Mensaje póstumo del huracán Sandy

Les habla el huracán Sandy. Cuando lean esto, habré dejado de existir, disipado en restos cada vez más débiles de vientos, lluvias y acumulación de nieve en la región norteamericana de los Grandes Lagos. Me entristece el daño y las pérdidas de vidas que he causado, pero me asombra que ustedes se sientan tan sorprendidos y conmocionados por mi poder incontrolable.

Una espesa nube blanca con un torbellino en el centro
Sandy visto desde el espacio el 29 de octubre cuando estaba a 40 km de Atlantic City

Nací el 22 de octubre y en el transcurso de 10 días he matado a más de 150 personas y causado daños en varios países del mar Caribe y la costa este de Estados Unidos con pérdidas por valor de decenas de miles de millones de dólares.

¿No se habían dado cuenta de que los huracanes, los ciclones y otras tormentas nos hemos vuelto más potentes en los últimos años? ¿Tampoco notaron que los eventos meteorológicos extremos, como inundaciones récord, sequías y olas de calor, aparecen con mayor frecuencia?

En 2012, los récords de eventos extremos se rompieron en todo Estados Unidos. En 2011 hubo 14 desastres meteorológicos que causaron, cada uno, pérdidas superiores a los 1.000 millones de dólares, contando inundaciones, huracanes y tornados.

¿Se han fijado en mis parientes? Han aparecido por todo el planeta. En los últimos 20 años, los eventos extremos han tenido efectos notables en países en desarrollo como Bangladesh, Birmania y Honduras, la nación que más ha sufrido en pérdidas humanas y materiales. El año pasado, desplazamos a 38 millones de personas con desastres como las inundaciones en Pakistán y China.

Y todo esto ocurre en parte porque el aire y el mar se han hecho más calientes en los últimos 50 años.

El planeta experimenta un aumento de temperatura de ocho décimas de grado respecto de la era preindustrial, y llegará al menos a 1,6 grados, incluso si cesaran hoy las emisiones humanas de cientos de millones de toneladas de gases de efecto invernadero. Como el sistema climático responde con cierta demora, el actual calentamiento global es el resultado de las emisiones de dióxido de carbono (CO2) de las décadas 1950-1970.

Ustedes, humanos, deberían reflexionar sobre esto. Porque les garantizo que se nos viene encima un calentamiento que duplicará el actual. Y lamento decir que quizás ya sea muy tarde para evitar que se multiplique por tres o incluso por cuatro.

Pero ustedes pueden bajar el termostato, si realmente quisieran hacerlo.

Deberían saber que en el futuro cercano hay más «Frankentormentas», aunque yo diría que es mejor llamarnos «antropotormentas», ya que es la actividad humana la que nos origina. No hoy o la semana que viene, pero pronto.

El clima está sobrecargado de energía calorífica. El aumento de la temperatura global, como ya dije, es de 0,8 grados. Pero eso es un promedio. Muchos lugares están bastante más calientes, como el Ártico, cuyo termómetro registra entre dos y tres grados más.

Canadá es hoy 1,3 grados más caliente que hace 50 años. Y su calentamiento llegará a cuatro grados en algunas décadas más. Las temperaturas de Estados Unidos tampoco se quedarán atrás.

En solo unas décadas todo el planeta tendrá entre dos y tres grados más de calor. Eso parece poco, pero es un aumento delegación 200 o el 300 por ciento del calentamiento actual.

Las tormentas están impulsadas por la energía calorífica. No quiero pensar en lo que podría venir. Pero no tiene por qué ser así. Lo crean o no, la humanidad tiene el control remoto del termostato planetario.

El aumento de la temperatura del aire y de los océanos se debe sobre todo a las emisiones de CO2, esas que tienen su origen de quemar petróleo, gas y carbón, de talar la mayor parte de los bosques del planeta -los árboles absorben CO2 atmosférico para crecer- y de desarrollar industrias insostenibles.

Estados Unidos podría abandonar las energías emisoras de CO2 y adoptar el 100 por cien de fuentes renovables para 2030, según indican estudios publicados en la revista Scientific American. Así que no me maldigan; ustedes me agrandaron a fuerza de combustibles fósiles.

Algunas estimaciones sitúan el monto de mis daños en 50.000 millones de dólares en Estados Unidos, además de varios cientos de millones en países del Caribe.

Eso es mucho dinero, suficiente para repartir al menos unos ocho dólares a cada habitante del planeta. Pero es apenas una fracción de los 600.000 millones de dólares que ha gastado este año la industria del gas y del petróleo en exploración y nueva producción, según «Oil: The Next Revolution», de la Universidad de Harvard.

Esos 600.000 millones dedicados a combustibles fósiles traerán tormentas mucho más grandes que yo y un clima que ningún humano haya presenciado. De hecho habrán sido una «inversión» en eventos extremos que durará más de 100 años.

Así que no me maldigan si se les inundó la casa, se les alteró la vida o les pasó algo peor, como perder a un ser querido. Los huracanes y las tormentas tropicales somos las válvulas de presión de la naturaleza. No es culpa nuestra que nos hayan amplificado con enormes cantidades de gases de la combustión de hidrocarburos, inyectados como esteroides en la atmósfera.

Día tras día se suman millones de toneladas de CO2, y se engrosa la manta atmosférica que atrapa el calor del sol.

Una tonelada de CO2 equivale a tres barriles de crudo (de 159 litros) y «vive» en la atmósfera por un siglo. Eso significa que cada barril de petróleo, cada tonelada de carbón y cada pie cúbico de gas que se quema aseguran más y más calor bajo esa manta para los próximos 100 años.

Me resulta asombroso que ustedes se hayan gastado 600.000 millones de dólares en buscar nuevas fuentes de combustibles fósiles, cuando ya existe suficiente capacidad productiva como para llevar las concentraciones de CO2 atmosférico de las actuales 390 partes por millón (ppm) hasta más allá de 450 ppm.

Es una inversión curiosa, justo cuando sus expertos y gobernantes aseguran que hay que reducir esa concentración a 350 ppm, un nivel más seguro que ya quedó atrás. Piensen en eso cuando se hayan olvidado de mí.