Alemanes de Rumanía, más allá de Herta Muller

Cualquiera que conozca la obra de la Premio Nobel de Literatura de 2009 Herta Muller habrá comprobado cómo toda su obra gira en torno a las vicisitudes que padecieron los alemanes rumanos bajo el régimen comunista de Nicolae Ceaucescu. Sin embargo, la historia de esta minoría se remonta mucho tiempo atrás.

Herte Muller
Herta Muller, escritora

Cualquiera que conozca la obra de la Premio Nobel de Literatura de 2009 Herta Muller habrá comprobado cómo toda su obra gira en torno a las vicisitudes que padecieron los alemanes rumanos bajo el régimen comunista de Nicolae Ceaucescu. Sin embargo, la historia de esta minoría se remonta mucho tiempo atrás.

En concreto al Medievo, entre los siglos X-XII, cuando los reyes húngaros llevaron a cabo la colonización de «la tierra más allá del bosque», la «Terra Ultrasilvana» –actual Transilvania-. A partir del siglo XIII, para fomentar la repoblación de dicho territorio los reyes húngaros incentivaron la colonización con población húngara, flamenca y sajona concediendo múltiples exenciones fiscales, la propiedad de la tierra o una amplia autonomía eclesiástica.

Durante siglos, la estructura social del Banato (actualmente dividido entre Rumanía y Serbia) y Transilvania era piramidal: una base compuesta por la mayoría de la población, campesina y rumana; una burguesía pujante germana y una nobleza húngara, dirigente en la administración y el ejército. Esta opresión secular del campesinado rumano hizo germinar un larvado odio hacia las dos nacionalidades dominantes.

Tras el fin de la 1ª Guerra Mundial, Rumanía consiguió la unión de todos los territorios en los que existía mayoría de población rumana, incluidos el Banato y Transilvania. Fue a partir de este momento cuando esas minorías húngaras y alemanas, antaño poderosas, comenzaron su particular vía crucis.

Durante la 2ª Guerra Mundial gran parte de la población alemana de Transilvania colaboró con la Alemania nazi. Tras la derrota alemana, Stalin exigió al estado rumano post-bélico la deportación en masa de más de 63.000 alemanes transilvanos, en parte como política vengativa y en parte para facilitar la ocupación soviética de Rumanía.

Pese a las protestas formales del rey rumano Mihai I y del último primer ministro no comunista Nicolae Radulescu, la deportación a Ucrania y Siberia para realizar trabajos forzados durante cinco años se concretizó a partir de enero de 1945. El propio Winston Churchill consideró esta venganza indiscriminada un derecho de guerra al decir: «¿Por qué estamos haciendo un escándalo por las deportaciones rusas de sajones en Rumanía?».

En «Todo lo que llevo conmigo» relata Herta Muller la historia de un adolescente de 17 años que sufrió aquella represión, la misma que sufriría en persona la madre de la escritora. El padre de la autora también padecería represalias por haber sido oficial de las Waffen SS durante la guerra.

La salida definitiva de las tropas soviéticas de Rumanía en 1958 no trajo consigo una mejora en las condiciones de vida de los alemanes del país. A cuentagotas pero ininterrumpidamente gran número de alemanes consiguieron la autorización para trasladarse a la RFA –es vox populi que Ceaucescu cobraba hasta 5.000 $ por permitir la salida del país de alemanes y judíos rumanos- o simplemente consiguieron huir clandestinamente. La población germana descendió desde 1958 y durante las siguientes tres décadas, pasando de los 384.000 habitantes a 250.000. En «El hombre es un gran faisán en el mundo» Muller aborda el destino de una familia alemana a la espera de la autorización para salir de Rumanía.

El gran éxodo alemán se llevará a cabo tras la caída del régimen comunista en diciembre de 1989 y no dejará de acentuarse hasta hoy día. Si el censo de 1992 recogía que sólo 119.000 alemanes seguían viviendo en territorio rumano, el de 2011 dejaba la cifra en una poco menos que anecdótica, menos de 37.000, un 0´19% del total.

Si bien su número es en la actualidad casi insignificante –aunque les está reservado, como al resto de las 18 minorías, un escaño por ley en el Parlamento-, la huella de ocho siglos sigue presente en las remarcables fortalezas medievales fortificadas, más de 250 en toda Transilvania, o en la arquitectura de ciudades como Brasov, Siguisoara o Sibiu, esta última capital cultural europea en 2007 y considerada por The Guardian como uno de los mejores destinos turísticos de Europa.

Es en Sibiu, cuyo ayuntamiento está gobernado por el alcalde alemán Klaus Johannes, donde se celebra bianualmente la reunión de alemanes de Rumanía. En la plaza central de la ciudad una bullanguera muchedumbre disfruta de los desfiles de trajes tradicionales germanos u observa exhibiciones de juegos populares al tiempo que saborea productos gastronómicos alemanes.

Estas reuniones bianuales no son sólo una fiesta popular más, sino la activación de un proceso de memoria histórica, en el que rumanos y alemanes se redescubren mutuamente. Es también el momento que aprovechan miles de alemanes que emigraron, en muchos casos hace décadas, para volver a sus lugares natales. Ése es el caso de Gunther Maurer, ingeniero mecánico jubilado y quien frisando los setenta años cuenta con parsimonia, al mismo tiempo que lía ceñudo un cigarrillo de picadura, cómo emigró a la RFA en 1982. Le parecen extraordinarias estas reuniones y añade riendo con un fondo de nostalgia: «Vengo cada dos años y tengo el corazón dividido. Reconozco que el país ha cambiado mucho, pero me sería imposible venir para quedarme. Por un lado soy demasiado viejo para empezar de nuevo de cero y también este lugar me trae recuerdos ambivalentes, es el lugar que asocio a mi infancia y seres queridos pero también al sufrimiento y la persecución. De todas maneras, cada vez que llego a Sibiu, mi corazón se alegra».

Para Muller esta pasividad ante el mundo que te toca vivir, semejante a la de Bartheby, aquel personaje de Herman Melville que repetía constantemente «preferiría no hacerlo», es totalmente imperdonable. Tal vez por ello tanto su obra como sus comentarios personales rezuman en algunos momentos un desencanto considerado por ciertas personas como «antirumano».

Sin embargo existe una interpretación diametralmente opuesta. Jorge Semprún decía que la patria de un escritor no es el idioma en el que escribe, sino lo que cuenta con el idioma escogido. De esta manera Herta Muller sería paradójicamente la más universal y representativa de las escritoras rumanas contemporáneas, por estar centrada toda su obra en dicho país.