Mapfre ofrece la más completa exposición de fotografías de Cartier-Bresson

Bresson dejó a la posteridad algunas de las fotografías más importantes del siglo XX, muchas de las cuales pueden verse ahora en una gran exposición que la sala Mapfre dedica a su obra.

Para hacerlas recorrió todos los continentes, fue testigo de acontecimientos trascendentales de la historia y creó un periodismo que alguien calificó como «líricamente informativo», un estilo que acercó más que ningún otro el fotoperiodismo al arte.

Una pareja en la hierba mira a dos chicas que se bañan en el río
'En el río' de Cartier-Bresson/ Foto: Henri Cartier-Bresson Magnum Photos/ cortesía Fundación Henri Cartier-Bresson

Algunas de sus instantáneas se convirtieron en iconos que identifican ya el siglo XX y muchas fueron contempladas por millones de personas que, aún sin conocer al autor, las convirtieron en parte de su patrimonio sentimental. Dice Peter Galassi (jefe del departamento de fotografía del MoMA de Nueva York) que la de Cartier-Bresson es la visión más completa, variada y convincente del siglo XX aportada por un fotógrafo.

La exposición que ahora puede verse en la Fundación Mapfre está compuesta por más de 300 fotografías vintage, es decir, revelados de la época en la que fueron tomadas, y está articulada en torno a tres ejes cronológicos fundamentales: su etapa surrealista (1926-1935), sus obras relacionadas con el compromiso político comunista (hasta 1946) y los últimos años de su vida profesional, más identificados con el fotoperiodismo y la fotografía social.

El instante preciso y el azar

Henri Cartier-Bresson creía que había que apuntar la cámara a la vez con el ojo, la cabeza y el corazón. Su obsesión era atrapar el instante preciso para eternizarlo. Toda su obra consiste en captar la poesía de ese instante. Y luego el azar. Creía en el azar porque para él la vida era una incesante improvisación. Casi todas sus fotografías contienen estos dos elementos, que se resumen magistralmente en «Detrás de la estación de Saint-Lazare», donde el salto de un peatón para evitar un charco es idéntico al de la bailarina de un poster pegado en la pared del fondo (azar) y no podría ser tomado ni una décima de segundo antes ni después, cuando sería imposible apreciar el reflejo de la figura del hombre en la superficie del agua (instante preciso). Para Cartier-Bresson las coincidencias son lo que para un creyente es la gracia. Por eso su obra es también una galería de azares.

Cartier-Bresson era un verdadero creador de la distribución y la organización geométrica del espacio en el que colocaba sus figuras, para que la fotografía fuese lo más expresiva posible.

Para él era muy importante la relación entre la forma y el contenido. Estos principios los aprendió en el taller de pintura de André Lotte, de quien fue discípulo en sus años de juventud, antes de dedicarse a la fotografía (aquí se pueden ver algunas de sus pinturas de esa época). La innovación más audaz de la fotografía de entreguerras fue la de descubrir que la realidad podía ser el material con el que construir un nuevo arte. Siendo un adolescente, Cartier-Bresson había orientado su futuro hacia la pintura, cuando le sorprendió la fotografía, a la que no se quiso resistir. Pero el arte estuvo siempre en su pensamiento y en su voluntad. Por eso sus fotografías están concebidas como las escenas de un fresco con influencias del Renacimiento y el surrealismo. La única fotografía que Ernst Gombrich eligió para que figurase en su gran obra «Historia del arte» es una de Cartier-Bresson, «Aquila degli Abruzzi», de 1950.

Le interesaba la gente hasta tal punto que se preocupaba más de fotografiar sus reacciones ante un acontecimiento que el acontecimiento mismo. Su estrategia consistía en ignorar lo que los demás consideraban que era lo importante para dedicarse a estudiar a la masa humana. Cuando acude al funeral de Churchill le interesa, antes que el ataúd con sus restos, el primer hombre que entra en la catedral, un vagabundo neozelandés que había pasado la noche durmiendo a la entrada. En la muerte de un actor japonés de kabuki fija su objetivo en las mujeres que le lloran antes que en la imagen del fallecido. Cuando retrata al cardenal Pacelli en Montmartre, poco antes de convertirse en Pio XII, el personaje está de espaldas, pero las caras de quienes se le acercan cuentan toda una historia. Y cuando acude a la coronación del rey Jorge VI no fotografía al personaje o a la carroza que lo traslada desde Westminster a Buckingham sino a la gente que se apiña a los lados de la calle. Este es también parte de su compromiso con el pueblo: más allá de los fastos le interesa la realidad de la gente común y el desencanto de los desheredados: el imperio de la miseria. Pobres, vagabundos, gente asediada por la necesidad, prostitutas, niños de los arrabales, marginados.

Cartier-Bresson se vio atrapado en la fotografía y el fotoperiodismo sin apenas darse cuenta. El contacto con las vanguardias y el surrealismo durante los años de entre guerras le fue empujando hacia la fotografía como un medio con el que también podía expresar sus inquietudes artísticas. Tuvo suerte: su amistad con Marcel Duchamp y el fotógrafo Alfred Stieglitz le facilitó una primera exposición en Nueva York que la crítica juzgó con bastante dureza pero que le abrió las puertas de América, donde la revista Harper's Bazaar le encargó las fotografías de un texto escrito nada menos que por Truman Capote y lo convirtió en uno de sus fotógrafos estrella.

De regreso a Francia trabajó como ayudante de Jean Renoir en películas como «Una partida de campo» y «La regla del juego». Durante la guerra civil española volvería a hacer cine con los documentales «Victoire de la vie» y «España vivirá», y tras la Segunda Guerra Mundial rodó «Le retour», sobre la repatriación de prisioneros (algunas de estas películas se proyectan ahora en las salas de Mapfre). Los convulsos años 30 le empujaron al fotoperiodismo. Su primer trabajo fue un reportaje para la revista Vu sobre los primeros años de la recién estrenada república española. Después, el diario Ce soir y la revista Regards publicaron sus fotografías de actualidad. Durante la Segunda Guerra Mundial fue internado en un campo de trabajo nazi en Ludwigsburg, del que consiguió evadirse al tercer intento y rescatar su cámara, que había enterrado para evitar que la confiscaran. Retrató la capitulación de París y, en la posguerra, una Alemania en ruinas.

Fue miembro fundador de la agencia Magnum, con Robert Capa y David Seymour, 'Chim', compañeros suyos en Ce soir. Con su primera esposa, la bailarina javanesa Ratna Mohini, se desplazó por Asia, donde hizo algunas de sus fotografías más importantes, publicadas en revistas internacionales como Life, France Illustrated, Queen o Picture Post. En la India vivió los momentos dramáticos de la descolonización y el asesinato de Gandhi (acababa de fotografiarlo en su residencia una hora antes del atentado). En China fue testigo del cambio de un régimen feudal por el comunismo de Mao (pudo coger el último avión para Shangai cuando las tropas comunistas ya rodeaban el aeropuerto de Pekín). Volvió a China en 1958 durante el proceso maoísta del 'Gran salto adelante' y fue el primer fotógrafo occidental al que permitieron trabajar en la Unión Soviética, en 1954.

En esta década y en los sesenta, Cartier-Bresson estaba en todas partes: en Berlín cuando se levantaba el muro, en Londres en la boda de la princesa Ana, en Madrid en una manifestación contra Franco, en Cuba con los revolucionarios castristas, en París en Mayo del 68... Sin embargo, cuando recapitula sobre su obra durante el siglo no destaca las guerras ni las revoluciones sino un fenómeno al que asistió como testigo privilegiado: el nacimiento de la sociedad de consumo. Y, como siempre, no le interesan los productos sino las caras de las personas que se acercan a las tiendas donde se venden, la mirada ávida o de frustración de los consumidores. De estos años son sus libros «Images à la Sauvette» (en inglés se publicó con el título «The decisive moment») y «D'une Chine à l'autre».

Punto final

En la cima de su carrera, Cartier-Bresson decidió abandonar la fotografía y volver a la pintura y el dibujo. En parte, dijo, porque el periodismo actual había sustituido el reportaje por la mera ilustración. Nunca abandonó del todo la fotografía (en el bolsillo de su cazadora siempre había una Leica), pero dejó de dedicarse profesionalmente a ella y sólo preparaba exposiciones para museos y galerías de arte. Sabía que, como artista, Cartier-Bresson era uno más entre miles, aunque como fotógrafo era único. Aún así decidió dedicar su futuro a la pintura.

Para Cartier-Bresson, mientras la fotografía es una acción inmediata, el dibujo es una meditación. Por eso, para los últimos años de su vida decidió darse la oportunidad en la que nunca había dejado de pensar: dedicarse al dibujo y a la pintura; es decir, a la meditación. Algunos de estos últimos dibujos pueden verse también en la exposición. Murió en 2004 a los 96 años. Su nombre es hoy sinónimo de fotografía.