Brasil, ¿rectificando la economía o callejón sin salida?

Río de Janeiro, IPS - ¿Habrá llegado a su fin el modelo implantado en Brasil por el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva en 2003, que integraba una política económica considerada neoliberal y un Estado activo en redistribuir los ingresos y promover la inclusión social?. En su segundo mandato, que comienza el 1 de enero, Dilma Rousseff intenta aparentemente restaurar esa combinación que tan bien le funcionó a su predecesor.

Puerto industrial
Puerto minero de la empresa Vale, la mayor productora de mineral de hierro en el mundo, en Punta da Madeira, por donde se exporta el mineral extraído de la Sierra de Carajás en la Amazonia de Brasil/ Foto: Mario Osava/ IPSo

«Pero ahora es insostenible el crecimiento económico con exportación de productos primarios para financiar políticas sociales, porque los precios (de esos bienes) se han caído», dice Cándido Grzybowski, director del no gubernamental Instituto Brasileño de Análisis Económicos y Sociales (Ibase). «El modelo está en un callejón sin salida, ya que no hay soluciones ni alternativas en el horizonte», y las nuevas condiciones para sostenerlo, como el retorno de China a una expansión acelerada, no parecen factibles, nos aclara.

Otra gran fuente de ingresos, el petróleo descubierto en 2006 bajo la capa de sal en aguas profundas del océano Atlántico, tampoco ofrecerá los resultados esperados, por lo menos mientras no se recuperen los precios del hidrocarburo, que han bajado más del 30 por ciento el último semestre.

Para superar las debilidades actuales de la economía brasileña, incluyendo su estancamiento, inflación y déficit fiscal elevados y desconfianza del empresariado, Rousseff acomete su segundo cuatrienio con la renuncia a sus propia ideas económicas y la adopción de las de sus opositores, nombrando economistas ortodoxos para ministerios clave.

«Engaño electoral», es como ha calificado la oposición la actitud de la presidenta, al asumir medidas que, durante la campaña electoral, había condenado como un retroceso que borraría programas sociales y devolvería al hambre a la población más pobre.

El ministro de Hacienda designado, Joaquim Levy, es el mismo que, como secretario del Tesoro Nacional entre 2003 y 2006, ejecutó un duro ajuste fiscal, aumentando impuestos y recortando gasto público. Por ello, es conocido como «manos tijera».

Levy, el nuevo ministro de Planificación, Nelson Barbosa, y el ratificado presidente del Banco Central, Alexandre Tombini, han anunciado la disposición de restablecer con rigor el trípode macroeconómico de baja meta inflacionaria, cambio flotante y austeridad fiscal, para que se traduzca en un superávit primario (sin los intereses de la deuda).

La flexibilización e incumplimiento de las metas, además de maniobras contables para aparentar mejores cuentas públicas, llevaron al fracaso la gestión económica del primer mandato de Rousseff, junto con la baja confianza de inversionistas privados en el gobierno, según los críticos. Un ajuste gradual en los gastos públicos, de manera que se pueda obtener un superávit primario del 1,2 por ciento del producto interior bruto en 2015 y por lo menos el dos por ciento en los dos años siguientes, han sido las metas anunciadas por Levy, junto con cuentas transparentes, sin recurrir a la «contabilidad creativa».

Para contener la inflación, que ha llegado al 6,56 por ciento en el índice acumulado de 12 meses hasta noviembre, el Banco Central ya elevó la tasa básica de interés al 11,75 por ciento al año. La meta inflacionaria está fijada en un 4,5 por ciento con tolerancia hasta el 6,5 por ciento.

«Tendremos por lo menos dos años dramáticos», con recortes presupuestarios y aumento de interés que afectarán a las políticas sociales y elevarán el desempleo, nos dice Grzybowski, después de reunirse con otros dirigentes de organizaciones sociales para evaluar la situación política tras las elecciones de octubre y el papel de la sociedad en ese cuadro.

La reactivación de los movimientos sociales y las protestas masivas serán un efecto probable de esa coyuntura negativa, con el gobierno y el parlamento más conservadores, según el director de Ibase, sociólogo y fundador del Foro Social Mundial.

Pero el escándalo de corrupción en la empresa petrolera estatal Petrobras, bajo investigación policial y judicial, es «la incógnita que podrá sacudir la política nacional», porque involucra sumas multimilionarias y a decenas de parlamentarios y dirigentes políticos.

«Los medios de comunicación que han propagado casi exclusivamente la opinión de que la austeridad fiscal y monetaria es la única vía para solucionar nuestros problemas», distorsionan el resultado de las elecciones e ignoran la diversidad de opiniones, han dicho más de 1.300 «economistas por el desarrollo y la inclusión social».

El manifiesto, que recoge firmas desde comienzos de noviembre, no ha conseguido evitar la decisión de Rousseff. La austeridad «ha agravado la recesión, el desempleo, la desigualdad y el problema fiscal en los países desarrollados», advierten esos economistas ignorados en sus posiciones, aunque simpatizantes del gobierno.

«La industria es la que más sufre el impacto cuando la economía crece poco o no crece», observa el economista Julio de Almeida, temiendo que la austeridad agrave la recesión que ya ha amargado al sector este año. Compras de automóviles, otros bienes duraderos y máquinas pueden retrasarse ante la escasez del crédito, explica.

Pero este profesor de la Universidad Estatal de Campinas mantiene cierto optimismo. El ajuste fiscal anunciado, gradual, puede conquistar la confianza del empresariado y mejorar las expectativas, con impactos negativos mitigados por la forma de ejecutarlo, observa. «Así se pavimenta el crecimiento económico y después de un primer semestre muy difícil en 2015, vendría un semestre mejor, con la industria estancada, pero superando la caída del tres por ciento de su producto en este 2014», afirma.

Con la desindustrialización ocurrida en Brasil, el sector representa solo del 12 al 13 por ciento del producto interior bruto, pero «tiene gran poder de arrastre», dinamizando muchos otros segmentos, como transporte, finanzas, tecnología de la información y servicios en general, insiste.

Por eso considera vital mantener la industria de transformación nacional, asegurando su financiación por bancos de fomento y mercado de capitales, mejorando la infraestructura, el sistema tributario y el cambio monetario, cuya sobrevaluación ha hecho mucho daño al sector desde los años 90.

«Nuestra industria ha perdido densidad, pero mantiene una diversificación que pocos países poseen y puede recuperarse en segmentos como el de bienes de capital y farmacéutico, con otro nivel de sofisticación y competitividad», concluye Almeida, quien fue secretario de Política Económica del gobierno en 2006 y 2007.

Mauro Osorio, profesor de la Universidad Federal de Rio de Janeiro, es otro economista que vislumbra un buen futuro posible para Brasil, pese a los desequilibrios económicos actuales y el remedio recesivo anunciado. «Brasil ya ha avanzado mucho. En 1990 tenía 1.500 municipios con bajo Índice de Desarrollo Humano, hoy ninguno. Había muy pocos de índice alto, hoy son 1.500 municipios», destaca.

El petróleo abre una nueva oportunidad de prosperidad si se aprovecha con sensatez, usando sus ingresos para el desarrollo como han hecho los noruegos. En Brasil una política de contenido nacional en los equipos, puede impulsar la industria naval y tecnologías requeridas incluso en otras actividades, dice.

Los alimentos, de los que esta potencia latinoamericana es gran productor y exportador, son otra posibilidad de progreso, pese a la amenaza climática y a los riesgos de inflación, si aumentan mucho sus precios internacionales. Pero un crecimiento económico con más equidad afronta varios desafíos en el país, que difícilmente serán enfrentadas por el gobierno renovado de Rousseff.

«Habría, por ejemplo, que cambiar la estructura tributaria, que grava mucho el consumo y poco el ingreso, al contrario de Europa y Estados Unidos. Y reducir el déficit del sistema de previsiones, que se agrava con la creciente longevidad de los brasileños», apunta Osorio, especialista en la historia económica de Río de Janeiro.