Paz y seguridad choca contra el techo de cristal

En octubre cumple 15 años la resolución 1325 del Consejo de Seguridad de la ONU. El histórico documento sobre mujeres, paz y seguridad reconoce el impacto desproporcionado que tienen los conflictos armados sobre la población femenina, que queda excluida de los procesos de paz.

Una mujer con el uniforme de policía
Lois Dolo, trabaja en la seguridad de la tercera conmemoración anual del Día Mundial Abierto sobre las Mujeres, la Paz y la Seguridad en Liberia/ Foto: UN Photo/Staton Winter

La resolución aboga por la participación total y equitativa de las mujeres en la prevención de conflictos, las negociaciones de paz, la respuesta humanitaria y la reconstrucción. Además, urge a los Estados miembro de la ONU a incorporar una perspectiva de género en todas las áreas de la construcción de paz, así como a tomar medidas para proteger a las mujeres de la violencia sexual en los conflictos armados.

A la resolución 1325 le siguieron otras seis: 1820, 1888, 1889, 1960, 2106 y 2122. A pesar de todos esos compromisos sobre el papel, la implementación de la agenda de mujeres, paz y seguridad en el terreno sigue rezagada, denuncian activistas y trabajadores humanitarios.

Datos de la ONU y de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) muestran que las mujeres y las niñas sigues sufriendo de manera desproporcionada las consecuencias de los conflictos armados.

Antes de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), los combatientes constituían el 90 por ciento de las personas fallecidas en conflictos. En la actualidad, la mayoría de las víctimas son civiles, y en especial mujeres, niñas y niños. Entonces, como señala la revisión de la OTAN de 2013, mientras los hombres son quienes hacen la guerra, las mujeres, las niños y los niños son principalmente quienes más la sufren.

En una serie de conferencias sobre mujeres, paz y seguridad, la surcoreana Kang Kyung-wha, secretaria general adjunta para Asuntos Humanitarios, puso como ejemplo la situación que padece la población femenina en la frontera entre Nigeria y Níger, donde la mayoría de las menores se casan antes de los 14 años y a los 18 ya tienen dos hijos.

Casi ninguna de las adolescentes realizó estudios secundarios en la zona, y el riesgo de violencia, abuso sexual, explotación y trata es especialmente alto, subraya. «Marginadas y desamparadas, es poco probable que (las mujeres y las niñas) desempeñen un papel en la construcción de comunidades estables y participen en el desarrollo socioeconómico de sus sociedades y países», remarca Kang, también vicecoordinadora de Ayuda de Emergencia en la Oficina de la ONU para la Coordinación de Asuntos Humanitarios.

«A pesar de la resolución 1325 y de las que le siguieron, ellas siguen siendo excluidas de forma rutinaria de los procesos de decisión en las respuestas humanitarias, así como de las iniciativas de negociación y construcción de paz», explica.

Hay grandes expectativas en la Cumbre Mundial Humanitaria, que se realizará en mayo de 2016 en Estambul. Las activistas esperan que el encuentro ayude a traducir los numerosos compromisos retóricos en acciones concretas en el terreno.

Otra de las oradoras, Marcy Hersh, responsable de promoción de la Comisión de Mujeres Refugiadas, señala que la población femenina «está gravemente implicada en cuestiones de paz y seguridad en el mundo y, por lo tanto, debe formar parte de los procesos que llevarán a su protección». Añade que «Los desafíos clave en la protección de mujeres, niñas y niños en situaciones de emergencia, y en poder garantizar su participación en los procesos de paz, no se relaciona con saber lo que debe ocurrir».

A juicio de Hersh, «necesitamos el compromiso para hacerlo. Necesitamos ver liderazgo y responsabilidad de la comunidad internacional en esos asuntos». «Si el liderazgo humanitario, a través de cualquier mecanismo, puede finalmente asumir sus responsabilidades colectivas y generar el cambio de comportamiento necesario para garantizar que las acciones humanitarias trabajen con y para las mujeres y las niñas, habremos emprendido un trabajo firme y transformador», recalca.

Otro desafío para la concreción de la agenda de mujeres, paz y seguridad tiene que ver con la resistencia psicológica y su rígida adhesión al status quo tradicional. Los asuntos relacionados con el género suelen tratarse con guantes de seda por la «sensibilidad cultural», asegura Kang «Pero no te puedes esconder detrás de la cultura», observa.

Además, las activistas siguen sufriendo la misoginia y el escepticismo en sus comunidades y a escala nacional. Christine Ahn, una de las fundadoras del Instituto de Política de Corea y exanalista política del Fondo Global para las Mujeres, nos dijo que muy a menudo la participación femenina en los procesos de la paz es inconcebible para algunos de los hombres en el poder, quienes desempeñan cargos clave en las relaciones internacionales y la política exterior.

«Nos llaman ingenuas, ilusas, tontas. Las críticas están muy veladas, por supuesto, estamos en el siglo XXI. Pero aun si nuestros esfuerzos se descartan de forma muy sutil es, de hecho, el patriarcado en su forma plena», subraya. Ahn es una de las 30 lideresas que, en mayo de 2015, participó en el Cruce de la Zona Desmilitarizada entre Corea del Sur y del Norte, una travesía de una semana con mujeres sur y norcoreanas.

La iniciativa procuró promover los contactos de la sociedad civil entre mujeres de ambos países y promover la paz y la reconciliación. El acto simbólico por la paz en una de las fronteras más militarizadas del mundo puede considerarse como un ejemplo práctico de la resolución 1325.

«Utilizaremos la resolución 1325 para reclamar que las mujeres de las dos Coreas puedan reunirse, lo que está prohibido por las leyes de seguridad nacional de ambos países, que consideran que es tener vínculos con el enemigo», nos dijo Ahn.