La Orquesta Sinfónica Juvenil de Caracas conquista Europa

Mil ochocientos espectadores congregados en el Konzerthaus de Viena cumplieron el último jueves de septiembre lo que ya parece un ritual europeo: aplaudir a rabiar a los jóvenes músicos de Venezuela que interpretan las piezas tantas veces en los escenarios europeos de Piotr Chaikovski o Dmitri Shostakovich.

Concierto de la sinfónica en el Konzerthaus de Viena
Concierto de la sinfónica en el Konzerthaus de Viena / Foto: Nohely Oliveros

Esta vez los aplausos no son para la Sinfónica Simón Bolívar, agrupación emblema del Sistema Nacional de Orquestas y Coros Juveniles e Infantiles de Venezuela que encuadra a unos 400.000 niños y jóvenes, sino la algo menos experimentada Sinfónica Juvenil de Caracas. Esta orquesta, con 170 músicos entre 14 y 25 años, está a punto de concluir una gira que les ha llevado a Ravello (Italia), Praga, San Petersburgo, Gante (Bélgica) y ahora la capital austríaca, antes de concluir en el Festival Beethoven que se celebra en Bonn.

En los camerinos, Dietrich Paredes, el joven de 29 años, que dirige la agrupación tras haber sido su primer violín, explica a los periodistas que «este público que enloquece ha sido siempre muy exigente, formado durante décadas con un repertorio como el que presentamos y que puede ser un desafío para cualquier orquesta». El «enloquecimiento» del público se traduce en salvas de aplausos que siguen a cada interpretación, como el jueves en Viena tras oír la relativamente breve «Francesca di Rimini» de Chaikovski, y la extensa «Sinfonía Número 10» de Shostakovich.

Esa aclamación es retribuida con bises y entonces suenan en la sede de la Sinfónica de Viena una «Bacchanale», de Camille Saint-Saëns, la «Marcha Radetsky», de Johann Strauss, el «Tico-Tico», de Klaus Wunderlich, o el «Mambo» de Leonard Bernstein. El público aplaude y aplaude, hasta los más renuentes se ponen de pie, y, como ya han hecho costumbre, los muchachos de la orquesta se despojan de sus chaquetas de tres colores –amarillo, azul y rojo, la bandera venezolana– y las arrojan a la audiencia.

Kart Shagerl, directivo del centenario Konzerthaus, comenta que «el público queda fascinado porque estas interpretaciones maravillosas por gente tan joven son un regalo al corazón. Y para nosotros, como ciudad musical y país musical, es importante que el mundo político vea la importancia de la música de estas orquestas para la sociedad». El Sistemas de Orquestas es considerado por la sociedad venezolana rcomo uno de sus logros de los últimos 30 años. Los cientos de miles de niños, adolescentes y jóvenes atendidos se forman en 90 orquestas preescolares, 130 infantiles, 288 juveniles y más de 30 profesionales asentadas en 280 núcleos en toda Venezuela.

El sistema cuenta con formaciones corales –la Coral Juvenil Simón Bolívar actuaba en Estados Unidos mientras la orquesta caraqueña recorría Europa–, talleres de luthería, orquestas en cárceles, un conservatorio y miles de profesores dispersos en el país. De esa cantera salen los jóvenes como Carlos Vargas, percusionista, que destaca «la manera como nos han recibido el público europeo para quienes tocamos música europea».

La explicación del directos de la orquesta es que «tenemos un sello único que marca la diferencia. Para estos públicos muy adultos, acostumbrados a las ejecuciones de orquestas conformadas por profesionales de alta calidad, es algo diferente ver tocar a una orquesta de jóvenes con ritmo, fuerza, estilo y empuje tan particulares». «Para nosotros es un honor y un placer estar en estos escenarios, pero también un desafío, por ser los espacios donde han trabajado y estrenado sus piezas tantos compositores y orquestas de calidad», subraya Vargas.

Europa, dice, «siempre ha tenido orquestas juveniles como un programa de formación de sus músicos. Nosotros lo vemos como una forma de vida». Andrés Rivas, de 22 años, concertino y ya un novel director, considera esa responsabilidad «sobre todo un privilegio, en un mundo donde las orquestas buscan directores experimentados. Por eso mi deseo es dirigir esta orquesta en los mejores teatros, que la orquesta sea cada vez mejor». «También queremos seguir transmitiendo conocimiento a los niños, a los muchachos que vienen detrás. El futuro ya lo tenemos: es esto».

Descartan que se trate de algo centrado en la capital caraqueña del que quedan alejadas el resto de las regiones venezolanas. Cuando efectúa giras internacionales –como la actual, y previas a China, Corea del Sur, Noruega, Portugal o Colombia– la orquesta invita como participantes a músicos de otras formaciones juveniles de provincias.

Cuando los integrantes de las orquestas hablan, invariablemente destacan la labor y el ejemplo de su maestro y gran referencia, el músico y economista José Antonio Abreu, quien creó el sistema en 1975 tras convocar a una decena de muchachos para que comenzaran prácticas bajo su dirección en un garaje. Año tras año, Abreu ha conducido la iniciativa –recibió por ello el Príncipe de Asturias de las Artes en 2008– buscando recursos, sumando grupos y proyectos, animando los desarrollos del sistema, acompañando a los jóvenes en muchos de sus viajes y facilitando la «exportación» de la propuesta a otros países.

Por fortuna para el sistema, ha permanecido al margen de la diatriba propia de la polarización política que vive Venezuela y donde se elegirá presidente el 7 de Octubre. Hasta ahora todos los gobiernos lo han apoyado, y en el último año se destinaron de las arcas del Estado unos 127 millones de dólares para su funcionamiento.