La cultura juvenil nace en los viejos «caserones» de Bucarest

En la capital de Rumanía, jóvenes arquitectos y artistas decidieron reformar e instalarse en casas históricas para crear proyectos socioculturales. En un contexto económico y social limitado, son muchos los jóvenes que decidieron dejar su curro y dar una mano de pintura a la vida cultural de Bucarest renovando el espacio de una casa, generalmente una casa antigua de más de un siglo. Estos lugares ofrecen un espacio alternativo a los jóvenes artistas, lejos de las galerías elitistas y de los conciertos demasiado caros.

Asociación
Asociación 'Think OUtside the Box' y Le Scrie Despre Tine / Foto: Marine Leduc

En la capital de Rumanía, jóvenes arquitectos y artistas decidieron reformar e instalarse en casas históricas para crear proyectos socioculturales. Estos lugares ofrecen un espacio alternativo a los jóvenes artistas, lejos de las galerías elitistas y de los conciertos demasiado caros.

En una pequeña calle oscura de Bucarest, dos chicas escudriñan sus smartphones, se paran y me preguntan: «¿Tú también haces la Noaptea Caselor? Buscamos la Scrie Despre Tine ('Escribir acerca de ti mismo'). Tiene que estar justo aquí». Delante de nosotros se abre un portal y entramos en la casa. La gente va y viene por las habitaciones, participan en los juegos propuestos por la asociación de teatro. En algunos sitios de la ciudad, otros caserones están llenos a rebosar: DJs en cada piso, fotos en las paredes, escenas de teatro en el salón.

Casa Nostra

Noaptea Caselor ('La noche de las casas'), que tuvo lugar el 27 de septiembre, toma como modelo La noche de los museos, un circuito por varios museos de la ciudad abiertos durante toda la noche. En esta ocasión se trata de descubrir centros culturales «alternativos» ubicados en casas históricas. Una velada informal, por iniciativa de Carol 53 y Casa Jurnalistului, que pretende sensibilizar al público sobre la situación del patrimonio de Bucarest y, sobre todo -tal como explica la descripción del evento-, dejar con un palmo de narices a las «autoridades locales hostiles y a un entorno social apático».

«No son solamente ruinas que deberían ser demolidas para levantar en su lugar edificios nuevos. Es también un concepto», me explica Lucian en francés. Este estudiante de arquitectura aprendió el idioma paseando por Francia, cuando vivió allí de okupa y se impregnó de las ideas que iba encontrando por el camino. Con sus acólitos de la Universidad de Arquitectura, decidió reformar un monumento de principios del siglo XX y creó Carol 53, un lugar abierto al público y a los proyectos socioculturales. «Desde hace más de dos años, cada evento que tiene lugar aquí forma parte de la memoria y de la vida cultural de la ciudad. Es también un espacio neutral donde se establece un diálogo entre personas de diferentes clases sociales».

En un contexto económico y social limitado, son muchos los jóvenes que decidieron dejar su curro y dar una mano de pintura a la vida cultural de Bucarest renovando el espacio de una casa, generalmente una casa antigua de más de un siglo. Algunos prefirieron abrir allí un bar-galería o un café-concierto para que el negocio fuera rentable, como Dianei 4 y Acuarela. Otros están habitados eventualmente y proponen diversos y variados proyectos: Casa Jurnalistului acoge a un colectivo de periodistas; Aviatorilor 9, una galería de arte; Casa de Pe Chei, estudios de artistas y Scrie despre Tine, cursos de teatro y de escritura. Esta segunda categoría es la que le interesó a Lucian para la Noaptea Caselor: «Son proyectos independientes y originales. No hay ningún negocio detrás sino una finalidad sociocultural». Catorce casas en total respondieron a la llamada.

Un patrimonio en peligro

Cientos de prestigiosas residencias -vestigios de la Belle Époque y de un Bucarest conocido a menudo como le petit Paris- se encuentran hoy en un estado lamentable: fantasmas de una época pasada que unos grupos de jóvenes quieren ahora hacerlos renacer. No ha vuelto para nada la época comunista: las casas fueron confiscadas y nacionalizadas durante los años 50, ocupadas por las administraciones públicas o por familias. Después de la revolución de 1989, algunas se devolvieron directamente a sus propietarios; otras años más tarde, por lo que las paredes han tenido tiempo de degradarse y la rehabilitación cuesta demasiado dinero; y otras permanecen perdidas en el limbo de la administración. Nadie puede tocar el tema.

Para Cristiana, la situación es urgente. Muchos edificios corren el peligro de desaparecer o por terremotos o a causa de políticas urbanísticas que prefieren sustituir las «viejas piedras» por bloques de hormigón. Cristiana dejó su empleo y decidió formar parte del proyecto Casa Lupu o Calup como responsable de relaciones con la prensa. La asociación reúne a decenas de arquitectos, diseñadores gráficos y artistas que reforman una casa histórica y organizan eventos que duran un determinado periodo de tiempo. El año pasado se «resucitaron» dos casas gracias al proyecto Calup. «Organizamos eventos pop-up. En primer lugar, para sensibilizar al público y mostrarles que el patrimonio también es nuestro, que tenemos que cuidarlo. Después, para integrar las casas dentro de un circuito económico y cultural», explica Cristiana. «Deseamos que personas de buena voluntad estén interesadas en invertir en estos lugares».

Ni casas okupas ni galerías privadas

Estos nuevos centros culturales no son casas okupas, que a menudo tienen mala prensa en Rumanía. Cada grupo o asociación tiene un acuerdo con el propietario para ocupar los locales sin tener que pagar un precio desorbitado ni correr el riesgo de que se les eche. Está surgiendo una especie de sistema «híbrido» que se queda fuera de la lógica del mercado.

Las obras maestras de estas residencias históricas se convierten en espacios de interacción entre los artistas y el público. Ofrecen nuevas oportunidades a los jóvenes a los que habitualmente se les cierran las puertas. Como puntualiza Lucian, «las otras galerías son demasiado elitistas y no ofrecen una oportunidad a los jóvenes artistas. Nosotros llevamos a cabo el proceso contrario».

En Casa Pe Chei, a orillas del río Dumbovita, Cristian y Rares de la asociación ArtWE alquilan estudios a artistas y artesanos a precios asequibles. Están acompañados por Vika, que ha abierto su taller de joyería en esta casa. Según Vika «tener mi estudio aquí supone algo muy diferente. He tenido mucho apoyo por parte de la ArtWE y de los demás artistas. No me imagino trabajando en otro ambiente que no sea este». Gracias a ellos, el resurgimiento del lugar ha tenido también un impacto en el barrio, una antigua zona industrial abandonada. «Por ejemplo, hay una pequeña tienda en la esquina de la calle -me cuenta Rares- y la mujer que lo lleva me dijo que esperaba la llegada del verano porque sus ventas aumentaban cuando había un evento o una barbacoa aquí».

¿El nuevo Berlín?

La aventura no está exenta de dificultades. El concepto sufre también su parte de críticas. Algunas personas «no son conscientes de lo que esto aporta a la ciudad». Cuando empecé a interesarme por este tema el año pasado, me puse en contacto con un reconocido arquitecto para saber el punto de vista de un experto. En un primer momento rechazó la entrevista porque, según él, los periodistas extranjeros se centran demasiado en el deplorable estado de las casas de Bucarest. Le expliqué que, por el contrario, mi intención era mostrar las iniciativas juveniles positivas y él me respondió: «no veo qué tiene de interesante hablar de este tema». Un choque generacional quizás.

El otro obstáculo es la financiación. El miedo a que ricos inversores compren la casa está presente, pero también es difícil encontrar una manera de subsistir totalmente siendo independientes. Los fondos son escasos y hay que apañárselas como se pueda. Para Vera, fundadora de Scrie Despre Tine, el hecho de tener poco dinero anima a la gente a ser más creativa y también más solidaria: «Nos han traído montones de objetos para la casa. Desde hace varios años, notamos que los jóvenes rumanos son más activos e interactúan más, mientras que antes o no hacían nada o se marchaban del país. Esto se vió a raíz de las manifestaciones a favor de Rosia Montana y esto se ve también a través de este tipo de sitios. Es un soplo de aire nuevo para la ciudad».

Rares lo confirma: más que reanimar una casa o un barrio, «esto reanima toda la ciudad». La Noaptea Caselor es la prueba de ello: varios miles de personas recorrieron las calles de casa en casa. «Bucarest comienza a brillar desde este punto de vista -añade Rares- no le sorprenda que dentro de unos años la ciudad pueda compararse con Berlín y otras ciudades que tienen una fuerte cultura urbana». Esperemos que, a diferencia de Berlín, este tipo de sitios no caiga en manos de inversores sin escrúpulos.

Reportaje realizado con la ayuda de la beca «Europa» del Instituto Cultural Rumano de Bucarest y publicado originalmente en Cafébabel.

Traducción Belén Burgos Hernández