¿Qué estás pensando?

Que son las 24 horas del día de la huelga general. Los telediarios arden, o más bien crepitan, que es ese arder sin quemarse que tienen las chimeneas de mentira y los aulladores profesionales. Pienso que crecí en la idea de que los logros de la lucha de los trabajadores se convertían en derechos sociales universales. Irrenunciables no solo por el esfuerzo de la batalla, sino por las razones que la sostuvieron.

Manifestación, pancarta que dice
Manifestación 14 N, Madrid (España)/ Foto: eXp

Que son las 24 horas del día de la huelga general. Los telediarios arden, o más bien crepitan, que es ese arder sin quemarse que tienen las chimeneas de mentira y los aulladores profesionales.

Pienso que crecí en la idea de que los logros de la lucha de los trabajadores se convertían en derechos sociales universales. Irrenunciables no solo por el esfuerzo de la batalla, sino por las razones que la sostuvieron. Me lo enseñó mi padre, asturiano, minero a los 16, emigrante, estudiante nocturno, explorador social, un ser jodido pero optimista que recorrió en una sola vida el camino que va de la Edad Media a la Clase Media, para él un viaje tan épico como el de Alejandro.

Estoy pensando que esos derechos laborales y sociales han hecho del mundo un lugar más razonable, más justo, y más humano. Lo aprendí trabajando, mirando, entendiendo, conociendo y reconociendo las huellas de otros.

Pienso que ahora, en estos años, se está desmantelando lo mejor del siglo XX y, peor aún, que se está haciendo sistemáticamente. Hace justo un siglo que se hundió el Titanic. Los buenos historiadores usan la fecha para señalar el cambio real de siglo, el que afecta a un cambio sobre lo que somos y cómo lo somos. El barco que parece hundirse ahora es más trasatlántico aún porque es global, pero el iceberg no ha cambiado, y mantiene oculto el 90% de su naturaleza. Es una revolución inversa porque se está haciendo desde arriba, usando toda la estrategia ideológica, toda la artillería mediática, toda la infantería política y todos los recursos necesarios, los evidentes y los ocultos, para deshacer lo andado. Han perdido el miedo pero no la precaución. Es una revolución cobarde porque sus maquinistas se camuflan entre entelequias, cifras y conceptos: ¿quiénes son «Los Mercados»? ¿Dónde viven, qué comen, cuál es su rostro?

Estoy pensando que esa deriva hace que el mundo sea menos razonable, más injusto y mucho menos humano. Lo veo, lo oigo, lo leo, lo palpo, lo respiro.

Y lo siento.

Mierda.

Nuestros abuelos se revuelven, incrédulos. Creo que los míos, a estas alturas, habrían sustituido ya la indignación por la acción y andarían por los huertos desenterrando la escopeta de las revueltas inconclusas. Para ellos, iletrados pero prácticos, todos los matices del gris pueden empastarse en un solo gris.

Y luego están los siguientes, los que van a recoger la cosecha de lo que Los Mercados llaman el plazo largo.

Sostengo que mi hijo y su generación van a recurrir a levantar el adoquín de las aceras, y que a mitad de su revuelta se giraran hacia nosotros y nos preguntarán:

- ¿Qué hiciste tú para evitar que las cosas acabaran así?

Responder «intentar sobrevivir» no será suficiente.

Sumamos paradojas: hemos conseguido convertirnos en individuos únicos, diferenciados e indivisibles, bien, un trabajo magnífico, finísimo. Pero somos indivisibles porque la división ya es máxima. Somos únicos pero somos uno, porque flotamos todos en el mismo sopor, en la misma indolencia vestida de desesperanza y desmemoria, en un mismo caldo de deshonra insolidaria. Flotamos para no sentir, o para quitarle todo sentido a los sentidos en los que nos bañamos, y hemos conseguido que este estado parezca natural. Increíble.

Pero hoy han empujado el frasco del cloroformo.

Millones de manos.

Y se ha movido.

Hoy en los telediarios hay soldaditos defendiendo la inutilidad de los gestos, de este gran gesto. Su misma presencia bajo los focos denota la impostura: saben que mienten. Hay movimiento y es útil. Por sí mismo. Sirve al menos para que recordemos que existe el frasco y que, por tanto, se puede caer, se puede vaciar, se puede sustituir, se puede negar... que se puede, vamos.

Después del Titanic vino otro mundo. Ahora sabemos más que nunca y nos toca inventar y levantar otro modelo para nuestro vínculo con la vida, para cada uno de nosotros, para el planeta. No hay planos para el camino, pero sabemos ya que, en cualquier caso, debemos excluir a quienes han negociado su voz en los telediarios de los últimos 55 años.

Hay que recuperar la esperanza. Basta con recordar que eso, al menos, no depende del otro.