Los Balcanes occidentales no renuncian a Europa

Las últimas estadísticas del Gallup Balkan Monitor sobre la percepción de la situación política, económica y social en las sociedades balcánicas reflejan cierta desilusión. El desempleo, la corrupción y la crisis económica mal gestionada por los gobiernos locales son motivos de preocupación. Aunque un futuro en la UE se ve lejano y el apoyo hacía la integración europea ha descendido, este objetivo sigue siendo el deseo de una mayoría de la población.

Protesta antigubernamental en Serbia
Protesta antigubernamental en Serbia, feb. 2011

La desilusión es un sentimiento doloroso. Supone desesperanza, desánimo. No es lo mismo que la resignación, la fase más avanzada de la desilusión: el completo abandono, la sumisión, la mansedumbre y, en definitiva, la renuncia. Hablar de desilusión y de resignación no es lo mismo, como no es lo mismo desilusionarse con un proyecto y renunciar a él. Este es el binomio Balcanes occidentales-Unión Europea (UE). La región balcánica occidental es un universo psicológico, que ha tenido que convivir con la desilusión. No son sociedades ingobernables, sino que miran al futuro con suspicacia y retrovisor, sabedoras de que las promesas se incumplen, como también los sueños se incumplen, el siempre difícil compromiso con el futuro.

Pero también la desilusión supone una reflexión sobre la propia existencia. La decisión más trascendental y difícil, y, por tanto, la más sensible a las rectificaciones: ¿hacia dónde ir? ¿hacia la UE? Así parece que es para la población de los Balcanes occidentales, según el estudio de Gallup Balkan Monitor 2010. En Montenegro el apoyo a la UE se ha incrementado al 73%; no obstante en Macedonia y en Serbia ha descendido respecto al año anterior al 60% y al 44% respectivamente. En Albania si hubiera un referéndum para entrar en la UE el 93% votaría sí. En Croacia el apoyo se reduce al 28%, resultado no tan sorprendente, según el informe de conclusiones, si tenemos en cuenta que estos descensos de apoyo a la UE se producen cuanto más cercana está finalmente la adhesión para ese país, y la sociedad en cuestión es más consciente de los costes y riesgos de entrar en el grupo europeo.

Ivan Krastev, Presidente del Centro de Estrategias Liberales (Sofia), y encargado de hacer la introducción al prestigioso estudio sobre las percepciones de la sociedades balcánicas occidentales (Albania, Bosnia y Herzegovina, Croacia, Kosovo, Macedonia, Montenegro y Serbia) llega a la siguiente conclusión: «los ciudadanos de la región están aprendiendo a vivir en estados disfuncionales, democracias mal gobernadas, y están aprendiendo el arte de soportar la insatisfacción».

Conforme la brecha temporal con las crisis de la antigua Yugoslavia, con sus coletazos y repercusiones, aumenta, los políticos de la región tienen menos argumentos a los que agarrarse para justificar las precarias condiciones de vida de sus ciudadanos. Y es que en todos estos países, más del 50% de los encuestados reconocieron dificultades para lograr ingresos suficientes para sus hogares (del 52% en Croacia al 78% en Serbia). Siguiendo los resultados del informe de Gallup Balkan Monitor, la población balcánica es más bien pesimista respecto al futuro desarrollo económico de sus países, y la mayoría cree que la corrupción en el gobierno y en las empresas es generalizada.

En Serbia, por ejemplo, con un población de 7,5 millones, la tasa de desempleo aumentó los dos últimos años del 14 a 20%; la tasa de hombres en paro aumentó del 12,1 al 19%, y la de las mujeres del 16,5 a 21,2%. No es de extrañar que un partido político como el Partido Progresista Serbio (SNS), de reciente creación, que ha logrado cohesionar fuerzas nacionalistas, europeístas, y reformistas, en febrero pasado organizara una gran manifestación cuyas reivindicaciones no tuvieran la soberanía serbia sobre Kosovo como reclamo principal, sino la gestión de la crisis económica por parte del gobierno actual.

Los Balcanes occidentales son un remanso de escepticismo, de experiencia vivida, sociedades recelosas de las buenas intenciones y los algodones blancos, preparadas para el peor de los escenarios posibles: grave crisis económica, corrupción, desmantelamiento del estado, conflicto político, y en último caso, la guerra. Desde la fragmentación yugoslava, han tenido que convivir en una constante retroalimentación del conflicto vivido, sugestionado desde la clase política, la presión internacional y los medios de comunicación.

Quizás Bosnia y Herzegovina sea el paradigma más significativo de la parálisis que esto conlleva. La Federación de Bosnia y Herzegovina se encuentra en la tesitura de ser expulsada de la FIFA, una vez que no han logran un acuerdo entre las tres etnias que se reparten la presidencia (serbia, croata y musulmana) para tener un solo presidente electo. Lejos de ser un caso aislado, esta es una constante en el funcionamiento de la administración pública bosnia.

La mayoría de los ciudadanos de la región no anticipan un nuevo conflicto armado en la región (los macedonios son los que están más preocupados con esta posibilidad), pero sí es significativo que los resultados reflejen que: la población de la región pierde la ilusión de que Europa resuelva sus problemas, tanto como progresivamente a los políticos locales se les agota el crédito que la zozobra de los años 90 les había concedido.

Krastev apunta una idea que por vaga no es menos importante: «los Balcanes son más una parte de Europa que lo que el más ardiente defensor de la ampliación de la UE pueda imaginar. Todos los problemas que está afrontando la región son cuestiones europeas y no predominantemente balcánicas». Estas son: la crisis económica, el paro y la corrupción. Motivos para desilusionarse, desde luego, aunque en los Balcanes parecen no haberse resignado. «Leyendo los resultados de Gallup Balkan Monitor, uno podría concluir que la Unión Europea ha perdido su magia pero no su importancia», dice Krastev.