«Sólo tenemos un planeta, no hay opción b»

Con estas palabras el presidente estadounidense, Barack Obama, recalcaba hace unos días la necesidad de un compromiso político con el medio ambiente a nivel global, y anunciaba un paquete de medidas que, con una financiación anual de 8.000 millones de dólares hasta 2030, pretendía reducir un 32% las emisiones contaminantes en el país con respecto a los niveles de 2005.

Jezabel Martínez Fábregas
Jezabel Martínez Fábregas

Sin embargo, en un mundo en el que todo está sometido a la economía, las medidas para luchar contra el calentamiento global no han sentado muy bien al sector político estadounidense más conservador, que ve en el Plan de la Energía Limpia de la administración Obama una merma en la economía internacional.

La administración Obama ha llegado a la conclusión en un informe emitido por la Agencia de Protección del Medioambiente (EPA, en sus siglas en inglés) de que «somos la primera generación que siente las consecuencias del cambio climático y la última que tiene la oportunidad de hacer algo para detenerlo». Y, por su parte, la directora de la EPA, Gina McCarthy, además afirmó que cuando hablamos de cambio climático, «existe la posibilidad de llegar tarde». Y por ello urgió a la necesidad de un compromiso global en la lucha contra el cambio climático.

La Unión Europea también ha puesto en marcha iniciativas para intentar reducir los gases de efecto invernadero, pretendiendo disminuirlos en un 20% o más hasta 2020. Las propuestas que hizo la UE fueron remodelar el régimen de comercio de derechos de emisión (RCDE), reduciendo gradualmente el número de derechos de emisión subastados; fomentar la eficiencia de los recursos y la energía renovable; aplicar impuestos sobre el carbono; la promoción de la inversión en tecnologías con bajo nivel de carbono; e incorporar actividades de usos del suelo y silvicultura para garantizar reducciones de emisiones adicionales. Podemos afirmar, entonces, que al menos los legisladores internacionales se están concienciando de la necesidad de luchar contra el cambio climático, aunque ello suponga ciertas mermas en la economía internacional, tal y como sostienen los partidos más conservadores. Parece también que por fin los grandes gigantes se han decidido a aplicar el protocolo de Kioto.

A juicio de los legisladores internacionales existe una obligación moral de los gobiernos en la lucha contra el cambio climático, y animan a todos los estados a seguir los pasos del gigante norteamericano y europeo. Las razones que esgrimen estas dos naciones de naciones en su discurso para convencer a los líderes mundiales son tan simples como aplastantes: «ya estamos padeciendo las consecuencias de los primeros síntomas de la agonía de la Tierra. Sólo tenemos un planeta, y no hay opción b». El deshielo en los polos, la extinción de especies, el aumento de la temperatura de los océanos, la alteración en los patrones de conducta de los animales, la modificación de la residencia escogida por las aves migratorias, las estaciones atípicas en cuanto a la temperatura y las precipitaciones, etc., son sólo algunos ejemplos de las consecuencias que el calentamiento global está teniendo actualmente nuestro planeta. Y precisamente, ha sido este cúmulo de factores el que ha propiciado que los estudios que los centros de investigación llevan haciendo desde hace décadas hayan comenzado a ganar peso en la agenda política y la opinión pública. Prueba de todo ello es que, según el Pew Research Center (think tank con sede en Washington, EEUU), tras haber realizado 45,340 entrevistas a personas de 40 países, el cambio climático es la primera preocupación mundial por encima incluso del terrorismo y la crisis financiera.

El informe emitido por el Pew Research Center desvela que entre el 40 y el 85% de la población de cada uno de los estados estudiados, entre los que se encuentran EEUU, Alemania, Bélgica, Austria, España –que se sitúa a la cabeza en Europa-, está altamente preocupada por el calentamiento global y sus efectos. Sin embargo, los colectivos medioambientales alertan de que, aunque es muy importante que el grado de preocupación ciudadana haya aumentado en materia medioambiental, es necesario un compromiso político, legislativo y social. Y propone ajustes que supongan la reducción de la contaminación.

El problema es que, como todo, la calidad del medio ambiente también está sujeta a la economía y sus caprichos. Y los sectores políticos más conservadores entienden que el cierre de las plantas químicas y energéticas y la reducción de sus emisiones supondrá la debacle económica. De hecho, el candidato republicano y ex gobernador de Florida, Jeb Bush, considera que dichas medidas son irresponsables y que destruirán empleos además de elevar los precios de la energía. Viendo estos argumentos, parece que la estructura maléfica creada en torno a la economía mundial pesa más que el futuro del planeta en el que esa economía se desarrolla. Parecemos no percatarnos de que si el proceso de calentamiento global sigue su curso, el planeta finalmente estará únicamente habitado por los billetes que nuestra flamante economía se encarga de producir, proteger y preservar.

En juego también entra otro factor importante: para erradicar conductas equivocadas reproducidas durante décadas tanto por parte de los polos industriales como por parte de la ciudadanía, es necesario concienciar sobre las consecuencias inminentes del calentamiento global, no ya para las generaciones venideras, sino para la que está habitando el planeta en estos momentos: la nuestra. Por eso, el informe preparado por la EPA ya ha desvelado ciertas mejoras que supondría la reducción de la emisión de agentes contaminantes a la atmósfera. Entre ellos destacan el descenso de la contaminación que reducirá las muertes en un 90% en 2030, reduciendo los problemas respiratorios como el asma hasta en un 70%. Y en términos económicos, aseguran que la reducción de la emisión a la atmósfera y la reducción de la actividad contaminante de las plantas energéticas se traducirán en un ahorro de 85 dólares anuales por estadounidense, lo que asciende a un montante global de 155.000 millones de dólares hasta 2030.

Pero, para concienciar a un mundo mal acostumbrado, también se ha de reeducar al ciudadano de a pie. Cada grano de arena es importante, desde lo local hasta lo internacional. En un mundo donde todo es global, la economía, la política, etc., uno se pregunta por qué hay tan poca conciencia medioambiental. Lo que nos lleva a pensar que, además de las propuestas legislativas antes reseñadas, es necesario un proceso de educación de la sociedad que lleve a los ciudadanos a contribuir en la lucha contra el cambio climático.

Por ejemplo, viviendo en una zona costera como Huelva, cada domingo veo este tipo de escenas en la playa. Y cuando algún vecino lanza una reprimenda a la persona que ha dejado la basura, ésta le responde: «yo no vivo aquí». Como si creyera que los efectos de la contaminación que provocan esos residuos se quedará aquí y no se expandirá al resto del planeta a través del aire y los océanos. Porque en el mundo todo está conectado, y si aplicamos la teoría del efecto mariposa, nos daremos cuenta de que todo lo que se va vuelve de alguna u otra forma. Y que la contaminación que emitimos en Huelva afecta a otra zona del mundo que recibirá aves migratorias que antes no acogía, con las alteraciones para el hábitat de esa zona que de esta modificación se deriva. O sea, que aunque dejemos la basura en Huelva, dicha contaminación afectará a cualquier rincón del mundo, y ése mal revertirá en nosotros mismos.

«Parecemos no percatarnos de que si el proceso de calentamiento global sigue su curso, el planeta finalmente estará únicamente habitado por los billetes que nuestra flamante economía se encarga de producir, proteger y preservar»

Precisamente sobre este tema se habló hace unos días desde un escenario de conciertos en las fiestas Colombinas de Huelva (España). Para quien no lo sepa, esta festividad conmemora la partida de las tres carabelas (La Santamaría, La Pinta y La Niña) desde el puerto de Palos de la Frontera (Moguer, Huelva) a descubrir el Nuevo Mundo por encargo de los Reyes Católicos en 1492.

Desde ese escenario flanqueado de un lado por la ría y de otro por el polo químico industrial, Macaco cantó un tema de su álbum de 2006 llamado «Mama tierra», que versa sobre la necesidad de cuidar nuestro planeta. Antes de cantar, dijo una frase que maravilló a todos los asistentes, incluyendome a mi misma: «No vengo aquí a hablaros de vuestros problemas, como si no fueran míos. Mama Tierra es de todos, y las balsas de fosfoyesos son sus problemas, y sus problemas son nuestros, independientemente de dónde vivamos».

Y es que, el problema de la contaminación en Huelva ha sido un asunto largamente debatido por los niveles de radioactividad que provocan y por su responsabilidad en el incremento del número de cánceres contraídos desde hace décadas. El asunto ha llegado hasta Bruselas y, a pesar de tener una sentencia en firme que dictamina la recuperación de los terrenos afectados por los fosfoyesos, lo cierto es que la contaminación y la radioactividad siguen siendo protagonistas en la región.

El principal argumento que se esgrime desde las administraciones públicas regionales y locales, avaladas por el sentir popular de la provincia ya que el Polo Químico emplea a casi 6.000 trabajadores, es siempre que «cerrando el polo químico, se perderán miles de puestos de trabajo».

¿Cuándo nos daremos cuenta de que un mundo con contaminación está abocado a un mundo sin vida? Y... si no hay vida, ¿para qué queremos la economía?. Es mejor recortar un poco el capitalismo en pro de la salud de nuestro planeta. Ah, y por cierto, en vez de buscar planetas con posibilidad de acoger vida en el universo a los que pudiéramos ir cuando, como cigarras reventemos este hermoso hogar que la vida nos regaló, ¿por qué no se esmeran un poco más en preservar este hermoso lugar? ¿A qué están esperando? ¿A esto?

*Jezabel Martínez Fábregas es Doctora en Periodismo por la Universidad de Sevilla, investigadora para el grupo de investigación DEMOC MEDIA, e investigadora externa para la Universitat Pompeu Fabra (Barcelona), especializada en Historia de la Comunicación, Comunicación Política y Política internacional.