Vivir mil veces en Irak

«El espíritu necesita reencarnarse 1.000 veces antes de pasar a ser uno con Dios», explica Rajab Assy Karim desde este poblado ubicado unos 190 kilómetros al norte de Bagdad. Si Irak está lleno de «atajos» hacia el final de la existencia, seguro que uno de ellos pasa por esta pequeña aldea de adobe en mitad del desierto.

Un hombre a la entrada del pueblo
Hombre kakai a la entrada de Ali Saray (Irak)/ Foto: Karlos Zurutuza/ IPS

Apenas un centenar de personas viven en Ali Saray, pero todos son kakai, seguidores de un credo preislámico cuya supervivencia hasta nuestros días bien puede considerarse todo un milagro.

Karim es consciente de ello y dedica todo su tiempo libre a recopilar libros sobre su pueblo en la única biblioteca de entre las 12 aldeas kakai de la región.

«Vivimos a medio camino entre Tikrit (ciudad natal de Saddam Hussein (1937-2006) y bastión de sus seguidores) y la Región Autónoma Kurda de Irak», explica Karim. «La zona está llena de terroristas y nosotros somos uno de sus objetivos más fáciles», añade.

En Ali Saray, los cascotes aún sin recoger de las 13 casas destruidas por la violencia extremista en lo que va del año dan fe de ello. Ese parece el precio a pagar por ser kurdo y «pagano» en una de las zonas más volátiles de Iraq.

Junto con los yezidi, otro culto preislámico, de los kakai se dice que han conservado la religión original de los kurdos.

Se cree que la palabra kakai deriva del kurdo «kaka» (hermano mayor) y que significa literalmente hermandad. No obstante, la controversia en torno a su credo es grande, ya que sus miembros tienen fama de no desvelar sus creencias.

Jassim Rashim Shawzan aporta una explicación mucho más plausible. «Nos acusan de no revelar detalles sobre nuestra fe, pero no es más que una forma de protegernos en un entorno hostil. Aquí no hay democracia, libertad de expresión ni derechos... vivimos en Medio Oriente, ¿sabe usted?», nos dice el que es, hasta el momento, el primer y único juez kakai de Irak.

Shawzan explica que su pueblo es originario de las montañas kurdas de Irán y que su centro espiritual se encuentra en Kermanshah, 400 kilómetros al suroeste de Teherán.

Entre otros tesoros, allí se conserva la única copia del zanur, uno de los libros sagrados de los kakai.

Si bien siglos de convivencia con los musulmanes les han hecho adoptar tabúes como el de no comer cerdo, la mayoría de los kakai son fácilmente identificables por sus poblados bigotes (el Islam recomienda llevarlo siempre recortado).

Shawzan también menciona un periodo de ayuno pero, a diferencia del mes santo musulmán de Ramadán, este dura tres días y se celebra entre diciembre y enero.

Al igual que yezidies y mandeos, los kakais no aceptan conversiones. Uno nace kakai, o no lo será nunca. No obstante, el juez lamenta que el Iraq post-Saddam Hussein sea un país donde el futuro de las minorías sigue siendo una incógnita.

«Saddam nos quitó muchas de nuestras tierras y aldeas para dárselas a árabes llegados de otras partes de Iraq, pero desde 2003 (tras ser derrocado por la invasión estadounidense) centenares de los nuestros han sido víctimas de integristas islámicos», explica Shawzan.

Su denuncia es corroborada por multitud de organizaciones no gubernamentales como Minorities Rights Group International, www.minorityrights.org/download.php?id=1075 con sede en Gran Bretaña. En su último informe de 2011 sobre la situación de las minorías en Iraq, detalla «amenazas, secuestros y asesinatos» entre los kakai de esta zona e indicaba que líderes religiosos musulmanes incluso llamaban a boicotear todos aquellos establecimientos «regentados por infieles».

La mayoría de los kakai coinciden en que su seguridad mejoraría si sus aldeas se encontraran al amparo de la Región Autónoma Kurda de Irak, donde los episodios de violencia son anecdóticos en comparación con los que se viven en el resto del país.

A la entrada norte de Ali Saray, Sirwan monta guardia en el puesto de control tras unas gafas de sol oscuras y un casco de kevlar (antibalas). Pero su poblado bigote lo delata. «Si algún día se plantea un referéndum para decidir si queremos pasar bajo control de Erbil (la capital administrativa del Kurdistán iraquí, 310 kilómetros al norte de Bagdad), votaremos favorablemente y en masa», asegura.

Sirwan se refiere al plebiscito originalmente programado para 2007 y que decidiría si las llamadas «áreas en disputa» entre Erbil y Bagdad debían pertenecer al norte kurdo o al sur árabe. Por el momento, la consulta sigue aplazada sin fecha hasta la ejecución de medidas para contrarrestar las campañas de arabización de Saddam Hussein.

Precisamente, este mes ha despedido al kakai que mejor ejemplificaba la sintonía entre este colectivo y la administración kurda de Irak. Escritor e intelectual natural de esta región, Falakadin Kakaye fue dos veces ministro de Cultura en el ejecutivo kurdo y era el principal responsable de las relaciones entre Erbil y Ankara antes de fallecer.

Kakaye deja un país que sufre niveles de violencia inéditos desde 2008. Los más de 1.000 muertos por la violencia el pasado julio retratan una sociedad convertida en víctima colateral de una tremenda crisis política que se ve agravada por la guerra en la vecina Siria.

Saad Salloum, experto en minorías iraquíes y editor de la revista especializada Masarat, se esfuerza en «documentar la diversidad de Iraq antes de que ésta desaparezca».

«A nivel étnico tenemos asirios y caldeos, kurdos, árabes y turcomanos, pero a nivel religioso las variantes son todavía mayores», explica este investigador desde su despacho en la Universidad de al-Mustansiriya, al noreste de Bagdad.

Este hombre que ha vivido tres guerras sin haber cumplido todavía los 40 años asegura que los 10 años tras el derrocamiento de Saddam Hussein han provocado una «brutal crisis de identidad» entre el pueblo iraquí.

«Desde 2003 hemos redescubierto nuestra propia pluralidad pero, lejos de aceptarla como una seña identitaria y enriquecedora, hoy tememos al vecino más que a cualquier misil o arma de destrucción masiva».