Cuando el arte hizo ‘pop’

El Museo Thyssen-Bornemisza acoge una de las mayores exposiciones de pop-art, con obras de sus grandes representantes. La novedad de la exposición que en relación con otras muestras de pop-art es la de relacionar este movimiento con los géneros pictóricos tradicionales de la historia del arte: el retrato, el paisaje, los bodegones y las naturalezas muertas, el erotismo, las obras maestras de la historia de la pintura. Todos estos géneros se someten a una nueva mirada bajo la óptica del pop-art, de la que resulta una lectura novedosa y original.

El cuadro de
'La salita', Equipo Crónica (1970)/ Colección Fundación Juan March/ Foto: Manolo Valdés, Vegap, Madrid 2014

El objetivo es sacudir los prejuicios sobre el pop-art utilizando la tradición y las fuentes que han servido de alimento a sus artistas. También la reafirmación de la filosofía de este movimiento, de que no existe una cultura de elite opuesta a una cultura de masas, sino que son una y la misma cosa. El orden y la colocación de las obras colgadas aquí, de deslumbrante impacto visual, reafirman estos principios.

Un arte para la mitología

Aunque el pop-art nació en Inglaterra (fue un crítico inglés, Lawrence Alloway, el que inventó el término), fue en los Estados Unidos donde se desarrolló con más fuerza y desde donde se expandió a todo el mundo. En 1962, el crítico de arte Gene R. Swenson escribió en Art News un artículo elogiando el nuevo estilo de unos pintores que venían revolucionando el mundillo del arte desde los últimos años de la anterior década. Revistas como Time, Life y Newsweek habían empezado a hablar de este nuevo movimiento y algunas galerías de prestigio comenzaban a albergar obras de Wesselmann, Oldenburg y Warhol, entre otros. Y otra vez hay que citar a Marcel Duchamp como impulsor de los nuevos caminos que desembocaron en el pop-art, un movimiento con inequívoca ascendencia dadaísta (de hecho, comenzó denominándoselo New Dada), que también buscaba una aproximación a la vida a través del arte. También es deudor de Fernand Léger y de su pionero acercamiento a la imagen publicitaria y cinematográfica.

Lo que distingue al pop-art de otros movimientos que jugaban ya entonces con el realismo pictórico, es la iconografía simbólica utilizada en sus propuestas temáticas, relacionadas con los medios de comunicación, con el consumo y con la sociedad de masas, elementos que conformaban el american way of life de los 50-60. En este sentido, la botella de Coca-Cola, tan utilizada por la mayoría de sus artistas, es el icono de la promesa de satisfacción rápida, propia del mercado. Esto es también lo que más lo diferencia del pop británico y europeo. La fotografía, el comic, el cartel publicitario, el cine, las meganoticias de los medios de comunicación de masas (el asesinato de Kennedy, la llegada del hombre a la Luna)... tratados con colores planos en imágenes bidimensionales de gran nitidez, en propuestas despersonalizadas y acríticas (aunque expresamente procapitalistas), conforman los contenidos del arte pop desde los primeros años.

En los sesenta comenzó a instalarse en la sociedad occidental un fervor por la mitología, generado en los productos cinematográficos de Hollywood y en la música juvenil británica y norteamericana. Como elementos de lo cotidiano, los mitos pasaron a formar parte de los temas de los artistas pop. Protagonistas del cine (Marilyn Monroe, Marlon Brando, Liz Taylor, James Dean), la música pop-rock (The Beatles, Rolling Stones, Elvis Presley), la política (Kennedy, Nixon, Mao)... fueron los modelos de los creadores del pop-art, que potenciaron su carisma a través de la repetición permanente de su imagen icónica. Incluso los propios artistas sirvieron de modelos a este género: David Hockney («Autorretrato con guitarra azul»), Allen Jones («Hombre reflejado») y los numerosos autorretratos de Andy Warhol.

Los comienzos de una revolución icónica

Hacia mediados de los años 50 Robert Rauschenberg y Jasper Johns comenzaron a apartarse del expresionismo abstracto y a experimentar con nuevas propuestas pictóricas que volvieran a conectar con la realidad. En 1955 Rauschenberg presentaba su obra «Bed», ropa de cama salpicada de pintura y colgada de una pared. Se trataba de utilizar lo cotidiano, lo vulgar y lo popular en nuevos soportes y revelar la belleza de los objetos que manejamos todos los días, desde los platos a las botellas de Coca-Cola. Mientras, Jasper Johns recreaba sus formas pictóricas a partir de elementos accesibles a todo el mundo: banderas, dianas de tiro, mapas, bronces pintados... que anticipaban la iconografía del pop-art. Johns introdujo la tridimensionalidad en su pintura, a la manera de los ready-made duchampianos, utilizando elementos de la subcultura, como latas de cerveza fundidas en bronce con rótulos pintados a mano. Por su parte, Roy Lichtenstein, el otro gran representante del pop-art, utilizaba la publicidad y el cómic en grandes formatos, en los que reproducía minuciosamente el granulado de los originales obtenido con la técnica de los puntos Ben-Day, basada en los mismos principios del puntillismo de los expresionistas.

Pero fue Andy Warhol el artista que iba a dar el impulso definitivo al pop-art. Warhol, un creativo que venía trabajando en el mundo de la publicidad, convirtió sus diseños para los envoltorios de las sopas Campbell o el detergente Brillo en iconos del nuevo arte. Además introdujo en su obra objetos de uso cotidiano: botellas de Coca-Cola, billetes de dólar, retratos de estrellas del cine y de la música (Marilyn Monroe, Liz Taylor, Elvis Presley). Aplicó a sus obras un tratamiento fotomecánico de serigrafía con el que obtuvo imágenes repetidas, a veces copias exactas y otras con pequeñas variaciones, conseguidas aplicando ligeros toques de color con el pincel. Sus obras eran el producto de procesos de trabajo en equipo, en su estudio, al que denomina Factory (La fábrica), y por eso no las llamaba obras de arte sino productos industriales.

Por su parte, James Rosenquist introdujo en su obra la fascinación por el cine, con cuyos carteles elaboraba auténticas metáforas visuales. Sus trabajos situaban a los pobladores de las grandes urbes en agobiantes entornos consumistas. Mientras, otro genuino representante del pop-art, Tom Wesselmann, experimentaba con la publicidad e introducía el erotismo a través de su serie «El gran desnudo americano», con el fin de exponer referencias explícitas al papel de la mujer como objeto sexual. Para esta serie sólo utilizó los colores de la bandera de los Estados Unidos. La revolución sexual de los años sesenta influyó de manera determinante en la visión del arte de aquellos años, y el pop-art no fue ajeno a esta transformación. La exposición «Erotic art 66» recogió obras de Richard Lindner, de Allen Jones, de James Rosenquist, de Pauline Boty (una de las pocas mujeres del movimiento), con motivos que reflejaban el erotismo de la nueva sociedad, muchas de cuyas obras pueden verse en esta exposición.

La ciudad, en concreto Nueva York, fue el centro de la producción de la mayor parte de los artistas del pop-art. Casi todos sus creadores le rindieron su pequeño homenaje en algunas de sus obras, pero fue Claes Oldenburg quien manifestó la profunda fascinación que ejerció sobre los miembros de este movimiento. Lo hizo con sus pinturas, pero también con objetos urbanos elaborados con materiales encontrados en los contenedores de basura o arrojados a la acera de las calles, o exagerando las excelencias de los productos de consumo en reproducciones monumentales, como en la representación de una gigantesca hamburguesa a través de la que eleva la comida basura al nivel del arte al mismo tiempo que critica la locura del consumismo.

La costa oeste de los Estados Unidos albergó un movimiento paralelo al pop-art neoyorkino, que tenía su base de operaciones en Los Ángeles. La beat generation y el incipiente movimiento flower power no fueron ajenos a los temas de sus creadores californianos, plagados de motos, artículos de consumo reelaborados, utensilios de garajes y talleres de reparación de vehículos. Billy Al Begston, Mel Ramos y sobre todo Ed Ruscha, fueron sus representantes más destacados.

art español

El pop-art europeo no alcanzó, como ya hemos dicho, las dimensiones del americano, a pesar de ser cronológicamente anterior. En Inglaterra se inició en 1952 en el Instituto de Artes Contemporáneas con las creaciones del Independent Group, del que formaban parte artistas y críticos de un cierto prestigio. Richard Hamilton, otro rendido admirador de Marcel Duchamp, ya utilizaba imágenes publicitarias, escenas de cómic y otros elementos de dominio popular en su obra «Exactamente ¿qué es lo que hace a los hogares de hoy tan diferentes y tan atractivos?», gran sensación de la exposición «This is tomorrow», de 1956, pensada para dejar atrás la austeridad que había caracterizado los años de posguerra.

Fue Hamilton quien definió las características del pop-art: efímero, barato, prescindible, producido en serie, sexy, divertido, efectista, glamouroso... y un gran negocio. Eduardo Paolozzi reafirmó todas estas características en su serie de collages que tituló «Bunk!» (¡Mamarrachada!), presentes en «Yo era juguete de un rico», donde aparece ya la palabra pop en la nube de humo que sale de una pistola (¡¡en 1947!!). Por su parte, Peter Blake introdujo elementos de exaltación nacionalista en sus imágenes circenses o en sus escenas de strip tease. David Hockney, Allen Jones, Peter Phillips, Ronald B. Kitaj, Richard Smith, Alan Jones... son nombres que tienen una obra considerable y una trayectoria destacada dentro del pop-art británico. Muchas de ellas cuelgan estos días en esta exposición.

En España, la influencia del pop-art estuvo relacionada con la lucha ideológica contra el franquismo, con la que coincidió cronológicamente. Eduardo Arroyo, Juan Genovés, el Equipo Crónica (representados también en esta muestra) elaboraban sus obras mezclando sus propuestas artísticas con sus planteamientos ideológicos.