Del espionaje múltiple y la compra del 'Washington Post'

Mientras el Tío Sam sigue vigilándonos, no estoy seguro de que tenga capacidad para procesar todo lo que acumula. El correo-basura lo inunda todo. Me pregunto si la NSA, su programa PRISM, sus colegas chinos, el GCHQ británico, etcétera, saben qué hacer con tantísimos datos amontonados. Y entretanto, el diario «Washington Post» se ha rendido.

Jeff Bezos
Jeff Bezos, compra el Washington Post

Ya poco puede esperar de una época en la que Edward Snowden, como los viejos espías de la guerra fría, solo se siente seguro en Moscú. Jeff Bezos, fundador de Amazon, quizá sea sincero en su deseo de convertirse en ángel guardián del periodismo serio, futuro, posible. No lo sabemos, aunque parece difícil.

El poder del dinero decide nuestros destinos de forma fulgurante. Los 250 millones de euros que ha pagado Bezos por su capricho muestran el nivel de valoración mercantil -a la baja- de lo que fueron instituciones importantes del periodismo democrático. Ahora, Internet lo convierte todo en aceite de engrase de las conciencias y las grandes corporaciones vinculadas a los negocios digitales pescan el detalle más nimio de nuestra privacidad. Chris Soghoian, de ACLU (American Civil Liberties Union) nos advierte (TIME, 24 de junio de 2013) donde está ahora el reto del monstruo: «Su enorme disponibilidad de datos los empuja a crear cada vez más herramientas nuevas de análisis de esos datos».

En ese sentido, queremos hacer nuestro propio repaso en 30 reflexiones, más o menos breves, voluntariamente dispersas, para intentar saber dónde estamos:

1. La vigilancia cibernética está siempre presente, bajo formas diversas, y cuenta a menudo con nuestra aprobación. En realidad, sucede así con frecuencia incluso en países considerados dictatoriales (un anticipo moderno fue la República Democrática Alemana). Eric Sadin (Le Monde, 18 de junio de 2013) concluye: «En vísperas de la ya anunciada inserción de un chip electrónico en nuestros tejidos biológicos, que dará cuenta sin pérdida espaciotemporal, de cada uno de nuestros gestos y de todas nuestras relaciones, tenemos que afrontar la idea de un «habeas corpus digital» pensado para triunfar ante el mayor desafío de nuestra época y nuestra civilización». Los responsables de «nuestra» seguridad contraponen su propio concepto: la siniestra «seguridad predecible».

2. La idea de privacidad apenas existe, o ha dejado de valorarse, socialmente, en el ciberespacio. Facebook es el negocio en el que la quiebra ética parece mayor, pero YouTube, Google, Skype, Microsoft, Apple (ah, el héroe bueno, Steve Jobbs) y Yahoo, deberían sufrir un repaso por nuestra parte. Hay que revisar nuestra obediencia casi ciega a los principios que esos gigantes definen (para nosotros) todos los días. Y mientras señalamos a la luna, los imbéciles gritan contra el dedo (los medios tradicionales).

3. Se habla siempre positivamente de las redes sociales (Facebook/Twitter), casi nunca de sus aspectos lúgubres o de las desigualdades que provocan. Muchas franjas sociales quedan fuera, no solo quienes estamos fuera de manera esporádica, por voluntad propia o por activismo. Alguien tiene que hablar más de sus aspectos más desabridos, de sus mecanismos (nuevos) de poder. No todo en las redes es «revolución» y «extensión de la democracia». Eso son verdades a medias, mitos interesados o mentiras a secas. Si no lo señalamos, su poder tiende a ser omnímodo. Pueden ser estupendas o macabras. Hacen y deshacen la imagen de cualquiera, sin que se pueda poner verdadero remedio, sin equilibrio, a velocidad de vértigo.

4. En la Red, la multiplicación de los lenguajes incoherentes, pobres conceptualmente, de escritura deficiente, o peor aún, soeces, insultantes, reaccionarios, machistas, discriminadores, parece no tener límite. El crecimiento del Dios-Internet es paralelo a la espiral política (de todos los fundamentalismos) contra la neutralidad laica en materia de creencias, religiosas o escépticas. Un cierto estado de ánimo colectiva, que se crea de repente, puede llegar a ser incluso más que los contenidos.

5. «Encontrar el modo de articular una postura crítica sobre esos aspectos, antes de que gigantes tecnológicos, como Facebook, usurpen la imaginación pública con su discurso de «compartir sin fricciones» debería ser la principal prioridad para alguien preocupado con el futuro de la democracia», Evgeny Morozov (El País, 27 de noviembre de 2011).

6. Aunque nos lo hayan hecho creer, no hay una relación directa entre ser el más activo, el más preocupado socialmente, el más solidario, el más efectivo, y quien utiliza más las nuevas tecnologías. Quizá tenemos que pasar por la comunicación electrónico-cibernética, pero al utilizar esa herramienta conviene taparse la nariz de vez en cuando.

7. Las pantallas de ordenador, móviles, consolas, tabletas electrónicas, etcétera, son frecuentes espejos, multiplicados, de la soledad de una gran muchedumbre de individuos aislados. Hay que defender los lugares de encuentro casual, de charla fácil, de olvido. Sirven las playas solitarias, las montañas, un banco en el parque, también la ventana de un bar mientras miramos hacia la gente y la calle. A veces estamos menos solos al apagarlo todo. Quizá tenemos ya actos reflejos robóticos o propios de robots. Es frustrante que no nos dejen tiempo para pensar con sus maquinitas y su precipitación incontrolada. «Haz una búsqueda» es una frase de contenido neorreligioso, que pone nuestro destino en manos de desconocidos dioses de la memoria. ¿Pueden dejarnos tomar la copa o merendar en paz?

8. Leer en papel, en el grabado de la piedra de un monumento, o incluso en el aseo de un bar, no es propio de viejos. Leer textos largos, tampoco. Creer que solo nos iluminará o relajará la lectura electrónica, es una majadería propiciada (ampliamente) por intereses comerciales y por poderes bastardos. Los eruditos pueden ser, o no, unos pesados charlatanes, unos «palizas». La erudición contiene, con frecuencia, un placer mayor al final de un camino determinado. Quizá la erudición digital existe, sí, pero parece fomentar una especie de nerviosismo consustancial e inquietante. ¿Hay que resignarse como un esclavo? En menos que canta un gallo, cualquier obtuso creyente digital se lanza a representarnos, a convertirnos, en ancianos decrépitos (digitalmente). Hay que devolverles cada golpe. Sin piedad, como si fuéramos Clint Eastwood.

9. ¿Por qué no podemos seguir defendiendo la vigencia de la lectura en papel, que nos parece más relajante, sensible y gratificante? Los supuestos argumentos ecológicos contra el libro de papel son hipócritas o estúpidos. Seguir pacificando nuestro espíritu con un libro de papel, antes de dormir sobre todo, se ha convertido en un acto de resistencia. No me da la gana leer todo en una pantalla electrónica. No es necesario y me fatiga más.Puedes enviar este texto a la impresora y ya verás si lo sigues leyendo (o no). En papel reciclado, claro.

10. Ante nuestra vida actual, debemos preguntarnos cuanto libre albedrío tienen las máquinas y qué margen nos queda a nosotros. El cerebro no es un ordenador primitivo. «Si me preguntas si el cerebro hace cálculos, te diré que sí. Pero ¿es como un ordenador digital? No», respondió el científico y experto cerebral, Antonio Damasio (EPS, 7 de noviembre de 2010).

11. La concentración mental es imprescindible. Muchos expertos previenen contra la tendencia a la distracción histérica que favorece el uso permanente de la comunicación digital. «Sería temerario saltar a la conclusión de que Internet está minando nuestro sentido moral. Pero no sería aventurado sugerir que, a medida que la Red, redibuja nuestro camino vital y disminuye nuestra capacidad para la contemplación, está alterando la profundidad de nuestras emociones y nuestros pensamientos», Nicholas Carr, en su libro «Superficiales, ¿qué está haciendo Internet con nuestras mentes?» (What Shallows. What the Internet is doing to our brains», publicado en 2010).

12. Las guerras de nuevo tipo tienen lugar primero en los cuartos oscuros de Internet. Ahí residen los servicios secretos de las mayores potencias mundiales, que no han abandonado su fascinación armamentística (incluida la nuclear). La fascinación por la Red no debe conducirnos al olvido de las nuevas formas, una miríada de nuevos modelos, de guerra fría multipolar. Internet está en su base.

13. Nunca percibí una mayor influencia de los servicios secretos y los gabinetes oscuros que en nuestra época. ¿Tiene eso algo que ver con los poderes en la Red y con los detalles de su gestión y funcionamiento?

14. La multiplicación de datos no es periodismo, ni necesariamente información. Es acumulación sin más. Podemos estar seguros de que el viejo «Washington Post» hizo en su tiempo un gran servicio a la sociedad. En las nuevas montañas de desechos electrónicos, de ruptura de conceptos esenciales, de distorsión social interesada, no sabemos si terminarán predominando las verdades más útiles para la mayoría. Por el momento, los grandes poderes, ocultos o no, y la lógica de las finanzas truenan en medio de la tormenta.

15. Los competentes técnicamente no siempre son sabios. En Internet, eso sigue siendo cierto. Utilizo, por ejemplo, la Wikipedia, pero tengo cuidado con lo que Mathieu O'Neil, Universidad Nacional de Australia, llama «burocracias tribales en línea» (Le Monde Diplomatique, agosto 2009).

16. Internet puede ser un poco patio del colegio, pero no debería sustituir al patio del colegio. La propagación de rumores, bulos y propaganda es más fácil que nunca. Las intoxicaciones son universales e instantáneas, pero paradójicamente no aumentan la desconfianza general hacia Internet. ¿Por qué se ríen de la generación que dice, decía, «es verdad, lo ha dicho la tele»? No veo apenas la diferencia con una cierta muchedumbre de los internautas más incautos.

17. En Francia, existió un antecedente de Internet, que llegó a tener millones de oficinas y familias abonadas. Lo recibían cuando pedían un teléfono a una (entonces) empresa pública, France Télécom. Lo utilizaban veintitantos millones de personas de un país que no llegaba (entonces) a 60 millones de habitantes. Había también charlas, que entonces nadie llamaba «chats», invitación al sexo, información cultural, búsqueda de personas y teléfonos, etcétera. Minitel desapareció hace menos de dos años, engullido por «esto». Nadie quiere regresar al pasado, pero ¿podemos reflexionar un poco sobre ciertos principios de su funcionamiento? Minitel, hay que repetirlo, era público.

18. El discurso ideológico monocorde se refuerza en la búsqueda constante de opiniones que confirman lo que pensamos. Internet es, fácilmente, un aliado de los internautas que solo buscan confirmar su «verdad». Lo contrario, sí, también existe, pero dudo de que sea mayoritario entre quienes navegan en la Red. Nuestro cerebro navega hasta cuando duerme o finge descansar. Eso me reconforta ante el reto digital. Soy más feliz siendo contradictorio.

19. Google sigue oponiéndose al «derecho al olvido». Tampoco el anonimato de la Red fomenta siempre los valores sociales, ni el coraje personal. El derecho a mentir y calumniar, claro, está incluido en su menú.

20. No sé para qué valen mis contraseñas si ignoro quien las controla, donde. Ya escribí sobre los «salteadores de caminos» (Microsoft/Hotmail).

21. Compartir información y compartir emociones son cosas distintas. Solo los servicios secretos parecen compartir información continuamente. Nosotros solo somos ciudadanos aislados, individuales, que dudan, aman y se equivocan todos los días. Únicamente la CNA, sus aliados y sus enemigos son infalibles y coherentes. ¿Queremos parecernos a ellos?

22. Las nuevas vías tecnológicas y la Red han sido fundamentales para el desarrollo del capitalismo de los tiburones de la crisis. Como es sabido, las agencias de calificación también dan mejores notas a sus mejores clientes, mientras fingen ignorar el precipicio financiero más cercano (que están obligadas a predecir). Como en las crisis decimonónicas, el desarrollo de un proceso técnico cambiante crea pobreza por doquier. Hay que fomentar la solidaridad social contra ese mundo sombrío de las predicciones económicas. Sus «expectativas» (las de Lagarde, Merkel, Olli Rehn, Montoro y demás) no tienen nada que ver con las nuestras. Sí, sus sueños son nuestra pesadilla.

23. ¿Por qué esas sociedades planetarias (Google, Microsoft, pero también Ryan Air) hacen todo lo posible para no pagar impuestos? ¿Es solo cómplice el Estado o también nosotros?

24. Si la Red es tan creativa, ¿por qué la extensión del plagio es mayor que nunca en la historia? El robo creativo y de identidad es más fácil que antes. Internet está ahí siempre como una invitación gratis. Roban, pero en un terreno donde la censura también existe. Es múltiple, tiene varias caras amables y es menos conocida.

25. ¿Por qué el porcentaje de basura es tan elevado en Internet? ¿Es inevitable? Si esa cantidad de basura fuera real, física, en nuestras ciudades, nuestras narices navegarían en la náusea continua.

26. Los más significados representantes del estrellato digital hablan contra el «declive» de cualquier tipo de cultura que no sean ellos mismos. No hay que hacerles mucho caso.

27. De nuevo, recordaré a Evgeny Morozov (El País, 2 de febrero de 2012), que dice que la Red ha multiplicado y diseminado miles de sitios que corroen el conocimiento científico, niegan cosas que ya ha probado la ciencia y se dedican a fomentar teorías de la conspiración (inexplicada) de los demás. Y carecen de tenacidad intelectual o verdadero compromiso con la verdad. Morozov lo ejemplifica así: «El seguidor antivacunación es un blanco móvil: cuando los científicos atacan la vinculación entre autismo y mercurio (presente en algunas vacunas), los activistas abandonan su teoría del mercurio y en su lugar apuntan al aluminio». Es como discutir con una pared.Con ello, hay que perder el tiempo justo y no más.

28. El consumismo ha encontrado el mayor océano en el que navegar. La manipulación tiene ante sí posibilidades casi infinitas.

29. La radio me sigue pareciendo el medio más potente, más fácil, hasta el más rápido y ligero tecnológicamente. Pero el discurso dominante no permite debatirlo o nos escucha decirlo con impaciencia, antes de pasar al botoneo habitual (antes llamado «zapping») de sus cacharros «inteligentes».

30. La ilusión de autonomía en el trabajo, cuando lo haces a distancia y en línea, solo sirve para reforzar tu aislamiento. No siempre la palabra «conectado» es la más apropiada. Quizá estamos más desconectados (de nuestros semejantes). La Red no siempre nos vincula, muchas veces nos aleja. Baja al bar o vete al parque. Charla con alguien antes de que oscurezca.

No hay guerra en Vietnam, sino otras. No estamos ante los papeles del Pentágono, pero podemos estar seguros de que no faltan otros Watergate –demasiados- por descubrir. Nuestras «gargantas profundas» son diversas y tienen ya nombre. Se llaman Bradley Manning, condenado y en espera de confirmación de condena; Julian Assange, refugiado por un pequeño país valeroso (gracias Ecuador) en un cuarto insignificante de su embajada londinense; y un joven llamado Edward Snowden, que ya ha vivido una huida precipitada, un refugio singular en el aeropuerto de Moscú y ahora un exilio de perspectivas inciertas (amparado por otro poder oscuro, que se llama Putin). Todos ellos son jóvenes y parecen haber actuado para denunciar una paradoja: el submundo antidemocrático de las mayores democracias.

Y en ese momento, Jeff Bezos/Amazon ha subido al cielo del tiburoneo para regalarse –a precio de saldo- un símbolo de la vieja prensa seria. No quiere ser menos santo que Steve Jobbs. Por mi parte, ignoro aún donde poner esa jugada, en qué lado de la balanza está la compra del «Washington Post». ¿Es solo una coincidencia temporal con el renovado escándalo de la vigilancia digital planetaria? Como no creo en las conspiraciones estables, pueden ustedes convencerme de cualquier cosa. Se abre el juego