Los pacifistas de Israel están inmersos en un dilema moral

«Fuertes juntos, amamos a Israel y confiamos en el ejército», reza uno de los numerosos carteles con leyendas similares y adornados con los colores nacionales israelíes en las ciudades y carreteras de todo el país, mientras este viernes fracasaba la última tregua provisional en el conflicto en Gaza. El llamamiento al patriotismo y la solidaridad indiscutidas representa un abrazo de oso para quienes cuestionan los méritos y la moralidad de la última embestida de Israel contra Gaza.

Cartel en una calle de Jerusalén
Uno de lo muchos carteles que hay en las calles de Israel que dice,

Resulta difícil suscribir el credo de la paz cuando el plañir de las sirenas y el sonido ensordecedor que producen los misiles defensivos de la Cúpula de Hierro al chocar contra los cohetes entrantes exacerban las emociones nacionalistas y cuando el juicio racional se moviliza en aras de la guerra y aplasta toda evaluación razonable de sus repercusiones.

Que la guerra es la antítesis de la paz es una tautología. Ante el desafío del conflicto, los pacifistas israelíes luchan con el dilema.

Cuando se inicia una guerra, debe ganarse. Pero esta no conduce a la victoria ni a la derrota, no acabará con todas las guerras, sino que se libra para evitar el próximo conflicto por medio de la disuasión, tal vez. En la guerra solo hay pérdidas y perdedores, creen los pacifistas. Si la guerra no resuelve el conflicto, porque contiene las semillas de la próxima ronda de violencia, la paz sí lo hará, afirman.

Pero cuando los cañones rugen, la paz guarda silencio.

«Los pacifistas se oponen a la reacción desproporcionada de las fuerzas armadas. Israel debe comprender la debilidad inherente en su propio poderío militar, sostienen.»

El 29 de julio el Foro de ONG por la Paz pidió el alto el fuego del enfrentamiento israelí-palestino y la reanudación de las negociaciones por una solución de dos estados, subrayando que no existe una salida militar al conflicto desatado el 8 de julio.

La plataforma agrupa a organizaciones judías y palestinas de la sociedad civil que buscan la paz al conflicto dentro de una solución de dos estados. Sus integrantes, como la coalición de mujeres Bat Shalom y el movimiento Combatientes por la Paz, participan en la creación de redes y de capacidad y en manifestaciones conjuntas.

La declaración tardía generada por el ala israelí del foro expuso el dilema: «Los israelíes se reservan el derecho de legítima defensa y merecen vivir en seguridad y paz, sin la amenaza de los disparos de cohetes y de túneles enemigos en su seno». Y así, en su apogeo, se justificaba la guerra, que goza de niveles de aprobación cercanos al consenso entre los israelíes judíos. Los medios sociales desbordaban con comentarios racistas, «maten a los árabes», e intimidantes, «maten a los izquierdistas».

«¡No más muertes!»

El 26 de julio, 5.000 israelíes asistieron a una manifestación organizada por organizaciones por la paz. El emblemático movimiento Paz Ahora estuvo ausente, así como el partido progresista Meretz. La reunión se dispersó cuando se dispararon cohetes contra Tel Aviv.

Los israelíes, sometidos voluntariamente a la cobertura de noticias que la televisión pasa las 24 horas del día, se refugiaron en la red de seguridad de sus emociones, a la busca de consuelo en la ansiedad nacional y pronunciando juicios morales contra los críticos «santurrones» que cuestionan el axioma proclamado una y otra vez: «las Fuerzas de Defensa de Israel son el ejército más moral del mundo». Los israelíes de izquierda responden que esa afirmación es intrínsecamente arrogante. «¿Cómo es posible que no se identifiquen con nuestro dolor nacional cuando estamos bajo amenaza?», es una acusación que los derechistas suelen espetar a los pacifistas israelíes.

El público israelí que, en su gran mayoría, se ubica en el centro y la derecha del espectro político, denuncia que el país es víctima de la «victimología», o sea la cobertura centrada en las víctimas del conflicto. Los pacifistas consideran que el respeto de los «derechos humanos es nuestra última línea de defensa», como señaló el director de Amnistía Internacional en Israel, Yonatan Gher, en el diario progresista Haaretz el 6 de julio.

Los pacifistas se oponen a la reacción desproporcionada de las fuerzas armadas. Israel debe comprender la debilidad inherente en su propio poderío militar, sostienen. La premisa general es que los activistas por la paz suelen ceder a «la madre de todas las tautologías», que «la guerra es el infierno» y el «mal» y, en esencia, un crimen de guerra. Todo examen de conciencia que indique que este conflicto no es justo es recibido con resentimiento como una vacilación y una autoflagelación no deseada.

Los pacifistas sostienen que las políticas de Israel en los territorios palestinos ocupados son la fuente del mal. La ocupación que ya lleva 47 años, argumenta la mayoría de los israelíes, reduce su compleja situación a un simplismo, porque aquella no justifica el odio del movimiento islamista palestino Hamás ni el ciclo repetitivo de la violencia. La ocupación continúa porque la paz es inalcanzable, subrayan.

Este eterno debate empantana a los israelíes desde hace 14 años. Así han pasado por una oleada de conflictos: la intifada, o sublevación palestina, de 2000-2005, la guerra de 2006 contra Hezbolá en Líbano, las ofensivas contra Hamás en Gaza en 2006 («Lluvia de verano»), 2008-2009 («Plomo fundido»), en 2012 («Pilar defensivo»), y la actual.

En el lapso que llevó a los Acuerdos de Oslo (1993) el proceso de reconciliación mutua involucró a israelíes y palestinos en un intento de reconocimiento del dolor del otro. Pero con los enfrentamientos posteriores ambos bandos retrocedieron a la dimensión más existencial y elemental del conflicto.

En la adversidad, ambos sienten la necesidad de excluir toda identificación con el dolor ajeno y también de infligir dolor al otro. Sin embargo, lo que unifica a la abrumadora mayoría de partidarios de la guerra y a las filas de pacifistas es el reconocimiento de que la realidad es compleja.

El común de los israelíes se da cuenta que el argumento de que no puede evaluarse la situación exclusivamente con el número de muertos en Gaza es una causa perdida. Los pacifistas entienden que la amenaza que desencadenó la campaña de Israel es tangible, así como lo es el rumbo que podría tomar el resultado, sus consecuencias para los israelíes, los palestinos y la paz entre ambos pueblos.

Ahora que los años de hostilidades han socavado su ideal de coexistencia, los pacifistas rechazan el énfasis puesto en el sufrimiento si solo sirve al manido concepto de que, por un lado, en la guerra, el fin justifica (casi) todos los medios, o, por el otro, que la guerra no puede justificarse.

Trazan delgadas líneas entre el ejercicio del derecho legítimo de defensa contra la agresión y del uso cada vez mayor de la fuerza, y entre la moralidad y las leyes de la guerra y las injusticias de la ocupación.

Depositan la esperanza en que sus líderes nacionales inicien con urgencia una audaz acción diplomática de paz con los palestinos y que no dejen pasar tanto tiempo, como ocurrió con la guerra anterior, que permita que la misma y recurrente realidad estalle nuevamente en los rostros de ambos pueblos.