Dos eurodiputados para devolver protagonismo a España en Europa

El presidente del gobierno, Mariano Rajoy, ha tirado de cantera europarlamentaria, para diseñar su equipo de Exteriores. Todo se cuece en la Unión Europea y la crisis obliga y manda. En el Parlamento Europeo, el PP ha encontrado a los que saben de esto. Los ya exeurodiputados, José Manuel García-Margallo, como ministro de Exteriores, e Íñigo Méndez de Vigo, como secretario de Estado para la UE, se proponen recuperar voz en las decisiones que se toman en Bruselas. Son dos europeístas convencidos y grandes conocedores de los entresijos de las instituciones comunitarias.

José Manuel García-Margallo e Íñigo Méndez de Vigo
José Manuel García-Margallo e Íñigo Méndez de Vigo / Foto: Europa en Suma

Alguien ha dicho que el objetivo de Rajoy es que en Bruselas nadie tuviera que buscar en google los nombres de sus ministros. Desde luego, no lo harán en el caso del ministerio de Exteriores. José Manuel García-Margallo lleva diecisiete años en el Parlamento Europeo y siempre relacionado con Asuntos Económicos y Monetarios. Sobre el papel, tiene el perfil idóneo para moverse con confianza en el consejo de ministros europeo y en el laberinto comunitario.

Tiene fama de buen analista, fino en las formas y directo en el fondo. Es colaborador del diario El País y ha publicado varios trabajos sobre el fracaso económico de Europa, que él no data en la creación del euro, sino en la crisis del petróleo de hace tres décadas.

Liberal de sentimientos, reivindica también el papel del Estado y se lamenta de que hoy, «de las cien grandes economías del mundo, 51 son grandes conglomerados empresariales o financieros, no Estados», decía en una tertulia de Europa en Suma.

El nuevo ministro, un licenciado en Derecho que pasó por Harvard y se formó en la Administración española, cree que las decisiones adoptadas por el último Consejo Europeo pueden ser la base de la solución a la crisis de deuda, pero reconoce que es un mensaje «a largo plazo» y que no se resolverá sin más intervención del Banco Central Europeo.

Desde su posición de eurodiputado, ha sido crítico con la gestión de Barroso y Van Rompuy, que «han sido sustituidos por los de siempre, Alemania y Francia» y con el derroche de gasto de los Estados. Al referirse a los últimos años en España, tira de ejemplo: «En Bruselas se recoge la basura dos veces a la semana, no todos los días como aquí, y no pasa nada».

Ha calificado de «optimismo antropológico» el planteamiento de Zapatero sobre la crisis europea y considera que «en materia de competitividad, estamos muy lejos de los patrones a los que aspiramos».

García-Margallo cree que en 2012 se tiene que hablar mucho de eurobonos. «Estoy absolutamente convencido de que empezaremos por los bonos de responsabilidad mancomunada y luego avanzaremos hacia los bonos solidarios en el momento en que la unión fiscal avance. Eurobonos y unión fiscal son dos caras de la misma moneda», decía poco antes de ser ministro.

Simplemente, Íñigo

El equipo de Rajoy que más directamente tendrá que lidiar con las instituciones comunitarias se completa con Íñigo Méndez de Vigo, él mismo una institución en el Parlamento Europeo, donde llegó en 1992, donde conoce todo y todos le conocen.

Es el más veterano entre los eurodiputados españoles. Tapado casi siempre por las figuras nacionales que ocupaban los primeros puestos en las listas electorales, ha ejercido una labor de continuidad en el grupo parlamentario popular en Estrasburgo, con momentos estelares, como su participación en la elaboración de la Carta de Derechos Fundamentales de la UE o en la Conferencia Intergubernamental que aprobó el proyecto de Constitución europea.

Siempre optimista sobre la idea de Europa, cuando se le recuerda que los ciudadanos se sienten siempre distantes de la UE, señala que «es el eterno problema de la falta de comunicación. La UE trabaja en cuestiones que afectan directamente al ciudadano», decía en una entrevista a euroXpress, al aprobarse el Tratado de Lisboa, en cuya elaboración participó directamente. Ante el momento actual, reconoce que «no hemos tenido instrumentos ni capacidad de reacción ante la crisis».