Drones: el nombre y la cosa

Pere Vilanova (CIDOB)

Palabra de moda: «drones», cada día se habla más de ellos, y de hecho con una cierta confusión. Ante todo hay que hacer una aproximación a estos nuevos vehículos, desde su perspectiva más general a su aplicación más completa en el campo de sus usos militares. En segundo lugar, hay que analizar los drones y su uso bélico desde la perspectiva instrumental, es decir, como un instrumento de la política de Defensa.

Un drone en un hangar
Luna x2000, alemán/ Foto: CC

¿Qué es un drone? Nos dicen que es un»vehículo aéreo no tripulado», pero esto es falso. No hay nadie «a bordo», pero sí que hay alguien que lo tripule, aunque sea a distancia. Incluso si está dirigido por un programa informático, este programa también lo ha configurado alguien, y así sucesivamente. El primer punto es importante: por mucha tecnología que pongamos al final todavía hay un elemento clave en la decisión de su uso: el elemento humano. Alguien (personas físicas, no sólo instituciones jurídicas o «parques tecnológicos») tiene, le guste o no, la responsabilidad sobre la actuación de un drone. Eso abre una línea, entre otras, de consecuencias jurídicas de gran trascendencia.

No es sólo o exclusivamente un arma de guerra. Es un aparato que vuela, sin nadie a bordo que lo dirija, siguiendo instrucciones y parámetros que alguien gestiona desde tierra. Hay drones de uso no militar, que pueden hacer funciones civiles, como vigilar el tráfico o cultivos agrícolas, dar apoyo a retransmisiones deportivas por televisión, y últimamente, puede ser también un gadget adicional: una compañía de venta de libros, dvd y otras cosas por internet parece que propondrá la entrega de los productos vendidos mediante el uso de drones. Ya se verá, pero augura un cierto «embotellamiento» de tráfico, con problemas de seguridad incluidos.

Pero incluso en su uso no bélico, hay toda una gama de utilizaciones posibles que comportan una necesidad de precisión legal: por una parte, ¿cómo pueden afectar a algunos derechos fundamentales, como el derecho a la privacidad y el derecho a la intimidad y la propia imagen? O bien, ¿cómo debe gestionarse su uso en relación con la lucha contra el crimen organizado, el tráfico de drogas y de personas (mafias responsables de flujos migratorios de consecuencias dramáticas, en Malta, Lampedusa y otros)?.

En el caso específico de los drones de uso bélico, hay dos variantes, que para resumir serían: los drones como arma de ataque explícita; y los drones con usos militares complementarios. Este segundo caso es más sencillo de abordar ya que se trata de vehículos aéreos de vigilancia, captación de imágenes, control de «superficie». Pero hay que centrarse un poco en el uso de los drones como arma de guerra en sentido estricto, lo cual los asimila a aviones de bombardeo, de caza, de ataque a tierra, al uso de misiles o artillería diversa. Es decir, un arma que mata.

Algunas fuentes sitúan en 2001 el uso militar de drones como arma directa de ataque, a partir de la guerra en Afganistán. Hoy en día se calcula que unos 40 estados tienen drones o han decidido adquirirlos a corto plazo (y pueden hacerlo, presupuestaria y técnicamente). Esta década, y eso quizás marca una de las novedades del nuevo siglo y del nuevo milenio, será la de seguir intentando hacer lo mismo que siempre -guerras- pero con nuevos medios o relativamente nuevos, con el fin de incrementar la eficacia de las propias acciones y debilitar las del oponente.

En Estados Unidos, aunque los drones van de la mano de las dos presidencias de George Bush -sobre todo en Afganistán y en su frontera oriental-, su uso se ha incrementado sustancialmente bajo la administración Obama (respecto a la cantidad, al número de bajas civiles provocadas, etc.) y se ha ampliado a otros escenarios (Pakistán, Yemen, incluso Somalia). De manera que de 2004 a 2013 tan solo en Pakistán los drones han matado 3.460 personas, de las cuales, según fuentes pakistaníes, al menos un 35% sólo pueden ser calificadas de «civiles inocentes».

Los drones en teoría deberían servir para no tener que poner tropas en el terreno, buscar y perseguir al enemigo, con resultados, también en teoría, más eficientes. Pero al final hay una ecuación simple: menos bajas propias -si puede ser, cero bajas propias- y maximizar las del enemigo. Sería injusto afirmar que los Estados Unidos son el único protagonista de esta estrategia. Desde hace tiempo, de hecho desde antes de que los Estados Unidos los integraran en su estrategia, las fuerzas armadas y de seguridad de Israel ya habían desarrollado estos múltiples usos de los drones.

Otro argumento de la lógica militar es complementario. Se trata de vender que, cuanta más tecnología, más «limpia» es una guerra. Esta teoría de la «guerra limpia» no conviene sólo a los militares. Se busca también que no decrezca el ritmo de alistamiento, porque países que pretenden ser una «potencia mundial» necesitan fuerzas armadas de grandes dimensiones pero, sin el servicio militar obligatorio, el reclutamiento es un grave problema. Esta lógica de la «guerra limpia» pretende conseguir también que la guerra sea más aceptable socialmente, dar la sensación de más seguridad a los miembros de las fuerzas armadas y evitar la «fatiga de combate» que produce toda instalación en una guerra de larga duración (recordemos el caso de Vietnam, por ejemplo).

Como ejemplo significativo de vinculación entre drones, Política de Defensa y Política Exterior, el discurso del Presidente Obama en la Academia de West Point de mayo de 2014. En aquella ocasión Barack Obama pronunció un importante discurso que pretendía fijar la posición de Estados Unidos en el mundo, pero lo curioso es que lo hizo en West Point, la prestigiosa Academia General Militar de Estados Unidos, ante un parterre de cadetes, jefes, oficiales y los más altos cargos militares del país. En cambio, en 2009, en el discurso de aceptación del Premio Nobel de la Paz (¿por qué el Comité del Nobel de la Paz le daría el premio a un Jefe del estado en ejercicio, que acababa de tomar posesión, y que literalmente no había hecho nada concreto en materia de Política Exterior?), Obama hizo un discurso más belicista, en el que justificaba el uso de la fuerza militar a una escala sorprendente.

El presidente norteamericano se mueve en un contexto delicado y contradictorio. Está en el ecuador de su último mandato y tiene que medir bien lo que hace o no hace, pues ello determinará su herencia frente al mundo, su legado. Le acechan las sombras de las dos guerras que heredó de su predecesor, pero que le ha tocado a él terminar, al menos en cuanto a retirarr las tropas estadounidenses sobre el terreno. Son guerras que no se han perdido militarmente, pero no se han ganado, sobre todo políticamente. Si en Afganistán podemos pensar que ha acabado en una especie de tablas, en Irak el conflicto llama de nuevo a las puertas de Estados Unidos. Pero en un contexto en el que Washington ni puede ni quiere «reengancharse». Ahora es una guerra civil intercomunitaria (entre sunitas y chiitas), a escala iraquí pero también siria.

El problema de Obama es como explicar a su país que no será fácil seguir siendo «el líder del mundo», y a la vez retraerse ante los principales retos actuales: Rusia, China, Oriente Medio, Asia-Pacífico, energía, derechos humanos. En este sentido, reducir su Política de Defensa a un instrumento de su Política Exterior, y cambiar el discurso todo Guerra, por el discurso de que Estados Unidos será un líder mundial respetado y temido invirtiendo militarmente en el uso de drones y en operaciones especiales, puede llegar a ser un error estratégico, y una falsa certeza en política interior. Los drones y las tropas de operaciones especiales no son el cemento que dará cohesión a la Política Exterior (y a la de Defensa) de Estados Unidos. Se trata más bien de una política de Comunicación y Relaciones Públicas.

En general Estados Unidos suele ir y seguirá yendo a la guerra en solitario (en cuanto a la toma de decisiones estratégicas y operativas), ya se trate de Irak, Afganistán, o actualmente en la versión drones + operaciones especiales, aunque Obama quiera acompañar esta política de ambiciosas «coaliciones de aliados» que den, sino más fuerza militar, al menos más legitimidad internacional, con o sin Naciones Unidas, como es el caso actual contra el Estado Islámico y sus derivadas. Si releemos con atención la conferencia de Obama en West Point, la continuidad es el elemento que prevalece en los últimos veinticinco años de Política Exterior de Estados Unidos. Con drones o sin drones.

Como conclusión, los drones no son en el fondo tan nuevos aunque algunos autores los presenten como una auténtica «revolución en los asuntos militares». Pero lo parecen. Y lo parecerán porque así conviene a los políticos, a los militares y sobre todo a la potente industria corporativa privada que vive de todo ello y que, en versión más rústica, ya denunció el propio general Eisenhower en los años 50.

*Pere Vilanova es Investigador sénior asociado del Centro de Información y Documentación de Barcelona (CIDOB)