Repsol-YPF, una nueva partida de nacionalismo energético

El zarpazo a Repsol se produce en un momento en el que América Latina se posiciona, cada vez más, como un proveedor clave – actual y futuro - de materias primas, y especialmente de recursos energéticos, a Estados Unidos, la eurozona y, sobre todo, al gigante chino. Este es el gran juego de intereses en el que Argentina quiere ahora entrar con plena soberanía. Latinoamérica atesora cerca del 20 por ciento de las reservas mundiales de hidrocarburos y el punto más vulnerable de Europa sigue siendo, de momento, su dependencia energética. Ambos lados del Atlántico se necesitan mutuamente.

La presidenta argentina saluda junto a un grupo de trabajadores
Cristina Fernández inaugura una planta de energía solar / Foto: Casa Rosada

La expropiación del paquete accionarial de Repsol en YPF ha vuelto a encender la vieja liturgia peronista de la adoración a la patria y a sus salvadores. Le toca el turno ahora a una líder que aspira a ser eterna, Cristina Fernández de Kirchner, jefa de la nueva camarilla de gatos que gobierna el movimiento peronista y el país.

Esta exhibición de euforia renacionalizadora y soberanista, que ya se vió hace una semanas en las encendidas proclamas a favor de la recuperación de las Malvinas, se basa, más allá de la cortina de la demagogia, en intereses económicos y geopolíticos de primer orden. El zarpazo a Repsol se produce en un momento en el que América Latina se posiciona, cada vez más, como un proveedor clave – actual y futuro - de materias primas, y especialmente de recursos energéticos, a Estados Unidos, la eurozona y, sobre todo, al gigante chino. Este potencial exportador ha aumentado de una manera espectacular los ingresos de los Estados y sus reservas de divisas y, además, ha creado una conciencia política regional de fortaleza creciente en la escena internacional.

La herramienta para construir esta nueva identidad latinoamericana, que se expresa en una especie de maraña de acuerdos de colaboración interregionales, - el llamado «spaghetti bowl»- , está siendo el petróleo, el etanol y el gas. Pero el motor que conduce este proceso es la soberanía energética, es decir, la estatalización de la gestión, que no excluye, sin embargo, la participación de empresas privadas. El caso argentino era, hasta hoy, un caso en cierto modo «anómalo», puesto que era el único país de la zona cuya principal empresa energética estaba controlada por una multinacional, Repsol , que la compró en 1992.

Veinte años después de aquella privatización, la globalización económica ha beneficiado a América Latina porque los paises emergentes, como China e India, locomotoras de la economía mundial, necesitan energía para sus industrias y están dispuestas a pagar los altos precios del mercado. Ciertamente, las condiciones han cambiado, y ya se sabe que un aliado peronista es siempre «impredecible». Menem privatizó todo lo que pudo y más. Lo que entonces se vió como desechable es ahora un botín codiciado que se recupera, incluso, a costa de la ruptura de los pactos entre partes y de las reglas internacionales.

Argentina se incorpora, pues, al club de los nacionalismos energéticos, al lado de pesos pesados como Venezuela (PDVSA), Brasil (Petrobas), Bolivia, Ecuador, Perú y, en menor medida, Colombia. Los réditos del control estatal de los hidrocarburos –argumentará Argentina – están claros: durante la década pasada se llegaron a alcanzar en la región crecimientos sostenidos anuales del PIB cercanos al 5 por ciento. Además, la gestión social de los ingresos por las exportaciones energéticas ha disminuido la pobreza. La espiral benefactora de esta nueva soberanía energética está alimentando también un nuevo tipo de cooperación - Sur-Sur- , alternativa a la tradicional con el Norte. Hay muchos ejemplos, pero uno de los más significativos es el proyecto del «Gran Gasoducto del Sur», que promueven Venezuela, Brasil y Argentina, y que transportaría gas al Cono Sur a través de 8.000 km.

El empuje de esta nueva conciencia regional se apoya en nuevos flujos de inversión y financiación extranjera procedentes de China. El país asiático, presente en el sector energético y en infraestructuras, y primer socio de países como Brasil, Chile, Perú y Argentina, reafirma así su estrategia de influir in situ en el control de los recursos que busca en todo el mundo. Entre 2010 y 2014 se estima que la inversión china alcanzará los 72.000 millones de euros. China es ya el segundo socio comercial de toda la zona, después de Estados Unidos y por encima de la Unión Europea. El aporte financiero no para de aumentar: sólo en 2010, los préstamos de China a la región fueron de 37.000 millones de dólares.

Este es el gran juego de intereses en el que Argentina quiere ahora entrar con plena soberanía. Aunque sus expectativas de crecimiento para 2012 siguen siendo positivas – en 2010 fueron del 9,2 por ciento - , la economía del país registra hoy graves desajustes: inflación, difícil sostenibilidad del régimen de subsidios y déficit comercial y energético. El descubrimiento de las enormes reservas de petróleo y gas del yacimiento de Vaca Muerta, entre las más grandes del mundo, joya de la corona en el origen de todo este asunto, podría a medio plazo acabar con ese déficit.

Estrategia y diplomacia, más que represalias

Repsol ha sido apartada abruptamente de esta partida, pero sigue en el gran juego latinoamericano de los hidrocarburos con inversiones en 18 países, algunas de enorme envergadura, como las de Venezuela y Brasil, en este último país, asociada, precisamente, con una de las grandes petroleras chinas, Sinopec. Tras la expropiación de las acciones de Repsol, Argentina, en poder ya de la batuta, busca ahora nuevos socios. No le faltarán pretendientes que aspiran a quedarse con parte del enorme negocio que se avecina. Algún día la compañía española explicará algunas de las claves del fracaso de las largas negociaciones que finalmente acabaron en expropiación. Y el papel jugado aquí por los aliados de Sinopec, con los que Repsol negoció la venta de parte de su paquete accionaral en YPF. El espíritu bolivariano de los gobernantes argentinos ha podido truncar toda esta operación.

El caso ha puesto a prueba también los mecanismos de respuesta internacionales. Al margen del recurso de la empresa al Centro Internacional sobre Diferencias Relativas a Inversiones (Ciadi), en busca de una indemnización justa, las acciones de otros organismos, incluido el gobierno nacional, van a ser poco o nada efectivas. España ha adoptado represalias comerciales, pero no debería ir mucho más allá si no quiere perjudicar al conjunto de las inversiones españolas, no ya en Argentina, sino en toda la región. Esta presencia inversora española – 100.000 millones de dólares - es la segunda en importancia, por detrás de Estados Unidos.

En cuanto a la reacción de la Unión Europea, no parece que la tímida propuesta de la Eurocámara de suspender las ventajas arancelarias a determinados productos argentinos vaya a materializarse en algo concreto. Latinoamérica atesora cerca del 20 por ciento de las reservas mundiales de hidrocarburos y el punto más vulnerable de Europa sigue siendo, de momento, su dependencia energética. Ambos lados del Atlántico se necesitan mutuamente. Para la Unión Europea, que aún no ha suscrito un acuerdo de asociación con Mercosur, pero que mantiene programas de ayuda millonaria a la región, - entre ellas, las ventajas arancelarias sobre el 27 por ciento de las exportaciones argentinas - el mercado latinoamericano seguirá siendo un objetivo estratégico. Y más aún en las actuales circunstancias económicas, con una eurozona en el vórtice de la tormenta y un bloque latinoamericano que vive un ciclo de crecimiento sostenido desde hace más de diez años,- en 2013 podría llegar al 4,2 por ciento -, ajeno a la crisis que estalló en 2008.

Tras el accidente de Repsol en Argentina, el camino de la negociación será el más útil a medio y largo plazo, sin las estridencias patrióticas en las que tan bien se mueve la presidenta argentina. La petrolera española seguirá presente, de un modo u otro, en Argentina: no hay que olvidar que suministra gas a este país desde las plantas de extracción que tiene en Bolivia. Y que un desencuentro de hoy, por grave que sea, puede ser la semilla de un acuerdo mañana. Ahí sí que pueden jugar un gran papel las instituciones europeas y, sobre todo, una diplomacia española que vire hacia un rumbo más económico y de apoyo a las empresas desplegadas en el exterior.