo, está equipada con paneles solares.

Las emisiones de CO2 de Alemania han aumentado en los últimos dos años, por primera vez desde la reunificación del país en 1990. Esto se debe principalmente a las centrales térmicas de carbón y especialmente a las centrales eléctricas de lignito.

El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, en inglés) confirmó en abril que todavía es posible limitar el calentamiento del planeta por debajo de los dos grados. Sin embargo, solo hay un presupuesto limitado para cumplir con ese objetivo y evitar un cambio climático fuera de control.

El IPCC calcula que la inversión en combustibles fósiles debería ser menor a los 30.000 millones de dólares anuales, mientras que las inversiones en el suministro de electricidad baja en carbono tendrían que aumentar 147.000 millones de dólares por año.

En este sentido, cada vez más líderes religiosos reclaman la desinversión de los combustibles fósiles. Uno de los más reconocidos es el Premio Nobel de la Paz (1984) y ex arzobispo anglicano sudafricano Desmond Tutu, quien pidió en abril de 2014 un «boicot al estilo antiapartheid de la industria de los combustibles fósiles».

El llamamiento a la acción de Tutu es compartido por la secretaria ejecutiva de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC), la costarricense Christiana Figueres, quien exhortó a los líderes religiosos a que retiren sus inversiones de las compañías de combustibles fósiles.

Muchas iglesias ya le han hecho caso. En julio, el Consejo Mundial de Iglesias, una red de más de 300 iglesias que representan a 590 millones de personas en 150 países, decidió desprenderse gradualmente de sus inversiones en empresas de combustibles fósiles y alentó a sus miembros a hacer lo mismo.

Los cuáqueros de Gran Bretaña, la Iglesia Anglicana de Aotearoa, Nueva Zelanda y Polinesia, la Iglesia Unida de Cristo en Estados Unidos, y numerosas iglesias regionales y locales también se han sumado al movimiento de desinversión.

La Iglesia de Suecia fue una de las primeras que dejó de invertir en petróleo y carbón. En cambio, aumentó la inversión en proyectos de energía eficiente y bajas emisiones de carbono, que también mejoraron el desempeño financiero de su cartera.

«Nos dimos cuenta de que muchas de nuestras principales inversiones estaban en la industria fósil. Eso impulsó la idea de alinearlas más estrechamente con el trabajo ambicioso que realiza el resto de la iglesia sobre el cambio climático», explica Gunnela Hahn, directora de inversiones éticas de la Iglesia de Suecia.

Mientras tanto, el pastor Berndt pide que la ética ocupe el primer lugar.

«Lo que vemos hoy es consecuencia de la prioridad que se le dio al pensamiento económico. Nuestro mantra dice que solo tenemos que seguir haciendo las cosas mientras generen un lucro. Tenemos que contrarrestar esa tendencia con el pensamiento ético. ¡Tenemos que hacer lo que es correcto!», reclama.

*Melanie Mattauch es coordinadora de comunicaciones en Europa de 350.org.