Refugiados sirios entre contenedores y carpas en Turquía

«Corríamos como si fuéramos hormigas huyendo del nido. Me mudé a tres diferentes ciudades en Siria para tratar de estar lejos del conflicto, pero llegó un momento en que no quedaba ningún sitio seguro en mi país así que decidimos salir», así describe la situación un docente refugiado en Turquía.

El profesor Helit, como nos pidió que le identificáramos, describía así el impacto para él y su familia de los bombardeos indiscriminados que soportaron en ciudades sirias y el incendio de viviendas civiles por el régimen del presidente Bashar Al Assad, que forzaron su huida de Siria hace dos años.

Desde entonces él y su familia están refugiados en uno de los llamados «campos de alojamiento» que el gobierno turco ha instalado en su lado de la frontera. El profesor, su esposa y sus 10 hijos – mitad niños y mitad niñas – dejaron su país el último día de 2012, cuando hicieron autoestop y lograron que un camión los trasladara hasta la frontera de Turquía, para luego llegar a pie al campo de refugiados de Harran, a 20 kilómetros de la frontera.

Harran fue uno de los últimos campos que se instalaron en 2012, está considerado como el más moderno de todos los establecidos desde que estalló la guerra siria en 2011. Cuenta con capacidad para acoger a 4.000 personas, distribuidas en 2.000 contenedores.

Durante más de 30 años, Helit, de unos 60 años, fue el director de una escuela en Alepo, su ciudad de origen y una de las más martirizadas por la guerra. Ahora dirige la escuela instalada en Harran, donde se enseña a los 4.700 niños sirios de todas las edades que hay en el campo.

Harran se divide en pequeños barrios y comunidades con nombres con virtudes universales, como paz, hermandad y fraternidad. Visto desde fuera, el campo parece una prisión, pero las puertas de Harran están siempre abiertas para que las familias puedan salir y entrar a sus actividades o acudir a los comercios cercanos.

Los refugiados sirios que viven en el centro intentan reproducir el estilo de vida que llevaban en su patria, aunque cada familia trae consigo una triste historia detrás, como la perdida de parte de sus miembros en la contienda o la permanencia de otros en los campos de batalla, la mayoría contra el régimen de Al Assad.

Helit nos enseñó las aulas y áreas comunes frecuentadas por estudiantes sirios de edades comprendidas entre 13 y 16 años. Las paredes están decoradas con pinturas y dibujos de los estudiantes que representan una «expresión de sus sentimientos y el dolor», detalla mostrando los muros.

«Nunca vamos a dejar de luchar por nuestra independencia, vamos a resistir hasta el final», asegura.

Historias como la de Helit se repiten por todos los centros de refugiados a lo largo de la frontera turca con Siria, aunque no todos cuentan con «el lujo» de poder cobijarse en habitáculos. En muchos campos, como el de Nizip, cerca de una importante ciudad industrial del este de Turquía de la provincia de Gaziantep, familias de hasta ocho personas viven hacinadas en tiendas de campañas.

En este centro se refugian 10.700 sirios árabes, la gran mayoría procedentes de las ciudades sirias de Alepo e Idlib, que han sido víctimas de los ataques de las fuerzas del gobierno y del Frente al Nusra, una de las filiales de la red extremista Al Qaeda.

Pese a sus penurias, Nizip destaca como escenario de una interesante iniciativa en la que los residentes tienen la facultad de elegir a sus propios representantes de las comunidades de barrios. El voto libre y democrático se ha ejercido ya durante dos años consecutivos.

«Esta ha sido la primera vez que he votado. Yo no entiendo muy bien cómo funciona, pero en Siria siempre había un candidato único y no importaba si votábamos o no porque el resultado ya estaba definido», nos comenta el refugiado Mustafa Kerkuz, de 57 años, también procedente de Aleppo.

Según Demir Celal, asistente del director del campo de Nizip, los sirios viven aquí la primera experiencia de este tipo. «Nuestro objetivo es enseñarles para que sepan a qué se parece una elección libre y plural», dice.

El número de refugiados sirios en Turquía llega a los dos millones, de acuerdo con Veysel Dalmaz, coordinador jefe de la Oficina del Primer Ministro para los refugiados sirios. Según el funcionario, su país ha alcanzado prácticamente su máxima capacidad de asistencia humanitaria, aunque insiste en que Turquía tiene «una política de puertas abiertas en la que nadie procedente de Siria es rechazado e incluso no se discrimina de qué lado del conflicto están»

Hasta el momento, el gobierno turco ha destinado más de 5.000 millones de dólares a la ayuda humanitaria a través de la Autoridad de Gestión de Desastres y Emergencias de Turquía.

A juicio de Dalmaz, no ha habido en la historia mundial un caso de migración masiva de un país a otro en tan corto plazo como el flujo ocurrido entre Siria y Turquía, y «no hay ningún otro país que haya logrado absorber a tanta gente en tan poco tiempo».