De los deseos de Copenhague a la realidad de Cancún

Kyoto desaparece en 2012 y aún no hay un sustituto a su altura. Y no parece que vaya a salir de la cumbre de Cancún, que comienza el lunes 29. En las dos próximas semanas, representantes de 192 países del mundo, de la Unión Europea y de un archipiélago de islas de Nueva Zelanda intentarán acercar posiciones para evitar que, esta vez, la cumbre no sea más que palabras.

Se trata de alcanzar objetivos realistas, en especial en torno a la ayuda financiera a los países en desarrollo en materia de cambio climático, a la reducción de emisiones de CO2 y a evitar la deforestación. De esta forma se pretende olvidar las aspiraciones hoy irrealizables de un encuentro en un gran protocolo, como fue el objetivo de Copenhague en 2009.

5 aves en el borde de un embarcadero miran al frente como si esperaran algo
Foto:COP16

La cumbre sobre el Cambio Climático de Cancún (COP16) avanza con pies de plomo. Después del fracaso de la Cumbre de Copenhague del año pasado, las expectativas sobre este encuentro no son muy grandes pero sí prácticas.

Las negociaciones previas se han basado en tres puntos: la deforestación, la reducción de dióxido de carbono y la financiación de países en desarrollo para que creen un sistema de producción sostenible. En la cumbre podría llegarse a un acuerdo, el llamado plan de Reducción de las Emisiones debidas a la Deforestación y la Degradación (REDD+) En él, las naciones industrializadas pagarían a los países en desarrollo para que conservaran sus bosques. Con respecto a la financiación, también se espera que se apruebe el llamado Fondo Verde que, aunque insuficiente, puede sentar las bases para futuras acciones.

Las emisiones de dióxido de carbono concentran el grueso de las disputas, ya que de ello depende en gran medida el desarrollo de la economía de los países. La solución pasaría por un cambio en los modelos productivos, para basarlos en energías renovables. Pero no parece que la falta de consenso (y la crisis) sean los mejores aliados.

La Unión Europea, espíritu verde pero sin poder de convicción

La Unión Europea es la primera región del mundo en desarrollar unos objetivos climáticos y energéticos ambiciosos y legalmente vinculantes, pero no es capaz de trasladar este compromiso al resto de mundo. Y si lo hace, es a base de ayudas y financiación.

En este sentido, para la cumbre de Cancún se espera que se presente un informe exhaustivo sobre los fondos de «Financiación inmediata» desde Copenhague, basados en la transparencia y el cumplimento del compromiso de financiación por parte de los países desarrollados. Gracias a ellos los países en vías de desarrollo pueden equiparse tanto para luchar contra los efectos negativos del cambio climático como para implementar una base eficiente para futuras acciones.

El paquete de medidas que la Unión propone es esencialmente a medio plazo y se dirige a los países más pobres. Entre ellas se encuentra la reducción de las emisiones de CO2 dentro de los límites que marca Naciones Unidas, el fortalecimiento de la transparencia, la adaptación al cambio climático y la cooperación tecnológica. Con respecto a la renovación de Kioto, la Unión Europea estaría lista para firmar una ampliación, siempre y cuando la firmaran las mayores economías mundiales, en especial China y Estados Unidos.

A parte del compromiso internacional, la UE adoptó en 2008 el llamado objetivo 20-20-20, por el que reduciría un 20% las emisiones de gases CO2 (30% si se llega a un acuerdo internacional); reduciría un 20% el consumo de energía y conseguiría atender el 20% de sus necesidades energéticas con energías renovables.

Dos gigantes en la palestra: China y Estados Unidos

China no es amiga de los acuerdos internacionales y Cancún no es una excepción. Su posición se basa en un rechazo frontal a cualquier propuesta que no haya sido anteriormente debatida en profundidad por todos los países miembros de la cumbre, lo que significa que pocas son las probabilidades de que haya sorpresas por parte del gigante asiático.

Su principal aporte a Cancún es la promesa de mantener un control efectivo de las emisiones en los próximos 5 años. En Copenhague, prometió reducir las emisiones de dióxido de carbono por unidad del PIB en torno al 40-45 por ciento en 2020, además de incrementar el consumo de combustibles no fósiles en un 15 por ciento. Asimismo, apuesta por resultados tangibles en transferencias financieras y tecnológicas para ayudar a los países en desarrollo contra el cambio climático .

Su postura podría resumirse en la adopción de responsabilidades comunes pero diferenciadas, lo que implicaría que los países desarrollados deberían adoptar mayores compromisos por sus emisiones acumulativas y por alta emisión per cápita. En la práctica, esta propuesta se traduciría en una ventaja comparativa para China, que allanaría el camino para mejorar aún más su posición frente al resto de economías.

Este último punto es el más conflictivo con Estados Unidos y por el que se descarta por el momento un acuerdo global blindado legalmente. Las centrales norteamericanas producen el 25 por ciento del total de los gases de efecto invernadero, por lo que un acuerdo como el que propone China supondría desbaratar toda la industria del país. Por ello, y ya desde Kioto, la posición estadounidense se basa más en un cambio de todas las economías y no tanto de aquellas que más contaminan.

Asimismo, el presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, llega atado de pies y manos por la victoria Republicana en las últimas elecciones y ni siquiera el desastre medioambiental de la petrolera BP será suficiente para que adopte medidas de mayor importancia. De hecho, y tal como ya aseguró en Copenhague 2009, la finalidad de Obama en esta cumbre será mantener la promesa de reducir las emisiones en un 17 por ciento sobre los niveles de 2005, en especial recortando en fábricas y en centrales