Las Perseidas, fieles a su cita

Las nubes y la luna llena hicieron que las Perseidas no se observaran bien desde algunos lugares. La noche de este viernes al sábado fue la más esperada, era la noche en la que más estrellas fugaces poblaron el cielo del hemisferio Norte. Si no las pudieron ver no hay que desanimarse todavía quedan algunos días. Hasta el 16 de agosto las pequeñas partículas del tamaño de un grano de arroz pertenecientes al cometa Swift Tutle atravesarán la atmósfera terrestre dejando un rastro brillante.

Perseo en el centro de la constelación que lleva su nombre
Perseo en el Globo celeste de Mercator/Foto:CC

Como cada agosto las estrellas fugaces iluminan nuestro cielo, pero será esta noche cuando las populares Perseidas ofrecerán su mejor espectáculo. El momento de máxima actividad se registrará entre la 1:00 y las 13,30 hora tiempo universal, una hora más en Canarias y dos en la Península.

El mejor momento para observarlas será antes del crepúsculo, entre las 5:00 y las 6:00 horas. Las llamadas «lágrimas de San Lorenzo» o Perseidas son pequeñas partículas de polvo estelar que dejan los cometas en sus órbitas alrededor del Sol. Cuando la Tierra atraviesa esa órbita, las partículas se desintegran al entrar en contacto con la atmósfera a gran velocidad dejando esa sensación de una estrella brillante que cae mientras se apaga.

Las Perseidas parecen proceder de la constelación de Perseo, de ahí su nombre. El polvo estelar que nosotros vemos estos días en forma de estrellas fugaces es expulsado por el cometa Swift-Tutle, que da una vuelta alrededor del Sol cada 133 años.

Perseo era un semidios griego hijo de Zeus y de la mortal Dánae. Dio muerte a la Medusa que convertía en piedra a todo aquel que la mirara. Perseo utilizó un escudo de bronce que brillaba como un espejo e hizo que la gorgona Medusa se viera a sí misma reflejada. Dice la leyenda que en el desconcierto le cortó la cabeza y de la sangre que brotó nació Pegaso, el caballo alado.

La mejor forma de ver las Perseidas es buscar un lugar alejado de las luces de la ciudad, abrigarse, tumbarse boca arriba sobre una manta y quizá meditar sobre la mitología griega y el magnífico espectáculo que nos brinda el firmamento sin pedir a cambio más que un poco de responsabilidad.