¡Qué raro está el tiempo!

El análisis sobre la capa de hielo de Groenlandia se ha convertido en una especie de «hoja de ruta» para analizar el calentamiento del planeta. La isla danesa es, desde hace años, el centro de investigación de un equipo internacional de científicos que analizan la evolución de las capas de hielo desde hace más de 100.000 años. Han descubierto que en el período interglacial la temperatura era 8 grados más elevada que la actual. Pero en aquel momento, la actividad humana afectaba muy poco al clima.

La única manera de describir las temperaturas de enero es decir que fueron raras, oscilando entre calores récord y fríos árticos en un lapso de días. He aquí un hecho que va más allá de lo raro para convertirse en asombroso. Cualquiera que tenga 27 años o más nunca vivió un mes entero que fuera más frío que el promedio mundial del siglo XX. En otras palabras, hemos tenido 334 meses consecutivos con temperaturas superiores al promedio, según datos de la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica de Estados Unidos.

El pasado verano los hielos del Ártico se redujeron a la mitad en relación a lo que era su tamaño habitual en las épocas estivales de hace apenas tres décadas. La meteorología de nuestro planeta está pautada ampliamente por las dos frías regiones polares y por los cálidos trópicos. Al descongelarse el Ártico, no debería sorprender a nadie que el estado del tiempo se esté volviendo raro. Y eso no mejorará.

La Tierra se está recalentando porque cada año, al quemar carbón, petróleo y gas natural, lanzamos a la atmósfera miles de millones de toneladas de dióxido de carbono, un gas que actúa como un manto que mantiene caliente al planeta al atrapar parte del calor solar. La cantidad de energía térmica extra que queda atrapada es como hacer explotar 400.000 bombas atómicas de Hiroshima por día, 365 días al año, calcula James Hansen, científico climático y director del Instituto Goddard para Estudios Espaciales (GISS) de la NASA.

Científicos cautos como Hansen están aterrorizados ante lo que se viene. Instituciones conservadoras como el Banco Mundial y PricewaterhouseCoopers han alertado que vamos rumbo a calentar toda la superficie del planeta en un promedio de cuatro o cinco grados antes de 2100. Eso se traduce en un aumento de entre ocho y 12 grados en lugares como Canadá.

En Estados Unidos, la Evaluación Climática Nacional, divulgada en los últimos tiempos, proyecta que hacia 2050, las temperaturas promedio pueden aumentar entre cinco y 10 grados Fahrenheit. Este aumento equivale a que nuestras temperaturas corporales se disparen a niveles febriles. Todos deberíamos estar aterrorizados por nosotros mismos, y especialmente por nuestros hijos y nietos. Como planteó este mes el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, en el discurso de asunción de su segundo mandato, no responder a la amenaza del cambio climático «traicionará a nuestros hijos y a las generaciones futuras».

Lo que dicen los científicos, y ahora Obama, es que sabemos que la energía derivada de los combustibles fósiles, que alimenta a nuestras sociedades, las está destruyendo. Nuestro desafío es reinventar nuestras sociedades y estilos de vida para prosperar en base a alternativas verdes.

El tiempo no está de nuestro lado. Según las aleccionadoras matemáticas del clima, las emisiones de dióxido de carbono deben empezar a reducirse en los próximos tres a cinco años y continuar cayendo para dar a nuestros hijos la esperanza de un futuro decente.

Como el cambio climático lo afecta todo, desde los alimentos hasta el agua, no hay nada más importante que esto.

Esto es lo que podemos hacer ya. Como individuos, podemos reducir un cinco por ciento nuestras emisiones de dióxido de carbono este año, y luego los siguientes. Hay mil maneras de hacer esto: podemos caminar y trasladarnos más en bicicleta, y conducir menos automóviles, ajustar nuestros termostatos, agregar aislamiento a nuestros hogares, comer menos carne, etcétera. La familia tipo puede reducir su consumo de energía en entre 60 y 75 por ciento, ahorrando miles de dólares, según Godo Stoyke, experto en ingeniería de Alberta, Canadá, y autor de «The CarbonBuster's Home Energy Handbook» (El manual de energía hogareña del Cazador de Carbono).

Nuestras comunidades pueden unirse al movimiento de transición urbana. Este es un movimiento voluntario y sin ánimo de lucro que busca reducir la dependencia de los combustibles fósiles, al tiempo que aumenta la resiliencia local y la autosuficiencia en materia de alimentos, agua, energía, cultura y bienestar. En todo el mundo hay alrededor de mil comunidades de transición. Para eso fue suficiente con que una persona planteara la idea a sus amigos una noche en un bar de la aldea de Ashton Hayes en Cheshire, Inglaterra. Dos años después, los habitantes del lugar habían reducido un 20 por ciento sus gastos de energía.

Garry Charnock, habitante de la aldea recuerda, «ha sido una gran diversión y un increíble estímulo al espíritu comunitario». Peterborough, en la provincia canadiense de Ontario, tiene una comunidad perteneciente al movimiento, cuyos residentes crean su propia moneda -el Kawartha Loon- para apoyar a los comercios locales. Existen unas 130 comunidades de transición en 34 estados de Estados Unidos. La de Salt Lake se centra en crear resiliencia y en tener más diversión con menos cosas. La Houston ha echado raíces al menos en ocho barrios. En Los Ángeles, la transición se manifiesta en decenas de actividades y acontecimientos cada mes.

La negación o la espera a que alguien más se haga cargo garantizan un futuro que no queremos. Antes de irse, por favor considere esta pregunta: ¿cuál es el legado que quiere dejarle a su familia y a la próxima generación?