La rehabilitación de los académicos

Procedente del Musée D'Orsay llega a Madrid una gran exposición de la pintura académica francesa del siglo XIX. De la misma manera que el romanticismo se opuso en su momento a la rigidez formal del clasicismo, a finales del XIX surgió una nueva actitud realista como reacción a los abusos del idealismo romántico, esta vez teniendo como fuente de inspiración la naturaleza y como objetivo la fidelidad a la realidad.

Fragmento del catálogo
Fragmento del catálogo de la exposición

Francia sería una vez más el motor de un nuevo concepto estético que impregnó la mentalidad de la burguesía y derivó hacia un estilo edulcorado muy del gusto de las ideas conservadoras. Con el nombre de academicismo surge un movimiento pictórico que observa rigurosamente las normas clásicas del arte, aquellas que remiten a los cánones de la antigüedad de Grecia y Roma retomados por el neoclasicismo.

El academicismo fue encumbrado en el Salón, un acontecimiento artístico que se venía celebrando en París desde 1725 para acoger las obras consagradas por el gusto oficial difundido por la Academia, una institución pública que priorizaba sobre cualesquiera otros los gustos de la burguesía y los valores morales de las élites, pero que también contribuyó de algún modo a democratizar el arte al apartarlo de la exclusividad de la aristocracia. A partir de la Revolución Francesa, que erradicó el antiguo sistema de los privilegios, el Salón se abrió a todos los artistas, poniendo el énfasis en el talento antes que en el rango social de los creadores.

Los géneros preferidos por los academicistas fueron la pintura histórica, la epopeya militar, la mitología, la religión, el orientalismo, el retrato y el paisaje, todos ellos presentes en esta exposición. Muchos de estos géneros eran la excusa perfecta para introducir el desnudo femenino, un tema tratado exhaustivamente para satisfacer los gustos sensuales del público, de los compradores y de los mismos artistas (Cabanel y Baudry). Un desnudo femenino enfrentado a veces a la virilidad del masculino, cuando este aparecía en escena.

El arte académico tuvo que enfrentarse siempre a quienes criticaban su excesivo formalismo y su falta de evolución. Sus artistas eran conocidos como «pompiers» (bomberos), un término peyorativo que aludía a los cascos de los guerreros romanos, tan parecidos a los de los bomberos contemporáneos, y también al carácter grandilocuente de los cuadros de las escenas históricas que pintaban.

Las decisiones de la Academia fueron siempre objeto de críticas y controversias y, como reacción, dieron lugar al nacimiento en 1863 del Salón de los Rechazados y en 1884 al Salón de los Artistas Independientes. Los criterios académicos se vieron abandonados por el gusto del público cuando la figura del crítico comenzó a poner en evidencia algunos de los valores del clasicismo sobre los que se había asentado, y en el momento en que el mercado comenzó a interesarse por los nuevos movimientos.

En 1881 el Estado había abandonado la organización de los Salones y fue entonces cuando comenzaron a proliferar nuevos espacios, como las galerías de arte, para que los artistas emergentes pudieran exponer sus obras. Apartados por la fuerza de las nuevas corrientes, los academicistas iniciaron su decadencia, su «canto del cisne» (título precisamente de esta exposición), antes de ser olvidados durante muchos años, hay que decir que injustamente.

Una figura como William Bouguereau, un pintor como Alexandre Cabanel, artistas como Dominique Ingres, Jules-Élie Delaunay, Thomas Couture o Jean-Léon Gérôme (contemporáneos de Courbet, Manet y Cézanne), fueron víctimas de un menosprecio que los sepultó a ellos en el olvido y a sus cuadros en los sótanos de los museos que los habían exhibido, desenmarcados, enrollados, almacenados sin compasión. Bouguereau, para perpetuar su nombre para la posteridad accedió por un escaso estipendio a pintar obras para museos, como la «Virgen de la Consolación» y el «Nacimiento de Venus» (Musée du Luxembourg).

En los primeros años del siglo XX artistas como Dalí y Breton ya reivindicaron la obra de los academicistas, que en los años 50 rescataron los museos americanos. En 1984, una gran exposición de Bouguereau en el Gran Palais de París inició en Francia la recuperación de una pintura casi olvidada.

A pesar de su aparente estaticismo, el arte académico también evolucionaba, como el mundo en transformación en el que le tocó vivir, y llevaba en sí el germen de un arte nuevo que daría lugar al impresionismo, el surrealismo o el simbolismo. Porque, como mantiene el profesor Aparicio Maydeu («Continuidad y ruptura». Alianza editorial) la irrupción de una revolución artística o literaria, la aparición de una nueva corriente estética, la instalación de un fenómeno original en el panorama de la creatividad o de una novedad que rompe los modelos sobre los que se asentaba el pasado, tienen por fuerza que rendir tributo a ese pasado. La ruptura tiene más fuerza cuanto más enraizada está en la tradición. Y la fuerza del impresionismo, el surrealismo o el cubismo estuvo también en la injustamente menospreciada obra de los «pompiers».

Para terminar, una alusión al magnífico catálogo de la exposición que, además de recoger diversos ensayos sobre el movimiento de los academicistas y su época, analiza uno a uno los cuadros que componen la muestra, incluyendo una interpretación de sus contenidos y la historia, bibliografía y exposiciones en las que se exhibieron a lo largo de su historia.