La compleja agenda de Obama en política internacional para 2014

Si el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, organizara sus perspectivas de política exterior para 2014 como algún popular videojuego infantil, las «serpientes» que tendría que sortear superarían con mucho a las ayudas que lo llevarían hasta la meta.

Obama vuelve la cabeza hacia la cámara en un acto oficial
El presidente Barack Obama con el vicepresidente Joe Biden, en una reunión el 13 de diciembre de 2013 en la Casa Blanca/ Foto: Pete Souza/ Foto oficial de la Casa Blanca

Como ocurre desde que asumió el cargo, los obstáculos más peligrosos están en Oriente Medio, la región en la que el demócrata Obama intenta desesperadamente salir de los muchos pozos cavados por su predecesor, el republicano George W. Bush (2001-2009), para poder centrar más su atención en Asia y, específicamente, plantar cara al ascenso de China.

Surcar los mares cada vez más encrespados de las relaciones entre los estados de Asia probablemente se volverá también más peligroso en el nuevo año.

En 2013 evitó con éxito (y con la improbable ayuda del presidente de Rusia, Vladimir Putin) una intervención militar directa en Siria, pero el efecto dominó de esa guerra civil en Iraq y Líbano, plantea nuevos e importantes riesgos para 2014.

Esto, sin mencionar la creciente inestabilidad y la violencia en Egipto y la posibilidad de un colapso en las negociaciones nucleares con Irán y sus implicaciones.

En Oriente Medio, el conflicto entre musulmanes chiitas y sunitas trasciende cada vez más las fronteras nacionales, mientras que el nacionalismo parece estar vivito y coleando en Asia.

Las reclamaciones territoriales cada vez más rotundas de Beijing han agrandado el riesgo de un incidente que provoque un conflicto que involucre a fuerzas estadounidenses.

Además, han desatado un contragolpe que, entre otras cosas, parece haber envalentonado al primer ministro de Japón, Shinzo Abe, quien se aparta cada vez más rápidamente del pacifismo posterior a la Segunda Guerra Mundial (1939-1945).

La defensa de Abe de las actuaciones japonesas en esa guerra, provocadoramente expuesta con su visita al santuario de Yasukuni en diciembre, indignó tanto a China como a Corea del Sur. Además, malogró los esfuerzos de Washington por coordinar una política sobre China y sobre una Corea del Norte armada nuclearmente y cada vez más impredecible.

Evidentemente, el prestigio de Obama crecerá, si logra recomponer las relaciones entre Tokio y Seúl y hacer que China acuerde reglas para las zonas en disputa.

Pero, dadas las pasiones nacionalistas que sacuden a la región, la tarea será difícil y los riesgos en juego cada vez mayores.

La importancia primordial que el gobierno asigna al Gran Oriente Medio y a Asia significa que América Latina y África subsahariana probablemente seguirán recibiendo de Washington una atención relativamente mucho menor que en 2014, como ha venido ocurriendo en los últimos cinco años.

Sin embargo, crisis específicas –como la posibilidad de una guerra civil en Sudán del Sur– pueden colocar al área en el primer puesto en la agenda exterior, aunque Obama tenga poco que ganar conla situación, aunque sus diplomáticos contribuyan a impedir lo peor.

En tanto, si la nación más joven del mundo se autodestruye, el presidente perderá la inversión personal que hizo en pro de la autodeterminación de Yuba, y además será comparado, desfavorablemente con Bush, una de cuyas pocas victorias en política exterior fue la negociación del acuerdo de paz de 2005 entre Sudán y el Ejército Sudanés de Liberación Popular (SPLA), que impulsó la independencia del sur.

El Gran Oriente Medio es la parte del mundo donde mayor cantidad de «serpientes» esperan a Obama este año, pero esa es también la región donde un par de «escalas» pueden asegurarle un lugar en la historia como presidente exitoso en política exterior.

La más espectacular sería la conclusión de un buen acuerdo nuclear exhaustivo con Irán en el contexto de las negociaciones del P5+1 (Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, China y Rusia, más Alemania), que podrían revertir los recientes avances atómicos de Teherán y, en contrapartida, permitirle enriquecer uranio a niveles bajos.

Negociar semejante acuerdo implicará abandonar 35 años de hostilidades entre las dos naciones. También podrá facilitar su cooperación para debilitar el conflicto entre sunitas y chiitas que amenaza a toda la región y estabilizar a Afganistán, de donde prácticamente todas las tropas de combate de Estados Unidos prevén retirarse a finales de año.

Un acuerdo con Irán no alcanzaría la significación estratégica del acercamiento de Richard Nixon con China a comienzos de los años 70, pero haría posible importantes realineaciones, que irían desde el mar Mediterráneo hasta el océano Índico internándose en Asia central.

Sin embargo, para lograrlo Obama debe enfrentarse a una oposición formidable, principalmente del primer ministro israelí Benjamín Netanyahu y del poderoso lobby pro Israelí de Washington, pero también de Arabia Saudita y otros estados del Golfo, que temen que Teherán recupere la primacía regional que ostentaba en los años 70, antes de la llegada al poder de los islamitas .

También la línea dura en Irán pone peros a un acuerdo.

Si estas fuerzas tuvieran éxito, las consecuencias, como advirtió el propio Obama, muy probablemente podrían incluir otra intervención militar de Estados Unidos en Oriente Medio. Eso, a su vez, no solo sabotearía las esperanzas de Obama de reducir la presencia militar de Estados Unidos en la región, sino las de dar un giro hacia Asia.

Sin autorización del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, tal acción casi sin duda provocaría una importante crisis internacional, que haría añicos la cooperación con Rusia y China sobre diferentes asuntos, además de tensionar las relaciones de Estados Unidos con sus aliados de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).

Para Obama, la eventualidad de una guerra con Irán es probablemente la «serpiente» más peligrosa en su tablero de 2014, más incluso que la escalada del conflicto entre sunitas y chiitas en Siria y sus vecinos.

La otra «escala» obvia que puede garantizarle a Obama un lugar favorable en los anales de la política exterior es negociar un acuerdo final del conflicto entre israelíes y palestinos, escurridizo «santo grial» de la política de Estados Unidos para Oriente Medio durante más de una generación.

La mayoría de los analistas dudan de que sea un objetivo posible y, en cualquier caso, es muy improbable que se logre en 2014. Sin embargo, la energía con que el secretario de Estado John Kerry se esfuerza en conseguirlo ha impresionado a algunos escépticos.

Además, en este comienzo del año está ofreciendo mediar en propuestas para un acuerdo de estatus permanente, si bien en Washington se considera lejano que pueda alcanzarse, especialmente si Obama logra un pacto nuclear con Irán.

Las «serpientes» que acechan a Obama en la región son considerablemente más numerosas, y van desde una escalada de la violencia entre el régimen militar de Egipto y la Hermandad Musulmana o fuerzas más radicales, hasta el resurgimiento de la violencia sectaria en Iraq a los niveles de 2006 y 2007.

O desde la intensificación de la guerra en Siria o su exportación a Líbano, hasta el fortalecimiento de las fuerzas vinculadas a la red extremista Al Qaeda en toda la región.

Al ser 2014 el año en que la OTAN retirará lo que queda de su contingente de Afganistán, escenario de la guerra más larga de Washington, un rápido colapso de la seguridad podría resultar igualmente mortal y haría recordar la debacle de la guerra de Vietnam hace casi 40 años.

Cualquiera de estos posibles acontecimientos sin duda será usado por los adversarios políticos de Obama en Washington para retratarlo como un presidente fallido en política exterior.