La cara amable de la nube de cenizas

¿Cuánto nos ahorramos con la erupción del volcán Eyjafjalla en Islandia? Sí, lo han leído bien. No nos preguntamos sobre el coste económico sino sobre la cara positiva de la nube de cenizas que aún está obligando a cancelar centenares de vuelos por toda Europa. Porque el coste económico ya lo están recordando las compañías aéreas. Para ellas la Comisión plantea ayudas públicas para compensar las pérdidas ante una semana excepcional.

Pero quizá hay un bien común, el de la buena salud del medio ambiente, que agradece una semana de respiro en los vuelos. Estamos ahorrando CO2. Aunque suene extraño, la cantidad de gases de efecto invernadero que emiten a diario los aviones es mayor a las toneladas de dióxido de carbono que expulsa el volcán de Islandia.

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El último Consejo de Ministros de Telecomunicaciones de la Unión Europea ya supuso un ahorro de gases contaminantes. Las vídeoconferencias suplieron a los aviones: un buen ejemplo del uso de las TIC al servicio de la administración y del desarrollo sostenible que ha pasado inadvertido en materia de costos ambientales. Las miradas están puestas en las cuentas de las compañías aéreas. El tratado de Lisboa prevé que se puedan destinar ayudas a reparar los perjuicios causados por "desastres naturales u otros acontecimientos de carácter excepcional". Y la Comisión asume que la erupción del volcán es una circunstancia excepcional y prepara un marco regulatorio para compensar a las aerolíneas, generadoras de actividad económica y de puestos de trabajo.

Las cifras hablan solas

La Asociación Internacional del Transporte Aéreo (IATA) calcula que las compañías han perdido unos 150 millones de euros cada día por las cancelaciones de vuelos en toda Europa. Pero hay otra cifra diaria que llama igual o incluso más la atención. Se estima que estas mismas compañías envían casi 350.000 toneladas de CO2 cada día a la atmósfera. También hay datos sobre las emisiones de CO2 del volcán: según los geólogos se situarían entre las 150.000 y las 300.000 toneladas diarias. La segunda cifra correspondería a los puntos de máxima actividad, pero la de 150.000 toneladas se aproximaría a la de la actividad diaria del volcán, más aún si se tiene en cuenta que la erupción sigue, ahora con menos intensidad.

Es lo que parece. La actividad de las aerolíneas es más contaminante que la erupción del Eyjafjalla. En otras palabras, el clima estaría más seguro con un volcán permanentemente en erupción en Islandia que con todos los vuelos sobrevolando cada día el continente. Con más de un 60% de vuelos cancelados, una cifra habitual en los últimos días, nos ahorramos una cantidad superior a las 200.000 toneladas de CO2 cada día, según los datos contrastados y revisados por un portal británico de información. Con porcentajes inferiores de vuelos en tierra, los que se dan a medida que los aeropuertos vuelven a la normalidad, la cantidad de gases no enviados a la atmósfera seguiría siendo muy significativo. Aunque esto es transitorio porque hay prisa por volver a volar. Será el fin del respiro ambiental.

¿Un desarrollo sostenible?

Desde Bruselas se ha advertido en los últimos tiempos que las aerolíneas representan un obstáculo para la reducción de gases de efecto invernadero. La aviación comercial contamina mucho, pero su uso no decrece. Si hay algo que subraya en los últimos tiempos la Comisión, y la Estrategia Europa 2020 es el último ejemplo de ello, es que es necesario impulsar un desarrollo sostenible, con una Europa competitiva, innovadora, pero responsable con el medio ambiente y comprometida en la lucha contra el cambio climático.

Hoy, en plenos esfuerzos por superar la crisis económica, Bruselas tiene claro que ayudará a las aerolíneas por haber sido las víctimas de una situación que se les escapaba de las manos. ¿Pero qué pasa con el clima? ¿No vive una situación excepcional desde hace años que invita a acelerar medidas de socorro? Este mismo caos aéreo ha despertado también la necesidad de crear un cielo único europeo, que implicaría ceder parcialmente la sobernía nacional sobre el control del espacio aéreo y que, según afirman desde Europa, reduciría hasta en un 10% el impacto ambiental del tráfico aéreo. Un proyecto complejo pero viable.

Además, no es casual que muchos países propongan medidas para reducir las emisiones de CO2, con incentivos a sectores como el del automóvil. Algunos han intentado ir más allá en medidas de fiscalidad verde. El gobierno francés, por ejemplo, ha dado finalmente marcha atrás en su intención de aplicar un nuevo impuesto sobre las emisiones de CO2 en la lucha contra el cambio climático. Uno de los muchos argumentos esgrimidos para parar la iniciativa fue el que señalaba que el impuesto restaría competitividad a las empresas francesas frente a las de otros países, y que un tributo de estas características sólo sería eficaz si se aplicara a nivel comunitario.

Quizá la Unión debería considerar esto último. Si se apoya a cajas y bancos, pero se estudia luego para ellos más control para evitar quiebras y más crisis financieras, no sería descabellado que las ayudas a las aerolíneas estuvieran acompañados de medidas que aseguraran que quién más contamina pone también su grano de arena en la desaceleración del cambio climático. Esta semana, ese volcán de Islandia, de nombre casi impronunciable, ha dejado en tierra a los aviones por razones de seguridad. La humareda negra sólo nos molestará unos días, cosas de la naturaleza. Luego volveremos a generar una de igual o peor sobrevolando cada día el continente, cosas de la actividad humana. Marc Campdelacreu para euroXpress