Vigilia por las ballenas del Atlántico Sur

Una ballena viva es mucho más valiosa que muerta, dicen los países y grupos de la sociedad civil que defienden la aprobación de un santuario para ballenas en el Atlántico Sur. En Panamá donde se está celebrando la 64 reunión de la Comisión Ballenera Internacional, intentan que los países (muchos de ellos sin tan siquiera salida al mar) que siguen sistemáticamente a Japón en su afán cazador se pongan esta vez de parte de las ballenas.

Una ballena emergiendo del mar
Ballena franca del Atlántico Norte/ Foto: IFAW CC-BY-NC

BUENOS AIRES, (IPS) - La creación de un extenso refugio para las ballenas del océano Atlántico, clave para el turismo sostenible, se pondrá a votación de la comunidad internacional el próximo lunes en Panamá, y América Latina puja por su aprobación.

Ese día comenzará la reunión de la Comisión Ballenera Internacional (CBI), integrada por 88 países, que deberá decidir sobre la creación del Santuario Ballenero del Atlántico Sur, propuesta que se presenta desde 2001.

Desde Panamá la argentina Roxana Schteinbarg, coordinadora ejecutiva del Instituto de Conservación de Ballenas dice, «Las ballenas son los bosques de los océanos, y por nosotros y por las generaciones futuras las debemos proteger». La activista, que forma parte del grupo de la sociedad civil que asiste a las deliberaciones previas al encuentro oficial explica que «los santuarios son la herramienta de manejo más eficaz para dar a las ballenas un hogar seguro en los océanos»,

La CBI creó en 1979 el Santuario Ballenero del Océano Índico y en 1994 el del Océano Austral. Pero desde 2001, el rechazo a la protección de los cetáceos, liderado por Japón, impide la creación de un área similar en el Atlántico.

A pesar de la resistencia de Tokio, la CBI aprobó en 1982 una suspensión a la caza comercial, que entró en vigor en 1986. Pero Japón sigue capturando bajo la polémica autorización de fines científicos, concedida por la Comisión.

«Desde la moratoria, Japón capturó más de 8.000 ejemplares en el Santuario del Océano Austral, convirtiendo sus aguas en escenario de una masacre de ballenas que deben ser protegidas», nos dice la chilena Elsa Cabrera, también desde Panamá.

Cabrera, directora ejecutiva del Centro de Conservación Cetácea de Chile, advierte de que el santuario atlántico permitiría ampliar la extensión protegida allí donde se practicó la mayor caza comercial a gran escala antes de la moratoria.

El área que se propone comprende toda la extensión este-oeste del Atlántico, y desde el extremo norte de Brasil hasta el sur de Argentina, y desde Guinea Ecuatorial en África hasta el punto más austral de Sudáfrica.

Se protegerían así 54 especies que representan a más del 60 por ciento de los cetáceos del planeta, siete de ellas intensamente migratorias, pues se alimentan en la región antártica y se reproducen en aguas subtropicales, tropicales y templadas, explica Cabrera. «Por eso, para preservar estas especies, el área debe ser extensa», remarca.

La votación de esta propuesta se realizará el primer día de las deliberaciones de la CBI, que continuarán hasta el 6 de julio. Si bien el apoyo a la iniciativa crece sistemáticamente, los activistas temen que los países que respaldan la cacería comercial enreden una vez más el proyecto, que requiere una mayoría de los tres cuartos de los votos.

Schteinbarg asevera que una «política corrupta de compra de votos por parte de Japón» ha frenado otras veces la creación del santuario. En 2011, Argentina y Brasil presentaron de nuevo la iniciativa, que estuvo cerca de ser aprobada.

Pero un grupo de países aliados de Japón abandonó el recinto en el momento de la votación bloqueando la asamblea que debió posponer la decisión hasta la cita que empezará este lunes en Panamá.

Los santuarios son áreas «libres de cacería de ballenas, donde no se pueden realizar actividades que puedan hostigar» a los cetáceos y que permiten asegurar su protección a largo plazo, nos explica el brasileño José Truda Palazzo, que también está en Panamá.

Truda, conservacionista de extensa carrera y exjefe de la delegación oficial brasileña a la CBI, sostiene que «en los santuarios, las ballenas encuentran el ambiente necesario para su reproducción, crianza, lactancia, alimentación o migración, sin la amenaza de la cacería».

No son áreas completamente restrictivas, ya que se permite la investigación no letal y se fomenta el turismo de observación, que ha crecido a un ritmo del 11,3 por ciento anual desde 1998, beneficiando a unas 500 comunidades del mundo, dice. «Es anacrónico seguir pensando en comercializar la carne» de estas especies, apunta el brasileño. «Una ballena viva puede 'reavistarse' a lo largo de toda su vida. En cambio, la industria ballenera agota el recurso y beneficia a unos pocos».

Los tres consultados coinciden en que la sociedad civil y los gobiernos de América Latina han sumado esfuerzos para esta iniciativa ya que el santuario favorece intereses de muchas comunidades que viven del uso no letal de las ballenas.

Schteinbarg mantiene que, a través del Grupo de Buenos Aires, creado en 2006 en la capital argentina, los países latinoamericanos se han erigido en un colectivo «muy activo» a favor de la conservación y de un cambio radical en la estrategia de la CBI.