La clase media portuguesa está en riesgo de extinción

La pobreza en Portugal ha aumentado hasta adquirir una dimensión que pocos podían predecir hace un año, pese a que las drásticas medidas impuestas por la troika de acreedores para el rescate financiero del país permitían vaticinar tiempos de penuria. Miles de familias, desesperadas por no tener medios para pagar su alimentación y sus cuentas fijas, han debido recurrir a instituciones de caridad. Muchas veces lo hacen a escondidas ante el fenómeno cada vez más frecuente de la «pobreza vergonzante».

Las instituciones de solidaridad social como las privadas Caritas y el Banco Alimentario denuncian que el amargo trago de la pobreza incluye un alto índice de suicidios, producto de la desocupación y el endeudamiento con los bancos.

De acuerdo al Instituto Nacional de Estadísticas, una quinta parte de los portugueses vivía en 2012 con menos de 478 dólares al mes, en un país donde el salario mínimo legal es de 14 pagas al año, de 644 dólares mensuales.

En junio de 2012, un año después de la intervención del país por la troika formada por la Unión Europea (UE), el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Central Europeo (BCE), reaparecía en Lisboa la «sopa de los pobres», que en los años 50 brindaban instituciones católicas.

Ahora, han regresado las largas filas de personas en espera de recibir en centros asistenciales la única comida caliente del día.

En muchas escuelas del país, los maestros relatan casos dramáticos, de mareos y desmayos de niñas y niños de clase media, porque no tienen nada para desayunar en sus hogares y esconden el hecho para evitar ser confundidos con los más pobres.

A todos los niveles etarios de la sociedad se registran casos de una clase media que no acepta el hecho, al parecer irreversible, de alejarse cada vez más de una clase media-alta a la que pretendieron aproximarse en las últimas dos décadas. El efecto, estiman los expertos, es exactamente el contrario. Inmersa en una montaña de deudas que no logra pagar, la clase media está cada vez más cerca de la más baja, que ya constituye el 24,4 por ciento de los 10,6 millones de portugueses, más de dos puntos por encima de 2009.

El Instituto Nacional de Estadísticas sitúa en la clase media a aquellos cuyos ingresos oscilan entre 768 y 2.660 dólares, en un país donde la mitad de la población no gana más de 932 dólares. Oficialmente, a esa clase pertenece en torno al 60 por ciento de los portugueses.

En Portugal, la pobreza ya se está transformando en paisaje», nos dice el joven João Pedro da Fonseca, un desocupado que tras una década de bonanza, regresó a casa de sus padres y vive gracias a sus miserables pensiones, «con pocas esperanzas de encontrar trabajo y regresar a su oficio de técnico electricista especializado en generadores.

Sin trabajo desde hace 11 meses y sin subsidio de desempleo, este lisboeta de 29 años estima que «este es solo el comienzo de una larga jornada de miseria, una crisis terrible de la que no soy responsable, provocada por los gra Marina Oliveira, una psicóloga de 26 años sin trabajo desde hace 13 meses, nos recuerda que en una crisis, en cualquier parte del mundo, «la miseria solo llama a la puerta de los más necesitados».

Ella sobrevive gracias a la ayuda de sus padres «hasta poder emigrar y tratar de cumplir los sueños que tenía, lo que lamentablemente no va a ser posible en mi país, porque toda esta pobreza va a aumentar más todavía, con nuevas medidas para pagar lo que nos prestó la troika», explica.

El crédito otorgado, destinado a cumplir con la deuda, hacer frente a pagos de la administración y apuntalar, lo más criticado, apuntalar a bancos en problemas, es de 110.000 millones de dólares.

Oliveira subrayó que en otros lugares también se registraron «estas crisis impuestas por los creadores del ideal consumista, que nunca pagan la factura».»El caso más obsceno es el de Estados Unidos, donde los principales causantes de la crisis de 2008, que después se expandió por todo el mundo, fueron invitados por Obama a ser asesores y consejeros de su gobierno», denuncia.

Sentencia que «en Portugal nos vemos obligados a vivir bajo las reglas dictadas por esta troika de incalculable poder, que nos obliga a arrodillarnos ante un sistema financiero internacional sin escrúpulos y sin el más mínimo sentido de humanidad, que nos obliga a entregar el país a ese puñado de buitres que son los grandes bancos».

Según los últimos datos estadísticos disponibles, correspondientes a 2011, ese año el producto interior bruto (PIB) portugués era de 214.000 millones de dólares y el poder de compra nacional se situaba en el 77,4 por ciento del promedio de la UE.

Datos provisionales indican que en 2012 el PIB cayó en 2,9 puntos porcentuales, en lo que confirma la pérdida de su valor desde el comienzo de la crisis. Entre 2009 y el cierre de 2013, acumulará un retroceso del 7,4 por ciento, según estimaciones divulgadas el 15 de este mes por el Banco de Portugal.

La gota que colma el vaso de la indignación entre las víctimas de la crisis fue vertida el día 10 por el FMI. En un documento dirigido al gobierno portugués, recomienda sumar aún más austeridad a la que ya se ha aplicado a la clase media, que en un año y medio perdió casi el 25 por ciento de su poder adquisitivo.

El FMI plantea una nueva ola de medidas, con más recortes en las jubilaciones y salarios, en especial en sectores como educación, salud y fuerzas de seguridad. Recomienda, además, nuevas subidas en los pagos a los hospitales públicos, el despido de 14.000 profesores, la colocación en régimen de traslados obligatorios a 50.000 maestros y el traspaso de la enseñanza pública al sector privado.

En su columna de cada martes en el diario Público de Lisboa, el analista José Vítor Malheiros destaca este martes que esa política drástica de recortes se produce «solo en las áreas sociales y nunca en los beneficios dados al uno por ciento de la cúpula» más rica, y pretende «agradar a los acreedores y eternizar la dependencia de Portugal en relación al sistema financiero».

En el Centro de Empleo de un barrio de Lisboa, un hombre que ronda los 40 años pasa sus días engrosando la larga fila de desempleados en busca de «cualquier trabajo que me ofrezcan, porque estamos pasando hambre con mi hija de 12 años».

Aceptó hablar con nosotros bajo anonimato «porque me gustaría decirle algunas verdades y, si doy mi nombre, seguro que nunca me darán un trabajo».

Tampoco reveló su profesión, limitándose a señalar que «tuve la mala idea de licenciarme en la universidad pensando que sería una garantía para el futuro, pero aquí estoy, dispuesto a aceptar cualquier cosa».

«En Portugal se ha instalado el miedo, que está creciendo gracias a políticas vergonzosas, donde los que aun tienen trabajo, andan agradeciéndole al patrón todos los días, ante el temor de ser despedidos y empezar a formar parte de nuestro grupo, el de los nuevos pobres».