Todavía estamos a tiempo para el desarrollo sostenible

Hablamos con Achim Steiner, director ejecutivo del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (Pnuma)

Para afrontar la crisis, algunos creen que es necesario un completo cambio de paradigma, un alejamiento total de la ideología del libre mercado, mientras que otros consideran que todavía tiene cosas que ofrecer. Para Achim Steiner, la clave del éxito es una postura intermedia entre estos dos enfoques. Gurú del medio ambiente cuya carrera creció literalmente a la par del concepto de desarrollo sostenible, concebido hace 20 años en la Cumbre de la Tierra, Steiner ha impulsado durante años negociaciones en el tumultuoso escenario de la crisis ecológica mundial.

Achim Steiner
Achim Steiner, director ejecutivo del PNUMA/ Foto: Manipadma Jena/ IPS

Mientras se acerca la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Desarrollo Sostenible, Río+20, que se realizará en Río de Janeiro, proliferan las dudas sobre la viabilidad de una «economía verde». Expertos, activistas y políticos están divididos sobre lo que es necesario para resolver el estancamiento de las negociaciones internacionales para una reducción de las emisiones de carbono, causantes del cambio climático.

En el marco de la Expo 2012, que se realiza en la ciudad portuaria surcoreana de Yeosu y cuyo tema principal es la protección de los océanos y recursos marítimos del planeta, hemos dialogado con Steiner sobre las posibles soluciones a la crisis climática mundial.

¿Cuál ha sido el estado del medio ambiente mundial desde la Cumbre de la Tierra de 1992?

Achim Steiner- El balance en términos generales sigue siendo negativo. No hemos logrado lo que nos propusimos en 1992, que era introducir un mayor grado de sostenibilidad en la economía mundial.

Tenemos más personas consumiendo más, hay pérdida de biodiversidad, aumenta la crisis por sobrepesca, las emisiones siguen aumentando, y la idea de que de algún modo podemos desligar el consumo de recursos y la contaminación no ha tenido éxito.

Sin embargo, todavía no nos enfrentamos a un dilema sin solución. Tenemos una extraordinaria gama de ejemplos de cómo el desarrollo puede ser sostenible. No es casualidad que haya entrado en escena el concepto de economía verde en el contexto del desarrollo sostenible y de la erradicación de la pobreza. El desafío que afrontamos, y en el que reside la importancia de Río+20, es cómo aprovechamos esas buenas lecciones, ya que sabemos que podemos hacerlo.

¿Sería más fácil si el cambio viniera desde arriba?

A.S.- Sería bueno si los de arriba no se interpusieran en el camino. Lo que vemos hoy es que los arquitectos de nuestras políticas económicas a veces participan del enfoque corporativo. Muchas veces representan una obstrucción o una restricción a la innovación, pues no permiten que emerjan las tecnologías verdes ni que se prueben nuevas políticas.

En Río+20 probablemente también se discutirá la expansión y el fortalecimiento del mandato del Pnuma. ¿Qué rol cree usted que debe cumplir la agencia en los próximos años para mantener la salud de los océanos y la subsistencia de las comunidades pesqueras?

A.S.- Es fundamental que encaremos los tres principales factores que afectan al futuro de nuestros océanos. La contaminación es el primero, no solo la generada en tierra sino también la que se deriva del comercio marítimo. Más del 75 por ciento de los viajes comerciales se realizan por mar.

También la contaminación a través de nuevas formas de explotación de los recursos, exploración petrolera, perforación marítima y la pesca en alta mar están afectando la funcionalidad de los océanos.

El segundo tema es la pesca y la biodiversidad marina. Estamos minando las reservas de proteínas disponibles, hasta el punto de que están colapsando. Los ayudas gubernamentales a la pesca suman 27.000 millones de dólares anuales, de los cuales estimamos que 20.000 millones se emplean en los combustibles. Así es como se está estimulando la sobreexplotación.

Tenemos que cambiar ese régimen de subvenciones. Debemos reducir la capacidad de la pesca industrial y detener la ilegal. Tenemos que restituir las poblaciones de peces, en particular para las comunidades pesqueras tradicionales. Es la única forma en que podemos lograr tanto el objetivo ambiental de mantener las reservas como la meta social de preservar el sustento de millones de pescadores.

También debemos entender cómo las áreas protegidas pueden ser fundamentales para las naciones. Las zonas protegidas representan menos del uno por ciento del total, y queremos llegar hasta el 10 por ciento.

Los críticos al esquema de Compensación por los Servicios de los ecosistemas advierten que la valoración económica o monetización de la naturaleza y de los bosques podrían hacer que los países más pobres los usen como garantía para sus deudas y terminen en manos de sus acreedores. ¿Cuál es su opinión?

A.S.- Sin duda existe ese riesgo, pero disminuye conforme los bosques se van convirtiendo en un tema público y las sociedades los consideran un bien nacional, tanto desde el punto de vista económico como ecológico. En cada sociedad y en cada economía hay una tentación de explotar

los recursos naturales como ganancias a corto plazo. Pero asociar la idea del pago de los servicios de los ecosistemas a algo que puede amenazar a los bosques es como decir que no debemos usar dinero como medio de transacción pues puede ser usado con fines de corrupción.

¿Es lo mismo valoración económica que monetización? No necesariamente. Nosotros, en la mayoría de los contextos, vendemos nuestro trabajo por dinero. Esa es la forma en la que negociamos. ¿Por qué deberíamos trazar esta línea imaginaria que separa a los servicios de los ecosistemas y no considerarlos como parte de nuestra realidad hoy?

Si el mundo hace un cambio de paradigma y se aleja de la actual base para calcular el producto interior bruto (PIB), ¿qué componentes se deberían utilizar para calcularlo?

A.S.- Necesitamos un indicador más sofisticado. La mayoría de las personas hoy reconocerían que el aumento del PIB es extremadamente crudo y no constituye un indicador legítimo del progreso económico y de desarrollo, pues no reconoce que una sociedad tiene una reserva natural de riqueza, junto a los servicios que la naturaleza nos provee.

Quizá la forma actual de calcular el PIB no desaparezca, pero no mantendrá el monopolio exclusivo para determinar el éxito o el fracaso económico de un país. Muchos gobiernos de hecho están a punto de adoptar un sistema más amplio de cálculo.